Por Manuel Medrano
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Algunos amigos y amigas se han quejado de que se vende muy poquito arte, y con precios bajos.
Y le echan la culpa a que, ahora, “todo el mundo pinta”. Suponemos que esto incluye la abundancia de ciudadanos que modelan, hacen fotografía artística, collage creativo, poesía, novela, etc.
La proliferación de personas que se han lanzado a producir arte, con más o menos tino, técnica y fortuna, en realidad viene de décadas atrás. Hace mucho tiempo que, a las academias y centros que ofrecían cursos de pintura, fotografía, etc., se sumó la posibilidad de recibir formación, incluso con módulos de perfeccionamiento, en universidades populares, asociaciones, etc. Con bastante éxito, antes y ahora. Lo que deriva en una abundancia de producción. A la que se suma, en ocasiones nada infrecuentes, la obsesión de los autores por exponer sus obras, a veces compulsivamente, sea donde sea y como sea, para hacerse fotos con los visitantes a la propia muestra y colgarlas por las redes sociales.
Menos habitual, pero también, se da el caso de artesanos que saltan al ruedo artístico añadiendo creatividad a lo que sale de sus manos, herramientas y máquinas.
Pero el asunto de las ventas es otro. Una artista me decía que ya no expondrá más, porque ya había vendido obra a todos sus parientes y amigos, y no había más mercado. Eso es una realidad muy frecuente.
Lo cierto es que la abundancia de producción artística no se da tan solo en artes plásticas y visuales en general, también hay un número elevado de producciones literarias, de todo tipo, fenómeno que no es nuevo y que fomenta la posibilidad de recurrir a la autoedición. Este método de dar a conocer una composición literaria no debe menospreciarse; escritores y escritoras que ahora ven publicadas sus creaciones en editoriales de renombre, comenzaron con la autoedición, y así llamaron la atención de empresas del libro que reclamaron sus trabajos.
Al margen de todo ello, pero muy importante, es el impulso que a un autor o autora de estas disciplinas pueden dar un marchante o un agente literario, moviendo la obra de su representado adecuadamente por los circuitos convenientes y creando un valor económico a veces justificado, y a veces solo ficticio pero eficaz. Con el resultado de que hay ventas, no siempre de arte de calidad, pero hay ventas y beneficios.
Como ejemplo de inflación literaria bien acompañada de estrategias comerciales, tenemos la novela histórica, de gran éxito pero que puede generar dos problemas. Uno, que a veces tiene una calidad literaria mediocre, que se disfraza tras un tema atractivo. Dos, que el público acaba confundiendo el relato novelesco con la realidad histórica, sin preocuparse de contrastar lo que se le narra con los datos objetivos, y así, para muchos lectores, la historia es lo que ha leído en una novela que por definición, además, no tiene por qué atenerse a la exactitud y veracidad.
En todo caso, en mi opinión, ese “florecimiento” de creatividad tiene también detrás un motivo poderoso, la generación de una efectiva línea de sanación, o paliación, de los problemas que nos aquejan en la sociedad actual. Es decir, el arte eleva el espíritu, sí, pero muchas personas ha ido descubriendo que su propio estado espiritual mejora aún más si ellos mismos producen creaciones artísticas, y que lo hace durante mucho más tiempo que si solo contemplan o leen o escuchan obras de otros. También han descubierto las posibilidades de relación social que este campo ofrece, mediante reuniones de artistas, exposiciones, asociaciones, ferias, concursos, etc.
En resumen, mejor crear arte que la soledad, o que el abandono del propio intelecto a la rutina o a la diversión/evasión que ofrecen la televisión, los videojuegos, etc.
La calidad y originalidad de lo creado, y el nivel técnico de ello, ya son otro tema, así como sus posibilidades de comercialización.