Provincianos / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
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    Ocurrió una vez que, en un lugar impreciso de la tierra, sus habitantes confundieron fatalmente lo provincial con lo provinciano; así, fueron descuidando lo suyo…

…hasta tal punto que empezaron a olvidar quienes eran y de dónde venían. Ignoraron el valor de las cosas y pareció que nada importase. En las poblaciones que habitaban, los tejados sucumbían a la ruina y la herida mortal del abandono agrietaba sus muros. La tradición y los orígenes se disolvían al siniestro compás de la muerte, y para cada baja, no hubo reemplazo en dar un paso al frente. Bastantes creyeron que alzar la voz no serviría de nada y se fue extendiendo, como un manto gris que no calienta, la resignación, mal de lepra indolora, silenciosa y ajena. Tan letal que no deja tiempo de saber que has perdido el tuyo, tan necesario para escapar, y tan valioso para seguir resistiendo.

    De este modo, entre unos y otros, consiguieron acabar con la autoestima. Como suele pasar en esos casos, la desconfianza vino a ocupar el vacío, y quién más, quién menos, fue apilando piedras en su tapia. El de la otra puerta pasó de vecino a enemigo, con esa obstinación que da la ignorancia. En realidad, era envidia, que siempre vivió debajo de la boina.  Da lo mismo, la cuestión fue que el desastre no fue percibido por las propias víctimas, o sea, aquel pueblo se internó en el Sinaí y todavía no ha salido. Cuentan otros, sin embargo, que no traspasaron la muga de lo provincialmente provinciano y que nunca tuvieron la necesidad de correr mundo, un mundo que era mejor tener enrollado a la cintura que no desenvolverlo. Y cuentan también de cómo creció el censo de los iniciados, esos también iluminados de visión cateta que pescan en el río revuelto de las apariencias.  Debieron ser muy hábiles pues siempre se les encontraba en todos los caldos gordos. Conseguían engatusar al resignado con mil artimañas y añagazas. Se ungieron sin pudor con el boato de la inefabilidad que otorga la pretendida excelencia y en el país de los ciegos fueron los tuertos.  

   Ocurrieron muchas cosas más en aquel tiempo. Una al menos era cierta, aquel pueblo no tenía solución.

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