Recuerdos de libertad sin flores (I) / Dionisio Sánchez


Por Dionisio Sánchez
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net

    A medida que   vamos cumpliendo unos años, y más aquellos que hemos pateado la ciudad con fruicción e intensidad, la urbe, nuestra metrópoli, se nos va haciendo más corpórea…

…y prensil y sus entresijos van teniendo cada vez menos secretos para sus pateadores

    Cuando éramos muy jóvenes e inexpertos, creíamos, por ejemplo, que el alcalde era un señor todopoderoso que estaba rodeado de una guardia pretoriana a su servicio para impedirnos el uso de sus calles y sus plazas. Bien es verdad que algunos alcaldes incluso crearon cuerpos especiales para, mediante acciones rápidas y peliculeras, meternos el miedo a quienes gustábamos de los espectáculos o las acciones callejeras. Lo cierto es que nunca pudieron con nosotros porque éramos pocos y elásticos y ellos muchos y rígidos (principio fundamental de la acción callejera).

    Si alguna vez nos daba la gana, montábamos unos caballetes, unos tableros y bajándonos las sillas y las viandas de la casa de cada uno en el barrio y, aunque parezca increíble, nos atizábamos unas lifaras sin cuento en la plaza de la Santa Cruz, por ejemplo. Si la policía acudía al aviso chivato de algún chicharrón cubierto de sarna y abrigado de envidia, el grupo se disolvía como por encanto y allí no había pasado nada. Unas cañas en el “Juanico” y a seguir con la faena de vivir.

     Recuerdo (en modo “abuelo cebolleta”) que, en cierta ocasión, cuando cambiamos de “cueva” o local de ensayo teatral de la calle de las Vírgenes a la calle Predicadores, a la vista del espacioso sótano ( que anteriormente había albergado un secadero de plátanos), estudiamos la posibilidad de hacernos nuestro propio teatro. Recientemente se había celebrado el “Día de las Fuerzas Armadas” (al que por cierto no fuimos invitados) y todas las gradas que se habían utilizado para que los culos de los zaragozanos de bien se aposentaran durante el recorrido militar por el Paseo  de la Independencia, quedaron finalmente amontonadas en el patio central del Matadero de la ciudad. Entre ensayo y borrachera, se elaboró un teatro de bolsillo con escenario, vestuarios, urinarios solo de pis a suelo libre, zona de maquillaje, mesas y sillas obtenidas de la calle, velas y al fondo unas extraordinarias “gradas” que habíamos ido a “cuasi” robar al Matadero y que luego de unas  truculentas maniobras habíamos conseguido meter en “la Cueva”. Estas maniobras conllevaban, aparte de cargar sin levantar sospechas del personal de Matadero las partes de las dos gradas en la vaca de una furgoneta “Mercedes” de un discretísimo color  morado (aún no había sido engendrado Echenikón, el faraón de Aragón), reventar (por la noche y sin levantar sospechas) una enorme reja de ventilación del sótano (nuestra “Cueva”) ya que los soportes de la grada no cabían por las intrincadas escaleras  que daban acceso a nuestro futuro teatro. Ningún vecino nos delató ya que sabían que, aunque un poco chafarderos  y ladronzuelos de lo público, la “cultura” estaba por encima de esas pequeñas capturas. Otros, rojos, por cierto, ya recibían subvenciones y no  necesitaban interpretar el papel de “cacos urbanos”.

    Terminado el agotador trabajo nocturno, bebimos vino con gaseosa  a espuertas en el “Dani” y pusimos, al  final y disimuladamente, la reja en su sitio hasta que, ¡por fin!, y a la semana siguiente, pudimos sellarla con cemento. Y, por cierto, inauguramos nuestro propio teatro, a tope de público, con entradas a 100 pesetas, con derecho a un bebedizo a base de un combinado del peor champán que había entonces en el mercado, un tal “Dubois”,  con ginebra y coñac y pelarzos de manzana, sentados alrededor de una mesa con velas o en la “grada municipal” y viendo los espectáculos más increíbles de la historia teatral zaragozana. Sin Autores, sin policía, sin un problema, sin un duro, poniéndonos, actores y público, ciegos como piojos, pero haciendo que nuestros esfuerzos “culturales” llegaran a todos los conciudadanos al módico precio de 100 pts. Y si alguien se pasaba el índice y el corazón por la naríz, entraba, naturalmente, gratis.

    No quiero extenderme en este apartado, pues hay esbozado  a garabateos un “nobelo” de más de 500 páginas que no presentará el señor Melero para no forzar su habitual ubicuidad, pero que, si Dios quiere, verá la luz, si las enfermedades no se ceban en el autor,  cuando tenga un huevo libre. Las cosas son así de sencillas.

     Pero en la ciudad de entonces, antes de que los grillos comenzaran su “cri-cri” abrumador amplificado por ese demoniaco artefacto llamado RD (Redes  Sociales) que ha conseguido maravillosamente dar voz a los sin voz pero, a la vez, amplificar la vanidad y a soberbia de  los más capullos de los que conviven con nosotros, iban pasando muchas cosas aunque no había flores. Por ejemplo, si había, en su lugar, rayas de coca que se servían en los baños del comedor municipal.

     Pero eso ya es otra historia motivo de otro comentario pollero aunque este lo vamos a terminar de modo atípico: quiero recomendarles, de corazón, un libro que me ha impactado y que fue un regalo de mi  gran amigo y pintor Ignacio Mayayo. Se trata de “Sapiens”, escrito por Yual Noah Harari, que es catedrático de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén y que es  un libro con muchas virtudes: está escrito con claridad, introduce varios temas interesantes sobre diversas disciplinas y plantea puntos de vista provocativos sobre la historia de nuestra especie. Estos elementos lo hacen un extraordinario libro de divulgación científica e histórica y explican parte de su popularidad.

   Este texto nos muestra que el ser humano es fascinante y a la vez peligroso, que hemos sido capaces de crecer porque hemos antepuesto el bien común al individual (incluso en las sociedades más capitalistas) y que nuestros “mitos” ahora son para nosotros más reales que un océano o el sistema solar.

    Harari es considerado uno de los intelectuales más influyentes de nuestro tiempo. Su libro “Sapiens. De animales a dioses” ha sido un éxito casi al alcance del enjambre de los nuevos   escritores recorreferias  y poetas de única lectura de la gusanera, ya que ha vendido –el pobre-  más de 21 millones de ejemplares en 65 idiomas.

      Amigos, compañeros y  camaradas: ¡A caballo! ¡Yihiiiiii! ¡Salud!

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