Por Manuel Medrano
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En realidad, todos los años son los del cambio, pero algunos tienen el carácter de decisivos. Este, creo yo, lo tiene.
Veamos. En los Estados Unidos de América hay unas elecciones presidenciales que suponen optar entre dos modelos radicalmente distintos. El modelo de Joe Biden, intervencionista en lo militar y monopolista en lo armamentístico y energético. Y el modelo Donald Trump, más aislacionista, más proteccionista de la economía norteamericana, menos “globalista” y más popular entre las clases medias que conservan los valores tradicionales de su nación. En esta elección, que en la Unión Europea se empeñan en decirnos que afectará (o no) a la guerra en Ucrania, los europeos tenemos muy poco, o nada, que decir. Aquí los medios y los políticos nos bombardean con mensajes que al otro lado del Atlántico considerarán lo mismo que si vinieran de Júpiter.
En la Unión Europea, elecciones al Parlamento Europeo. Antes de que se produzcan, Ursula von der Leyen ya ha dicho que quiere repetir de jefa. En su propuesta a corto plazo, confundir la Unión Europea, una construcción basada en el comercio y, secundariamente, en la similitud cultural, con la OTAN, un organismo defensivo que se pretende, a partir de ahora, que sea prácticamente ofensivo. No, no habla del Estado de Bienestar, habla de rearme, de decisiones que nos afectarán a todos sin contar con nuestros intereses como sociedad y como individuos, de continuar definiendo desde su inalcanzable pedestal qué seremos y qué queremos de verdad, porque no somos adultos para decidirlo por nosotros mismos.
Según Ursula, Borrel, Michel, Scholz y demás, debemos estar preparados para luchar y verter nuestra sangre, porque nos amenaza todo el mundo. ¿Y si la amenaza más peligrosa para nosotros fueran sus decisiones?
En otros ámbitos, se están produciendo movimientos políticos internacionales de gran calado. Para no hablar de Ucrania, Taiwán, Próximo Oriente u otros temas, voy a comentar algo más global: la política monetaria. Desde el presidente Nixon, el dólar se desvinculó en su valoración como moneda del “patrón oro”, de las reservas de este metal que le daban su referencia. Así, el dólar se mantiene por su implantación en los mercados, por su imposición en las transacciones comerciales, por el poder de los EE.UU. en el mundo, pero es una moneda “fiduciaria”, vale lo que te dicen porque te lo crees, por la fe. El euro, es una moneda que basa su consideración en referencia y vinculación al dólar.
El asunto es que los famosos países BRICS, especialmente los más potentes, están acumulando grandes cantidades de oro, poniendo en valor sus reservas de “metales raros”, fundamentales para el desarrollo industrial de las nuevas tecnologías, así como sus reservas de petróleo y gas, y todo ello puede derivar en una nueva moneda común (o al menos de referencia) entre ellos que esté basada en el valor de todos esos elementos tangibles, no en la fe.
Y, sin querer cansar al lector o lectora, lo dejo aquí, aunque no se agota la importancia de este año decisivo. Sin que, ahora, hablemos de España, donde también hay un 2024 que será determinante para el futuro inmediato y, probablemente, para las próximas décadas.