La peste móvil  (I) / Dionisio Sánchez


Por Dionisio Sánchez & +
Director del Pollo Urbano
elpollo@elpollourbano.net

 Queridos amigos, compañeros y camaradas:

    La peste negra fue una pandemia que devastó la Europa medieval entre 1347 y 1352.

     Esa plaga mató a 25 o 30 millones de personas, aproximadamente. La enfermedad se originó en Asia central y,  según dicen, fue llevada a Crimea por guerreros y comerciantes mongoles. Luego se extendió rápidamente por las regiones de la cuenca mediterránea y el resto de Europa en pocos años.

     Hoy en día se estima que la cantidad de usuarios de móviles  en el mundo superó los 6.800 millones en 2023, lo que supondría  una tasa de penetración de teléfonos inteligentes en 2023 cercana al 85%.

    En los tiempos que vivimos, en la era digital, donde los móviles se han convertido en extensiones de nuestras manos, es irónico cómo la comunicación entre humanos, en lugar de   fortalecerse, a menudo se ve obstaculizada.

     No es baladí, pues,  abordar el fenómeno de la incomunicación que surge entre las personas cuando, paradójicamente, parece que es connatural al ser humano, el  disfrute de la charla o la conversación. Es cada vez más frecuente ver mesas de jóvenes o adultos en los bares agarrados a su móvil, mirando la pantalla y rodeados del silencio más absoluto.

     ¿Cuántas veces hemos presenciado reuniones sociales, viajeros en el autobús o en tranvía, e, incluso, caminando por las calles, donde todos están absortos en sus teléfonos? La incomunicación se manifiesta en la falta de contacto visual, en la atención dividida y en la desconexión emocional que se debe experimentar cuando se presta más atención a las pantallitas  que a las personas que están físicamente presentes.

      En un mundo donde estamos más «conectados» que nunca, la realidad es que muchas personas han experimentado una desconexión palpable en sus relaciones interpersonales. Los móviles, que deberían facilitar la comunicación, a menudo se convierten en una barrera invisible que impide el flujo natural de la conversación. Sin duda, ha llegado hasta nosotros “la peste del móvil”. Lo que todavía no se ha registrado es que haya muertes físicas por su uso desmesurado, pero seguro que estamos asistiendo a una alienación del ser humano como hasta ahora no se conocía. Ya existen, también (¡y menos mal!),  grupos humanos  en defensa de la palabra que prohíben su uso mientras se almuerza o vermutea. Naturalmente, son tratados de “marginales” por la mayoría apestada por la movilitis

     Otro efecto dañino de esta pestilencia contemporánea es que  la comunicación a través de mensajes de texto casi por sistema  carece de la riqueza que arropa  las conversaciones cara a cara. La incomunicación se revela en la frialdad de las respuestas automáticas, en la pérdida de matices y en la falta de conexión emocional que solo se logra a través del contacto directo.

    A más a más, aparece otra secuela:  la atadura invisible  que engrilla a los que sufren “movilitis”,  ya que las notificaciones (a través de wasaps), y  que fueron diseñadas para mantenernos informados, a menudo, se convierten en cadenas que nos atan a la necesidad de estar siempre disponibles. La incomunicación surge cuando las conversaciones reales son interrumpidas constantemente por la necesidad de responder a un mensaje o verificar una notificación, siempre más importante para un movilítico que la conversación que se pudiera estar manteniendo.

    Es decir, la habilidad de sostener una conversación significativa parece desvanecerse en la era de los móviles. Las personas que disfrutamos charlando (antes personas “normales”)  a menudo nos encontramos frustradas al intentar mantener una conversación real en un mundo donde la atención a los mensajes cortos y rápidos son la norma para los afectados por la peste del móvil y no, como debería ser, la charla que estábamos manteniendo

     En penúltima  instancia, la incomunicación generada por los teléfonos móviles debería ser una  llamada de atención para reconsiderar nuestra relación con la tecnología. Al ir observando los efectos adversos de la sobreexposición a las pantallas, deberíamos  trabajar para restaurar la autenticidad en nuestras interacciones, redescubriendo –si aún es posible- el arte perdido de la conversación y reconectándonos genuinamente con aquellos que aún la valoran si queremos sobrevivir. En un mundo inundado de “mensajitos”, a veces la verdadera conexión se encuentra en el silencio compartido y en las conversaciones sin interrupciones tecnológicas.

    Tal vez la pandemia de apestados movilíticos no deje ni siquiera los muertos de la  histórica  peste negra, pero seguro que dejará millones de alelados. Y a nosotros, últimos dinosaurios analógicos, tal vez nos enseñen en las residencias a tocar el único botón que tendrá nuestro último móvil: el botón  rojo que avisará a la enfermera que nos hemos hecho puta  caca encima de nuestro  pijama de abuelo, jubileta y hablador

     Amigos, compañeros y camaradas, ¡A caballo! ¡Yihiiii! ¡Salud!

PD: Y de poco va a servir ahora prohibir el aparatito  en las escuelas. El alcohol y el tabaco ya lo están y ambas sustancia hacen estragos día a día entre los más tiernos de nuestros  congéneres. La “movilitis” ya es la nueva plaga bíblica que se ha instalado masivamente y sin remisión  en nuestra achacosa sociedad.

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