Por Jorge Álvarez
https://www.facebook.com/elviejoabejorro/
Tengo, como casi todos los seres humanos, algunas asignaturas pendientes en mi vida.
Lo admito. Nadie es perfecto. Atesoro una buena cantidad de CD de música que escucho a diario. Y que me transportan al mejor de los mundos cuando estoy en casa.
En cuanto a los géneros ésta es muy variada. Pop, jazz y música disco. Esta última puede hacer bailar a los zombis, incluso a aquellos que ya perdieron una pierna. Pero… yo no sé bailar. Nunca mi cabeza pudo entrar en sintonía con mis extremidades inferiores. Es algo que no me traumó. Pero esto me genera algunos «problemas» en las reuniones sociales.
Y ya sea en cumpleaños o en casamientos me paso una buena parte de la noche y de la madrugada brindando una monografía oral a mí o mis interlocutores ya sean estos ocasionales compañeros de mesa y/o él o la dueña de la fiesta sobre el porqué no bailo. Para la gente es éste un hecho por el que uno merecería ser deportado a Siberia. No saltar, ebrio o no, y no transpirar como testigo falso es una muestra irrefutable de ser un ser aburrido.
Y ni le digo cuando intento sociabilizar tratando de desviar la conversación a qué actividad tiene cada uno. Pero no hay forma. Hasta los borrachos siguen sorprendidos sobre qué hago infiltrado en una fiesta sino voy a bailar. No importa cuál sea el volumen de la música o de la intermitencia de la luz que gira sobre sus cabezas ellos, los divertidos, se las arreglan para comentar al oído, incluso entre los mozos, sobre mi «problema». Los más piadosos me miran como quien contempla a un perro verde embalsamado.
Para unas 200 personas que se contornean como émulos de John Travolta sólo tengo derecho de ir de visita salas velatorias porque me falta un tornillo. Pero, a ver, ¡que me quiten lo que yo no he bailado!