Ni locos ni cobardes / Paco Bailo


Por Paco Bailo

El que desespera ante un hecho adverso
es un cobarde
pero el que conserva la esperanza en la condición humana
es un loco.
Albert Camus

    Sigo desorientado, declaro que no me aclaro con las claves del asunto y casi claudico al no dar en el clavo. Busco el levante cuando me levanto legañoso y desnortado. Me han amagado, amigos, el oriente, esta luz que venía del este. Estoy a esto de estar hastiado. Hasta que una turba de estorninos atraviesa estorbando los estratos que trastocan el cielo y estropean en tropel la trémula mañana con sus trinos, me distraen sin trucos y entro al trapo. (Este párrafo, disculpen, va por Dyso, un sabio rapero, amigo del Sáhara)

    Nos repiten hasta la saciedad, incluso hasta la suciedad, que esta sociedad pasa por una crisis pero más le veo cara de catástrofe. Los griegos llamaban katastrophé, (de kata, “hacia abajo” y strephéin, “voltear”), “volverse en contra”, al último acto teatral en el que el panorama se ponía tirando a trágico. Hecatombe también tiene su aquel (de hekatón, “cien”, y boũs, “buey”), el sacrificio de cien bueyes que hacían a sus dioses buscando el favor divino contra plagas, sequías y hambrunas. También me tienta desastre, que nos llega del latín (des, «desafortunado» y astre, «estrella»), una desgracia producida por astros o dioses y fuera de nuestro control.

    En mi desorientación me quedo con catástrofe, se ha “vuelto todo en contra” y cuesta abajo, a tumba abierta. El clima, manga corta en febrero; el congreso, corbatas y vestidos de seda y diseño a diario exabrupto estentóreo; el toque de queda, silencioso claustro que enfoca una lupa sobre nuestros fantasmas; la cola del pan, en la que solo falta la cartilla de racionamiento de los años cuarenta; la educada mentira repetida si preguntas; la cita previa a ciegas, sordas y mudas; el sueldo minimizado, si lo hay; el virus, de cepa en cepa.

     Veo astronautas en las mesas electorales, zoom-bies ante las pantallas para saludar a las amistades o telecurrar, ancianas y ancianos desapareciendo sin los necesarios, merecidos e imprescindibles besos, sonrisas censuradas, esquivas miradas hambrientas de añorados abrazos, silencios ruidosos a falta de respaldo ante el futuro. Catástrofe, hasta el hastío.

    No me apetece, Camus, ir de cobarde ni de loco y a tus líneas retorno: “no hay espectáculo más bello que el de la inteligencia en lucha con una realidad que te supera”. Y de nuevo la etimología llega en mi ayuda (intus, “entre” y legere “leer”): leer entre líneas, saber elegir entre las alternativas más adecuadas ante una situación.

    Tal vez vaya por ahí la cosa, ante la cobardía o la locura puedo y debo, abrir la ventana e inspirar, coger aire y carrerilla. Recordar que aunque acodado en el alféizar no vea Gaza ni Smara, ni el mar ni los almendros, ni Ciudad Juárez ni Lesbos, ni campos de lavanda ni los lirios y violetas en el huerto de la primavera, esa luz que viene del este cada mañana nos abraza, nos reta, nos chulea y habrá que plantarle cara.

    Como decía el confinado Juan de la Cruz, quizá no tan desorientado: “para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes”.

     En eso andamos, ¿no?

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