Por Carlos Calvo
Subdirector del Pollo Urbano
El quiosquero de la esquina lo tiene claro: el problema reside en los bustos parlantes.
Igual que hay un lugar adonde van a parar las lenguas muertas por amor, en el que dos amantes que ya no son estarán intercambiando palabras que ya no existen, también ha de haber un limbo, acaso un cielo, en el que los documentales biográficos puedan habitar universos paralelos y ampliando la vida allí donde no llega la realidad, que siempre se queda corta como una manta en invierno.
Hay documentales biográficos que son una forma de respirar fuera del cuerpo, lejos de la piel pero no del escalofrío, lejos de la herida pero no del dolor, lejos de unos labios pero no de la voz, no del susurro, no del secreto. Hay documentales biográficos que abandonamos como se abandona un Titanic, mera supervivencia, y otros que nos cansan por largos o por estrechos o por cortos o por caprichosos. El criterio más sincero, más honesto, es el del capricho, eso es, aunque con ‘eso’ no llenas ni una crítica ni una biografía.
Porque hay documentales biográficos que parecen estar concebidos para el tonteo y los hay que sirven para quedarnos dormidos mientras pensamos en algo más serio que no podemos espantar despiertos. No es que la historia se repita con esos bustos parlantes tan molestos. Es que ya estaba escrita en alguno de esos documentales biográficos que no estamos viendo. O que, por cansancio, abandonamos. Todo es cuestión de equilibrio. El cóctel, que dice el quiosquero de la esquina. Lo más complicado es cuánto le pones de ron, cuánto de Coca-Cola, cuánto de hielo.
Algo de esto pasa con la zaragozana Blanca Torres y su documental sobre Marisol, esa chiquilla rubia como flor de cebada seca, de ojos azules, de apenas once años, llamada Josefa Flores González. Es un trabajo elegante, más interesante que la media, pero estropeado, finalmente, por unos malditos bustos parlantes que nada trascienden, que nada significan. El magnetismo irresistible de la actriz y cantante Pepa Flores, otrora conocida como Marisol, nuestra Judy Garland patria; su fascinante transición de niña prodigio de la dictadura bicromática a musa comunista del color democrático, al igual que la bravura de su posterior desaparición de la luz pública, son más que suficientes para componer un emocionante mosaico de imágenes, incluso jugando con una arriesgada voz en off. Pero la proliferación de bustos parlantes, ay, le resta valor al conjunto. No aportan (casi) nada en cuanto a información, y constituyen, sobre todo, un importante lastre antiestético.
‘Marisol, llámame Pepa’, que se así se titula la cosa, insiste en lo de siempre: he aquí una leyenda con deneí. Resulta que estamos ante la niña de nuestros ojos, una criatura que fue hermosa como un desmayo, y ahora, con el tiempo, vemos sus retratos y asoma en ella una belleza soleada de modernidad, entre el milagro y la melancolía. La niña se hizo mujer. De símbolo del franquismo a símbolo de la Transición. Marisol, primero, y Pepa Flores, después. Su historia refleja la transformación de toda una sociedad en el siglo veinte. Y de la cosa pública se retiró a la provincia, espiritual y físicamente, como una diosa que huye a la orilla marina, como la que regresa a sí misma, justo cuando estaba encontrando la madurez artística. El mito, hastiado del acoso y el foco mediático, se retiró voluntariamente, esto es, para quedar joven durante toda su vida, y porque intuyó pronto que hay una gloria en el anonimato. ¿Qué mayor libertad le puede dar a una persona que desaparecer?
Para trascender, un documental tiene que ser comprometido, subjetivo, ambicioso. Sin bustos parlantes que, en el fondo, traicionan la propia narrativa del género. Si hacemos un recorrido por los últimos trabajos de muchos documentalistas de esta tierra nuestra nos percatamos, maldita sea, que el busto parlante es marca de la casa. Ahí están, para refrendarlo, los artefactos -mejores o peores- de gente como Vicky Calavia, Gaizka Urresti, Antonio Luis Bernal, Elena Cid, Miguel Lobera, Sonia Llera, Patricia Roda, Germán Roda, Antonio Valdovín, José Alberto Andrés Lacasta, Javier Calvo, Roberto Roldán, José Ángel Guimerá o Marta Lallana, entre otros muchos. ¡Menuda tropa y el general con sarna!
Unos documentales biográficos, pues, muy limitados por sus estereotipados recursos, el de llenar por llenar. Ya Borges deliró con un mapa tan grande como el mundo, un objeto perfectamente inútil. Pero hace tiempo, nos advierte el quiosquero de la esquina, que lo imaginado es más grande que lo existente.