El libro de Ángelus / Kynos


Por Kynos

    Tan solo, tres fragmentos de este manuscrito han llegado hasta nosotros. Su factura es atribuida a San Jerónimo. Teólogo y compilador de fabulosas historias (s.I d.C).

     Algunos estudiosos coinciden, que «El libro de Ángelus» (escrito mágico-ritual acerca de la muerte y el renacimiento de los ángeles) debía constar de un total de siete «capítulos». Por ser siete, el número más emblemático y definitorio dentro la mística cristiana. Siete son, los pecados capitales. Siete también, las plagas que Dios atrajera al pueblo egipcio. Mucho se ha especulado sobre el contenido de las cuatro primeras partes. Una de las figuras claves, en el estudio de este pergamino, (El profesor Dissel Nughent) sostiene la teoría: De que, los cuatro primeros «capítulos» fundamentarían, una presumible configuración del Orden Divino. Es decir, donde los arcángeles figurarían como los guardianes destinados a observar y a dirimir el destino de todos los seres creados por Dios. En la última parte, observamos una visión apocalíptica inquietante. La llegada para el hombre del Último Día, El Juicio Final. El escrito de San Jerónimo, de trazado ambiguo y oscuro, ilumina lucida y desesperanzadamente un momento clave de la civilización. Que bien podría ser nuestro presente. En notable desequilibrio: Pobreza y desigualdades sociales, enfermedad. Y ansias de poder, causantes de numerosos conflictos bélicos. Esperemos se trate tan solo de una fabulación…  Júzguenlo ustedes. Sin mas dilación: “El libro de Ángelus”.

V

 

¿Quién fui, …

 qué soy? Sino es,

un trozo de madera carbonizada;

Tronco cortado al que dotaron de nueva savia.

Calentaron me entre encendidas brasas,

y enfriaron me después. 

Tras el fogonazo que abriera mis ojos,

resurgí de las llamas…

Semejante a la estrella

de resplandor rosado,

que ilumina a los humildes.

De lo muerto, y sin vida,

nació el leve ímpetu…

Del gastado aliento.

Y desde el negro ocaso

Llegué a un nuevo lugar…

A otra tierra.

 

VI

 

    Ageo el escultor fue mi artífice.

     Una noche mientras dormía, aparecí ante el. Llena de gracia, aureolada…

   Semejante a un milagro; Flotaba, por encima de las aguas, en un remoto oasis.

    Ageo no pudo olvidar una imagen tan hermosa.

    Y enamorado de mí, comenzó a recrear un ideal. Aquel que viera en su sueño.

   Para las alas, eligió madera de abeto del Senir. El mejor cedro proveniente del Líbano, conformaría mi cuerpo.

   Estaba tan obsesionado con este trabajo, que acabo por convertirlo en una especie de «misión» divina. Encerrándose en su taller, pulia y modelaba mi apariencia sin descanso. Desde los primeros rayos de sol, hasta su caída al atardecer.

    El Altísimo, no era ajeno al trabajo del escultor, y lo contemplaba con curiosidad. Ageo, marcaba con las gubias los delicados brazos, y las finas ondulaciones de mi cuerpo. De su diestro cincel surgieron los senos, como dos pequeñas frutas estriadas. Con estraordinaria sensibilidad, iba esculpiendo los nervios. Que habrían de conducir sin él saberlo, el liquido vital… controlador del ánimo.

Sus últimos esfuerzos se concentraron en terminar mis alas. Alas, que habrían de desplegarse después, durante muchísimo tiempo poderosas.

Durante 30 largos e intensos días, el hábil artista concreto mi aspecto. Y cuando la última tarde iba ya a morir, acabó por suavizar delicadamente con su cepillo, cualquier imperfección. La superficie, de la ángelica estatua totalmente pulida, brillaba como la luz de Luna. Ageo, dio dos vueltas alrededor de la estatua. Y penso…  que era la mejor talla que hubiera hecho nunca. Y siendo ésta tan perfecta, pensó… que tal vez, su obra, pudiera cobrar vida. Así de inmenso era el amor, que el maestro sentía hacia mi.

