Abstrae, que algo queda / Eugenio Mateo

Por Eugenio Mateo Otto
http://eugeniomateo.blogspot.com/

    Hay palabras que no tienen significado, que carecen de sentido, aunque a veces las usemos con normalidad en nuestras conversaciones pretendidamente elevadas.

     Son palabras inútiles, tanto por su origen como por el uso. Algunos piensan que bajo su influencia se convierten en poetas, pero pierden de vista la simpleza necesaria de las palabras para ser compartidas. Conocemos a gente que no quiere distinguir entre las trampas de la semántica y la vacuidad que las contamina. Vomitan al papel su proceso interior intentando sacar pecho en el gobierno de la palabra y montan en el carrusel de las vanidades con los simples de corazón. Resulta agotador comprobar la profundidad pretendida de los gremios pretendidamente trascendentes que agrupan a diletantes y apóstoles sin futuro, como miembros de galaxias extinguidas en un agujero negro.  Se hace también agotador remar contra corriente cuando la deriva de esa corriente lleva a las mareas a la calma chicha, varadas en medio de la contemplación del autorretrato en los espejos, a la sazón, simple cristal transparente sin imagen que devolver. Es triste mirar por la ventana creyendo que lo que se refleja eres tú cuando no se pueden poner puertas al campo de la inmensidad a la que sólo los elegidos acceden y no se es capaz de entender que la saturación no es sinónimo de plenitud, que lo mucho no es necesariamente abundancia, sino repetición, y de tantos manejadores de palabras hay pocos que conocen sus resortes léxicos Nunca se habían conocido tantas voces hablando de tanta transcendencia. Un experto en plagas las hubiera comparado con las siete de Egipto, si bien es verdad que entonces no se había inventado todavía ese onanismo que llega de las redes para satisfacer a amantes del verso sin oficio ni beneficio. Los poemas viajan por la Red con la velocidad de las estrellas como una conversación a más de mil bandas imposible de mantener.  Así, a la feria de los egos no le importa la ubicación de las casetas. Es estar, con la risa para la foto. Estar y contarlo. Es imprescindible que los lectores u oyentes sean víctimas propiciatorias. Que no se quejen. Al fin y al cabo, ¿alguien del común tiene asegurada su cuenta de explotación más allá de su cuestionable carrera?  Los malditos ya no asustan. Son malditos poetas bonachones. Se quejan de la censura en las Redes, pero no saben vivir al margen de tanta hipocresía. Esto ya no es como era. Antes, una escritora de rango contrastado ponía a parir a los compañeros de claustro en un libro porque le parecían estúpidos paniaguados y los aludidos intentaban sobrevivir al estigma sin conseguirlo por haber sido descubiertos inexorablemente. Hoy, los neo escribidores inundan de posible post poesía o de telúrica narrativa los mercados y salen a jalearles una pléyade de pelotas con numeración, como aquellas caricaturas de La Codorniz, que en gloria esté. Es retroalimentación. Es puro hartazgo en nombre de no se sabe qué ortodoxia, eliminando la tentación del pudor por la osadía de la ostentación; paradigma de lo que no se debe hacer sin perecer en el intento. Resistir en el empeño sabiendo que todos tienen cosas que ocultar, incluso que decir, pero vale darse cuenta de lo poco que se vale para no caer en la sobredosis, Decir que son malos tiempos para la lírica es reconocer que para cierta lirica nunca los hubo buenos. La cuestión es que los aficionados sin entorchados escribíamos para nosotros mismos con vergüenza torera y los resultados de nuestras pajas mentales reposaban en el fondo de un cajón hasta que los descubría tu madre y los tiraba a la chimenea. No se nos ocurría buscar a un editor envalentonado por un sello venido muy a menos ni pagar una edición veladamente autoeditada.  Leíamos las propias incontinencias, quizá, en una reunión con camaradas de una tertulia cultureta, expuestos a la crítica bondadosa y poco feroz de los resabiados de siempre, en el fondo, inofensivos. Dejábamos que cada atrevimiento tuviera el fin que merecía, incluso el de la indiferencia. En todo caso, sentíamos envidia de no ser capaces de trasladar a la palabra todos los sentidos que la matizan, necesarios para saber contar el equilibrio que ordena la expresión. En cualquier caso, hubiera sido un sacrilegio considerarnos algo parecido a un poeta. Valiente pretensión de soberbia. Con la relajación de las costumbres, que algunos llamaron democratización, vino el café para todos y claro, eso no resistiría por mucho tiempo. Accedimos a pecho descubierto a la panoplia luminosa de la poesía, pero a todos no les sienta igual la cafeína ni la literatura. Sin ir más lejos, estos comentarios mesetarios de lobo desnortado no tienen razón de ser porque usar la táctica de encender el ventilador y que cada uno aguante su vela, no está bien. No. Debería pedir perdón por el atrevimiento y hacer autocrítica al modo marxista leninista. Auto destierro a Siberia sin más contemplaciones. Al fin y al cabo, servimos en la misma formación y velamos las mismas armas. Pretender ser enemigo público es pretencioso y tiene sus riesgos, como es también peligroso usar de fondo, mientras se intenta conformar palabras, la sincopada música electrónica de Radio 3 en esta madrugada de una primavera que se olvida que todavía es invierno; esta música alienante es capaz de afilar las uñas de suicida que me han crecido bajo sus efectos, seguro que nocivos y trepidantes. Sin esta música no sería capaz de morder la mano que sujeta la cadena de un DJ catatónico. En cualquier caso, larga vida a la poesía, aunque eso signifique tomar sopa tres veces al día. Al fin y al cabo, guardar un as en la manga es estrictamente conveniente, y mientras, la ensoñación de un poema me subvierte en un animal estepario venido muy a menos, echo mano de un subterfugio natural y decente, y ya que estamos, clarificar lo que realmente  importa del ya vetusto aprendizaje de vivir sin tener que demostrar nada en estos largos recorridos  por los que nos llevan las circunstancias;  imaginar la ascensión  por las laderas del Charramplán, mi cerro de cabecera dónde duermen sueños milenarios los fósiles de remotos mares, solo en la penumbra de mi ficción, en  mitad del silencio que redime, y escapar, abstraerme de tanta realidad anestesiada y creer que todavía hay esperanza para los poetas que nunca supimos  serlo por el simple adagio de  no encontrar la llave de la verdadera inspiración. Compraré silencios al por mayor y un billete a ningún lado que haga olvidar la medida de la careta de los espíritus jocosos que pueblan las tertulias en mitad del espejismo,  confundiendo  el granizo con la nieve.  Silencios con la dosis justa de bálsamo medicinal que ejerza de cordón umbilical directamente al desencanto. Callar, si para siempre hemos de salir de la atonía. Algo quedara, después de todo, que nada duró mil años. Ni siquiera los versos que aguardan en las meninges de los iluminados de ninguna parte, o de la estratosfera infalible que tampoco durará mil años por mucho que les pese. Si en algo podemos estar de acuerdo los mediocres es que la especulación es mezquina y la vida no nos debe nada.

Publicado en Crisis #25

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