Por Andrés Sierra
En la reunión se presentaron todos, como era previsible. El motivo nos atañía a todos: solucionar un problema crucial.
Cada uno expuso su punto de vista. Hasta ahí todo bien, pero de pronto hubo divergencias.
Me di cuenta de que se hablaba de algo no común al motivo de la convención.
Me recordaba a las reuniones de vecinos que en cinco minutos se resolvía el tema, la siguiente hora era pura y duramente comadreo.
Los asistentes hablaban de sus cosas; planteamiento subjetivo (¿y lo objetivo?).
Personajes, como el histérico, el exagerado, el psicótico…
Alguien empezó a no hablar – buena determinación visto lo visto-, yo opté por hacer de mediador, más que nada porque el problema a resolucinar estaba todavía muy en el aire.
Al final se medio resolvió el problema. Pero no del todo, urgía más adelante, convocar otra reunión.
Muy seguramente yo ni iré. Me molestó tanto la actitud de los congregantes que era similar a los políticos en el congreso: ¡vaya mierda!
Yo me encomendaría a Dios, pero soy ateo.