Ni la gente es más tonta ni hoy se pueden decir menos cosas / Antonio Tausiet


Por Antonio Tausiet
http://tausiet.blogspot.com

     Hoy estaba tomando algo con unos amigos, cuando nos ha saludado un brillante profesional de lo suyo, que ha lanzado dos mensajes muy extendidos entre la crema del arte y la intelectualidad.

    Primero ha soltado que el número de tontos crece, cuando es notorio que se mantiene en niveles similares desde que los primates evolucionaron a homo sapiens sapiens. Se parece la cosa a la de que los jóvenes de hoy en día son más díscolos, o a la de que la música o el cine de determinadas décadas eran mejores, siempre en el pasado.

    Los viejos de hoy no tenemos ni idea de lo que bulle entre las nuevas generaciones. Por supuesto, bulle entre sus minorías, como ha sucedido siempre. De hecho, las herramientas cada vez son mejores y las oportunidades de conocimiento mayores.

    Paréntesis textual: “Encuentros negacionistas”.

    Vas caminando tranquilo junto a un amigo negacionista, han cerrado el bar, cada uno a su casa, cuando se encuentra con un conocido, te presenta, le das la mano, y resulta ser un policía negacionista, que se puso una dosis de la vacuna porque tenía que viajar, pero sólo una, que asegura que la pandemia fue un ensayo para ver cuánto tiempo nos podían tener encerrados, y tu amigo negacionista le sigue el rollo porque los dos son negacionistas, y cuando el policía acaba por fin de soltar su basura negacionista, vuelve a extenderte la mano y se la das porque no quieres que se desvele tu condición de enemigo de los militares, los curas y los policías, porque no quieres que se desvele tu apoyo al método científico y a la razón y a la ilustración, porque no quieres que se sepa que tú crees que hubo una pandemia real, una enfermedad masiva provocada por un virus, que mató a miles de personas en todo el mundo, y si estábamos encerrados en casa era porque es lo más lógico cuando se desatan enfermedades contagiosas mortales.

    Es el final de un día en el que has tenido que aguantar el discurso descerebrado de otro amigo en el café, cuando asegura que no apoya a la ciencia porque se puede comprar, porque confunde la ciencia con los científicos sin ética, porque le da igual que los seres humanos nos hayamos dotado de una herramienta universal de prueba y error y cuando se aplica, tu amigo del café cree que es una conspiración y además habla de discurso oficial y de que él no se lo ha creído nunca, equiparando las mentiras de los Gobiernos con la evidencia médica, y tú, que siempre has sabido que hay maniobras políticas para desviar la atención y controlar las mentes de las masas, quedas como un pardillo que defiende a los investigadores porque no sabes que todos están comprados por las mismas corporaciones que inventaron, según ellos, la pandemia del coronavirus.

    Resulta que los poderosos en la sombra nos van a hacer comer insectos porque eso es lo que les conviene, ahora que cuatro ecologistas pagados por multimillonarios socialdemócratas dicen que criar vacas masivamente perjudica al planeta, ahora que las organizaciones internacionales que cuando dicen cosas cabales no sirven para nada pero cuando dicen cosas que no gustan a los negacionistas son un instrumento de los que realmente nos echan los virus y nos cuentan las guerras al revés, porque el país que tiene razón siempre es el contrario al de los noticiarios, que por supuesto siempre han estado manipulados pero el policía negacionista y el amigo negacionista del café son los más sabios del planeta y ellos saben cuál es la verdad, la verdad revelada por los vídeos de las redes sociales donde unos pasmarotes aseguran que todo es mentira y ellos son verdad, la verdad revelada por su chifladura.

    Hay negacionistas ultraderechistas y hay negacionistas anarquistas, y curiosamente niegan lo mismo, la evidencia. Pero hasta hoy no me había encontrado con un policía negacionista. Y este es el punto en el que hay que explicar lo que es un negacionista. Se trata de una persona que no tiene capacidad para distinguir la información veraz de las invenciones creativas de los energúmenos con micrófono. Le da igual si se trata de aviones que nos fumigan para uniformizar nuestros cerebros, de terraplanismo, de reuniones secretas para inocularnos enfermedades fabricadas, de extraterrestres que nos enseñaron a construir pirámides, de feministas que quieren destruir la masculinidad de toda la vida, de regularizaciones de inmigrantes para quitarnos las esencias cristianas y el trabajo, o de datos falsos sobre el calentamiento global para destruir el tejido industrial que tanto bien nos hace a todos los trabajadores y emprendedores.

