Por Mariano Berges
(Profesor de filosofía)
Me propongo escribir sobre la juventud española y rápidamente descubro que es un asunto muy complicado por su carácter poliédrico, difícil de catalogar.
Por lo que intentaré aproximarme, sabiendo ya de antemano que voy a dejar muchos vacíos y que voy a pecar de generalidades.
Aunque sea un trazo muy general, los jóvenes españoles del siglo XXI tienen una buena preparación académica, pero tienen dificultad para integrarse en la sociedad por falta de trabajo, trabajos precarios y/o poco gratificantes. También los titulados universitarios carecen de trabajos acordes con sus características y, con frecuencia, tienen que salir fuera de España, con un regreso difícil o imposible. La convivencia con sus padres es muy positiva y la emancipación del hogar paterno muy tardía. Pero, a pesar de todo y como siempre han hecho, los jóvenes también buscan dar sentido a sus vidas.
De todos los problemas que actualmente tiene España, dudo que haya otro más importante que el problema de los jóvenes y el empleo, y, consiguientemente, el acceso a la vivienda y su emancipación de la familia, que en España es la más tardía de Europa.
Recuerdo que la famosa Moción de censura que presentó Tamames y apoyó Vox, fue un espectáculo patético promovido por un anciano, cargado de méritos y de años. Sin embargo, y haciendo bueno el aforismo de quien tuvo retuvo, en medio de la maraña ininteligible de preguntas y propuestas, Tamames hizo una pregunta que ningún político de los intervinientes contestó. La pregunta era: ¿Por qué hay paro en España si los inmigrantes encuentran trabajo? O era absurda la pregunta (no lo creo) o la respuesta interpelaba a todos los políticos y por eso no se atrevieron a contestar. Se convirtió en una cuestión tabú a lo largo del debate.
Algo falla en la estructura social, económica y formativa de un país que tiene la tasa de paro mayor de la UE y en el que, al mismo tiempo, la imposibilidad de disponer de mano de obra se ha convertido en una de las principales preocupaciones de las empresas, que tampoco están por la labor de incentivar condiciones y salarios. No sirve el argumento racista y estúpido de que los inmigrantes vienen de fuera y les quitan a los de aquí el trabajo que les pertenece. Porque sucede justamente lo contrario, que los inmigrantes no le birlan el trabajo a nadie, sino que aceptan trabajos que están vacantes, si bien mal retribuidos, por eso están vacantes. Pensemos en la hostelería de la grandes ciudades o playera o la agricultura fruticultora, que prácticamente desaparecerían si no fuera por los inmigrantes. Pero la necesidad de trabajadores no se ciñe a la hostelería y agricultura, sino que la falta de mano de obra se extiende a otros muchos sectores más cualificados: desde el comercio, el transporte o la construcción hasta la informática, la ingeniería y la propia sanidad pública.
En un país en el que estamos permanentemente en campaña electoral, aunque no haya elecciones, la inmensa mayoría de los dirigentes políticos eluden esta cuestión del trabajo juvenil porque posiblemente va a propiciar una polémica social que puede dañarle electoralmente. La simplicidad de los debates, por ejemplo, sobre el modelo educativo y la formación profesional, es con seguridad una de las agravantes, porque no tiene contacto con la realidad, sino que prima la confrontación política. Cada debate de educación en España acaba siempre reducido a agrias polémicas sobre la educación sexual o la religiosa, mientras que se ignora lo más importante, los problemas laborales de la juventud española, con un 30% de los jóvenes menores de 25 años en paro. Y en muchas provincias esa cifra asciende casi al 50%.
Esa precariedad laboral, sumada a la inflación y al aumento constante del precio de la vivienda, dificulta progresivamente la emancipación juvenil en España. A pesar de la recuperación económica, el porcentaje de jóvenes que vive con sus padres se ha incrementado en los últimos años. Esto muestra la situación tan precaria y difícil a la que se enfrentan las nuevas generaciones. Además de las dificultades para que una parte de la población, habitualmente la más vulnerable, pueda desarrollar sus proyectos y futuros de vida como deseen. Por lo que es imprescindible generar políticas que ayuden a aumentar la proporción de juventud independizada, ya que ello implica aumento de empleo y vivienda para ellos. Pero no solo políticas públicas, también cultura empresarial incentivando trabajos y salarios acordes con los tiempos actuales y con las necesidades reales. Hay que redistribuir mejor las rentas entre el capital y el trabajo.