Sobre la incultura y otras menudencias municipales / Max Alonso


Por Max Alonso

       Durante mucho tiempo me he preguntado si el actual alcalde de Madrid sólo parece tonto o lo es. Ahora ya no caben las dudas, tiene muy asentada y cuajada la tontería.

     Lo mismo se puede inferir del alcalde actual de Astorga y no hay nada más que verlo. No que sea tonto, no. Parece mafioso y altanero, y lo es. Con muchas palabritas de promesas: ”lo primero son los ciudadanos”, decía en campaña, “Astorga es lo que importa”, pero en la actuación es todo lo contrario de lo que predica. Los espacios ciudadanos son para las terrazas de los restauradores, sin orden ni concierto y sin importar los ciudadanos, ni los espacios, ni su limpieza, que se mantienen sucios. Sus bajadas de impuestos se traducen en subirlos. Las obras, por ejemplo, en la calle doctor Mérida, se prolongaron innecesariamente y los mismos ciudadanos se vieron obligados a dar rodeos, por no poner unas luces provisionales, como podría entender cualquier edil, con medianas luces personales.

    No querer ver la amenaza de los olores de los lodos de Piedralba, con la engañifa de que si huelen actuará. Nos tienen que oler a todos, pero ¿le olerán a él? Recuerda a aquel otro alcalde astorgano del más puro franquismo, que, cuando los astorganos le reclamaban agua, que no les llegaba, respondía que, a su casa, situada en la parte baja de la ciudad, el agua si llegaba.

    El Museo de la Casa Panero era elitista. La respuesta internacional dejó en evidencia que, de eso, nada, que los que lo sostenían no sabían lo que decían. No aprendieron la lección, sino que recientemente el alcalde sacó como comparsa al presidente de la Cámara, que sobrevive de cursos subvencionados, sin que se sepa cómo se reparten los recursos, pero sumida que la tienen en la inacción, después de cien años de buenos servicios, y repitieron aquello de que las torrijas eran elitistas. Subieron, por méritos propios, al pódium del disparate por su estúpida apreciación. Les acompañó otro comparsa, que, luego se ha sabido, su institución financió, con doscientos cincuenta mil euros, los estudios previos para la implantación de los lodos a las puertas de Astorga. Una decisión, aclaró, que no era de ellos, sino la Junta de Castilla y León. Es decir, quiso apagar el fuego del aceite echándole agua, como había aprendido que había hecho una cocinera de la restauración de la misma plaza Mayor, evidenciando que él tampoco era cocinero, sino que andaba de intruso en otros menesteres e ignorando que para mandar hay que saber.

     Los sorprendidos astorganos apreciaron así la escalada del descrédito, al contemplar que no sabían muy bien lo que significaba elitista, que aplicaban sin pudor a donde no corresponde para nada, sin advertir que es el verdadero calificativo para las bases, sobre las que se asienta su propio partido, aunque en el colmo de la incongruencia se califican como populares. Cuando son, en realidad, los auténticos y verdaderos elitistas, que según su entender debe ser algo muy malo, cuando es lo que ellos son. Luego no alejan los lodos, que, sin que lo digan, sí que son elitistas y son ellos mismos los que les abren las puertas para que se aireen y nos perfumen. Para lo que subvencionan estudios previos y dan su conformidad a su instalación y dicen que fueron otros los que lo hicieron. ¿No están ellos ahora para evitarlo y corregir lo que estaba mal hecho?

     Estas afirmaciones se encuadran dentro de la crítica política municipal, cuando hay cosas deshonestas y abusivas, que, a mí, en mi profesión de periodista, se me han intentado imponer callármelas, como nunca, en mi ya larga carrera profesional, iniciada en el franquismo y continuada a lo largo de la democracia me había sucedido. Solo ahora me he visto conminado, bajo amenazas, desde la autoridad municipal a cesar en mi crítica política en los medios, para que abandonara la presidencia del Casino –crítica que no es rechazo como tal, sino análisis y valoración, como compete a los medios, como creadores de opinión, eso sí diferenciada de la opinión y no tergiversadas-.

    Amenaza tan descarnada y mafiosa era improcedente, pues el Casino no dependía para nada económicamente del Ayuntamiento y se basada en un contrato de colaboración plenamente válido, pero ellos estaban instalados en el Consistorio y partían de la idea de que Astorga era suya, lo que es, aunque quiera negarse, mentalidad fascista. Como no se le puede impedir, como también se hace con profesionales cualificados, que den su opinión cualificada, cuando se les solicita. Como el político da las suyas, aunque sea desde su incompetencia.

    Lo cuento ahora, como forma de reconocer mi culpa. Había llegado a entablar con el alcalde una buena relación, ante sus promesas de que quería llegar a la alcaldía para luchar por la ciudad y sacarla adelante en los momentos que la ciudad lo requería. Por eso llegué a comprometerme con él y decidí ayudarle, porque mi partido es Astorga. No desde el Ayuntamiento, pues cuando él me contó con quien contaba era más que suficiente para no subirse a ese barco. A pesar de eso no quise verlo, cuando la costumbre y la experiencia enseña que cuando algo parece lo es, como un líquido tinto y en botella, vino.

Publicado en: https://astorgaredaccion.com/

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