     La plaga negacionista de los enemigos de la razón no es una novedad, porque no hay una tendencia actual de un aumento de bobos respecto a tiempos pasados. El porcentaje se mantiene al pasar de los años, y sigue habiendo una mayoría, como siempre, de personas que creen en dioses, en numerología, en energías inexistentes, en trascendentalidades, en percepción extrasensorial, en duendes, hadas, demonios y marcianos. Su discurso alternativo a la realidad científica es un eficaz suministro de historias de ficción para la literatura, el cine y las demás artes. Mientras tanto, los dueños del dinero, los poderosos de verdad, se carcajean y siguen acumulando capital a costa de la explotación de los miserables. Como ha pasado siempre.

    Mañana saldré a la calle y me encontraré con buenos amigos negacionistas. A decir verdad, los que defendemos el sentido común somos unos aburridos, porque no convivimos a diario con verdades mitológicas, conjuras recónditas, axiomas esotéricos, secretos de Estado y otras imbecilidades falsas que son la chispa de la vida. Sobre todo para los que no tienen vida.

    Y resulta que el idiota era yo, porque es evidente que la vida se rige por números concretos, santos protectores, líneas de la mano, cosas ancestrales, acupuntura, grafología, aura, virus fabricados, dibujos en el cielo, fases de la luna, jalea real, aristocracia, blandiblub, el olor de la tierra tras las lluvias, tesoros escondidos, aquelarres, naciones, patrón oro, la música religiosa, plantas nucleares, feng sui, taichí, chacras, psicoanálisis, feromonas, rudimentos, tradición, palmatorias, Jesucristo, magnetizadores de agua, alineación de planetas, horóscopos, rutinas, risoterapia, reflexología podal, constelaciones familiares, protocolos de Sion, aceites esenciales, llamadores de ángeles, telepatía, rogativas, apariciones de la Virgen, desfiles militares y minerales mágicos.

   Cierro paréntesis textual.

    El segundo mensaje del brillante profesional, y acreditada buena persona además, entremezclado con su impecable defensa del humor como refugio, ha sido que hoy en día nadie aceptaría escuchar el chiste que ha contado, que incluía un defecto físico. Ninguno de los cinco que le escuchábamos ha puesto reparos a su chanza. Es más, se la hemos reído.

    Hay una corriente mayoritaria de antiguos izquierdistas revenidos que defiende que antes todo era mejor. Habría que preguntarles qué entienden por “antes”, porque si se refieren a su juventud, es obvio que su cerebro ilusionado y su cuerpo a prueba de drogas eran más eficaces. Pero quizás borran voluntaria o involuntariamente que “antes” era cuando existía la censura estatal, cuando se seguía fusilando gente y cuando la libertad de expresión era una quimera mucho peor que la actual.

    Porque tontos ha habido siempre, y gente cuya degeneración cerebral se añade sin hacer ruido a la lista que denuncian ellos mismos, la de los que creen sin saberlo que no existe el progreso y la de los que aceptan de rodillas el mensaje de moda de la inexistente cultura de la cancelación y la censura de la izquierda. Esto último es flagrante, porque consideran un ataque a la libertad lo que no es más que la defensa de los derechos humanos, la igualdad y la justicia social, que, quieran que no, va calando     entre los jóvenes concienciados. Como siempre.

     Y qué decir del simpático personaje con el que he acabado tomando unas cañas, antes de subir a casa. Está convencido de que la clase política es, sin excepción, enemiga del pueblo. Le he puesto el ejemplo de un intachable amigo mío, que tiene un puesto importante en un partido político. Entonces me ha dicho que si es intachable es porque no ha llegado al poder, en cuyo caso procedería a encarcelamientos injustos y otras lindezas similares. No le he contradicho, porque desconozco esos siniestros futuribles, pero creo que no es lo mismo partir de presupuestos humanistas que hacerlo desde el racismo, la exclusión y la caverna.

    Ni la gente es más tonta, ni hoy se pueden decir menos cosas, ni el poder corrompe por igual a los podridos que a los sin pudrir. Y si fuera así, no existirían ni los avances políticos, ni los sociales, ni los tecnológicos, ni los culturales. Cuando defiendo que no ha surgido todavía una nueva vanguardia artística en nuestro siglo, a mis contertulios desideologizados, es decir conservadores, se les hace la boca agua porque creen que les doy la razón en su cortedad de miras contradictoria, que defiende lo que en el pasado luchó contra su inmovilismo nostálgico. Digo que no ha surgido esa vanguardia, pero no digo que no surgirá. De hecho, quizás esté ante nuestros ojos cansados y no la veamos. Y si no es así, pronto llegará.

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