   Aunque también, sentía celos por mi belleza, y a nadie queria mostrarme…. celos de compartir con alguien, su tesoro…

   Sorprendido Dios, por el gran talento de Ageo; y la grácil fragilidad contenida en aquella figura, tuvo envidia. Y decidió, arrebatarme a él. Para poder cumplir sus fines.

   El viejo maestro salio a la calle cavilando que hacer con su obra. Cuando una repentina nube de cansancio, enviada por Dios, se cruzó en su camino. Al instante, noto su cuerpo agotado, atribuyendolo, a la dura jornada. Y sin darle mayor importancia, decidió tenderse a descansar un rato, debajo de un olivo. Contemplando las brillantes estrellas, quedo sumido en el más profundo de los sueños.

    La noche, se torno silenciosa. Y el taller del viejo, situado en una apartada colina, quedó a merced de la oscuridad. Cubierto por luz deslumbrante, El Supremo Creador bajo a buscarme. Cogiéndome por la cintura, ascendí con ÉL, como vertiginosa estela, hasta su morada. Allá en los cielos. Y colocándome delante de su pulpito. Realizó los ritos necesarios para infundir vida a un ángel:

    En primer lugar, sopló mi rostro, para darme calor. Seguidamente, diome certero golpe entre las dos alas, con la fuerza del yunque… Para templar mi espíritu.

   Y tras hacerlo, susurró mi nombre tres veces a modo de sortilegio. Para dotarme del aliento vital. Aquella vez, fue la primera, que escuché la música resplandeciente de su gloria. Y me llamo Rut. Por mis cabellos rojizos, y por la dulzura que mi interior atesoraba…

   Nací de un sueño. Y así…

  Lo quiso el Señor.

 

VII

 

*Año 2022 de nuestro Señor:

   La raza humana se ha  extendido sobre la faz de la tierra, creciendo sin medida.

   Al otro extremo del mundo, lejos del pueblo de Israel se haya una gran metrópolis; donde millones de personas conviven. Allí, el hombre orgulloso, ha construido altos edificios metálicos, que desafiantes se alzan hasta el cielo, como torres de Babel.

   Oh! Infieles…Adoradores de imágenes y símbolos de riqueza. Dios, destruirá vuestra codicicia. ¿Qué o quién? podrá salvaros ahora. Esta vez no habrá diluvio, ni arca para librar a unos pocos. Tampoco un arco iris, ni un pacto para los hijos de los hombres. Sólo un enorme estruendo que borrará cualquier forma de vida… una espesa nube de humo y cenizas lo cubrirá todo. Y solo hallareis oscuridad…

     Rut llora. Posada sobre las alturas de un “rascacielos”. Contempla el último atardecer de la tierra. Un hermoso cielo naranja, salpicado por pequeñas líneas violetas. Es consciente, de que el bello instante, que reconforta su espíritu, no es diferente a los demás… sino único. Porque he de temer al Señor, y a sus represalias. Piensa… Dios será injusto con los justos. Y terrible con todos. ¡Porqué odiar! No es preferible amar… por doloroso que resulte confiar en el hombre. Ellos, si confían… en Él. Aunque no siempre sean conscientes. No deseo ser verdugo… ni testigo de la masacre.

   ¿Que importa ya? Llego la hora… de morir. Sus brazos tenues, se apoyan sobre el borde. Están empezando a adquirir la tibieza de la carne. El miedo sublima la debilidad de su cuerpo. Y las alas se han convertido en inútiles apéndices, desposeídas de la fuerza de antaño. Ahora sonríe frente a los elementos con la candidez de un ser humano mientras el viento arrulla sus cabellos rojizos.

   Y acomete firme el preciso paso…. Falta apoyo. Ya fuera y sin suelo. Su cuerpo es atraído por el precipicio… Ya no difiere en nada del vacío. Pesa, pesa …cada vez más rápido…Leves recuerdos, antiguos trazos…

  Como una muñeca ensartado, yace 80 metros mas abajo, Sobre la aguja verde de otro edificio. La sangre, esta vez roja resbala por la marmórea cúpula. Cesaron sus espasmos y el pálido rostro quedó congelado con mueca súbita y tranquila.

  Dos lágrimas humanas caen al asfalto.

*Traducción de Xavier Colominas / Ediciones Pairos 1997 /Barcelona.

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