Por Manuel Medrano
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La verdad es que a muchos ciudadanos, y especialmente de la veintena y treintena, no les interesan las noticias que difunden los medios de comunicación. Ni las leen ni las buscan.
Los profesionales de los medios y analistas de sus asuntos, dan varias explicaciones, en la línea y el tono rotundos que suelen caer en el ridículo. Barren para casa, se escudan en que la culpa no es suya, etc. He leído de todo, y me hizo gracia cuando echaron la culpa a las noticias falsas, añadiendo que estas son difundidas por “pseudomedios” y por las redes sociales. Claro, claro, esto será.
Aquí entramos plenamente en la línea neofascista imperante, y la llamo así pero no tiene nada que ver con conceptos políticos. Los defensores de la verdad, de su verdad, de los dogmas auténticos de la fe periodística, no han contemplado la posibilidad de que sus noticias no interesan por sesgadas, tóxicas, llenas de tópicos y evidentemente manipuladas. Además, buena parte de ellas no tienen importancia social alguna, se publican porque hay un patrocinador (muchas veces camuflado) o porque el medio en cuestión tiene otro tipo de intereses como grupo empresarial: el ladrillo, la recalificación, las subvenciones de tal o cual partido político desde las instituciones que controla, conseguir anunciantes contentitos con sus naderías de escasa lectura, etc.
Luego están las oportunidades para llenar espacio o tiempo informativo. En verano, la arqueología y la paleontología son un clásico, especialmente. Desde hace algo más de un año, el culebrón universitario ha dado mucho se sí. Primero, que si se aprobó una ley del sistema universitario nueva que iba a revolucionar los ámbitos académicos (mentira total, no ha cambiado nada, estilo el dicho del Príncipe de Lampedusa en “El Gatopardo”). Eso sí, generó una cascada de declaraciones, algunas muy reaccionarias (sea de caciques de la izquierda o de la derecha, es indistinto aquí). Luego, hubo rebeliones burocráticas en algunas universidades para evitar su más mínimo cumplimiento, que aún perduran. Después, los rectores se quejaron de la habitual falta de financiación, puesto que la autonomía universitaria no es económica, aunque jurídicamente permite a ciertos corrillos hacer de puertas adentro prácticamente lo que se quiera, hasta rayar la prevaricación. Luego siguió el asunto ya con escandalitos, que si este rector es chungo, que si el otro también, que si un profesor metió mano en la caja pública y enchufó a su mujer. Continuará.
Pero sigamos con las noticias. Las de “política”, por llamarlo algo, se asemejan a comedias bufas, teatralizaciones de serie C, pero no lo son por lo que nos cuestan y nos afectan. Corrupciones aparte, y mira que son importantes, los debates parlamentarios hace tiempo que sólo me traen ciertas preguntas a la cabeza: ¿cuánto nos cuesta esto? ¿y qué sacamos de ahí en proporción al gasto? Creo que es malo que esta sea mi inquietud principal, pero es lo que pienso. Y luego la pesadez habitual: que si en Cataluña esto o lo otro, que si en el País Vasco tal o cual, que si Franco, que si las instituciones religiosas, etc. Para muchos jóvenes, y bastantes no tan jóvenes, estos temas tratados siempre parcialmente según cada medio, ya cansan. Pero, se su pone, son la actualidad.
Bueno, ahora la gente que puede se va de vacaciones (pidiendo préstamos bancarios al efecto en un número creciente de ocasiones) y vienen las “olas de calor”. En verano, sí. Y el polvo sahariano (que yo veía ya en el norte de España cuando era chaval). Y la sequía. El asunto no es que se hable de ello, es que los partes meteorológicos parecen espectáculos de telepredicadores, con lo que te ves la predicción en el móvil y resulta más cómodo, rápido y actualizado.
Por cierto, la cantidad de noticias con contenidos equivocados y, por tanto, perjudiciales para el ciudadano, que hay en multitud de medios, explica la desafección ciudadana. Errores garrafales los he visto muy frecuentemente tratando temas sobre la Agencia Tributaria (muy peligroso), las subidas salariales, los contenidos de leyes y decretos y su significado, por no hablar de los “bombazos” informativos sobre astronomía, avances médicos, arqueología, nuevas fuentes energéticas, etc.
En resumen, yo creo que en estas y otras cuestiones similares radica el desinterés por la información. Pero hay otra cosa más que me preocupa: ¿quién define y señala cuales son los “pseudomedios”? ¿por qué razón, en muchas ocasiones, lo que se difunde por las redes sociales ha de tener menos utilidad y veracidad que las tontadas que cuentan algunos “medios serios”? Venga, ya estamos con censuras y monopolios sobre la verdad oficial.
Y luego que la peña joven, y no tan joven, pasa de las noticias. ¿Os extraña?