Un hombre bueno / Julio José Ordovás


Por Julio José Ordovás 

   Se ha convertido en un tópico decir de alguien, como decía Antonio Machado de sí mismo, que es bueno en el buen sentido de la palabra.

     Pero en el caso de Paco Bailo esto es estrictamente cierto. Con su coleta ‘hippiosa’, sus gafas de profe ensimismado y su inevitable Ducados en la boca, Paco pasea su bonhomía por las calles de la Magdalena. Aureolado por una nube de gorriones, porque es un Francisco de Asís laico, va repartiendo sonrisas a todos los que nos cruzamos con él por el barrio.

   Paco, como aquel personaje mesiánico de Vargas Llosa, es tan delgado que parece siempre de perfil, y sus ojos, aunque miopes, también arden con fuego perpetuo. El fuego de la bondad y de la inteligencia. Amante de la música clásica, le gustan los escritores de frase larga y sintaxis laberíntica, por eso ama las prosas musicales de Julien Graq y de Thomas Bernhard.

   Paco tiene espíritu de cantautor y la inmensa suerte de compartir techo, lentejas y aventuras docentes con una mujer como Carmen Carramiñana, tan inteligente, combativa y buena como él. Feliz en su huerto de Bolea, un huerto sin tapias ni vallas, esperando que florezcan los almendros y los cerezos, conversa con los topillos y los ratones, recitándoles versos de Silvio Rodríguez.

   En sus melodiosos pero afilados artículos de ‘El Pollo Urbano’ renuncia al lenguaje narrativo de la clase dominante y clama contra las opresiones, contra la insolidaridad, contra la barbarie y las injusticias que asolan el planeta porque, a pesar de los pesares, él no ha perdido la confianza y la esperanza en el ser humano y sigue creyendo, y yo lo admiro por eso, que un mundo mejor es posible.

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