In Memoriam / Andrés Sierra


Por Andrés Sierra

  Gallizo, local emblemático y habitual para muchas personas de la Magdalena.

    En una ocasión, alguien a mi lado ve entrar a un conocido suyo y me dice: “Viene media empresa”. Quien entró ni lo conocía yo ni él a mí.

    Con el tiempo (más de alguna vez) coincidíamos en el bar. En algún momento entablamos conversación sobre alguna trivialidad; y así nos fuimos conociendo…

    Bajo el estigma de la amplitud mental que exonera la cuadrícula cuasi inamovible y estúpida, hay más matices (dependiendo de cada persona) a tener en cuenta, por ejemplo ese factor de aventura y de riesgo.

    La primera vez que fui a las fiestas de San Fermín, cómo no, me coloqué en el recorrido del encierro.

     Un amigo me dijo que había participado en el encierro muchas veces, le gustaba. El corazón a doscientas pulsaciones, la adrenalina… obviamente me pasó lo mismo, pero ese riesgo, para mí, era superior a lo que podía soportar. “Esto no es lo mío”, me dije. He vuelto varias veces a Pamplona en San Fermín y la atracción del encierro, pero para verlo, no a correrlo.

   A ese riesgo hay que añadir el miedo. Cuántas veces me han preguntado, sabiendo que soy escalador, si no tengo miedo. Claro que sí, muchas veces, la cuestión es controlarlo; de lo contrario mal. En alguna ocasión no ha sido así, con lo cual, lanzas las cuerdas y bajas rapelando: “Hoy no es un buen día para escalar”.

    Fue lo que me pasó en mi primer -y único- encierro al ver pasar de cerca los toros.

     Sobre el miedo… hay muchos; recuerdo que conozco a una persona con un miedo escénico que le ha sido imposible superar. Por supuesto, en unos más que en otros, ese miedo existe. Otra vez, la cuestión es controlarlo, cada cual con subterfugios diferentes.

   Solamente he ido en avión una vez en mi vida, de Barcelona a Palma de Mallorca.

     Estando en el aeropuerto mi amiga y yo, vemos en el panel de información que el avión es “delayed”.Nos informamos y nos dicen que viene de Madrid y aún no ha salido de allí. Opción: beber cervezas para pasar el tiempo de espera más ameno.

     Estando en pleno apogeo de beber y beber, anuncian el embarque. Una vez ya en el avión me da el punto de hacer un poco de teatro, aprovechando el empuje de unas cuantas cervezas y le comento a mi amiga de ponerme en plan histérico, ya que es la primera vez, a lo que ella me responde: “Por favor, no me hagas esta faena”. Accedo a su ruego, sobre todo porque es una persona muy tímida, pero me quedé con las ganas de hacer una pequeña representación.

      La vuelta –volvía solo- fue en barco, me gusta más y también porque lo del avión no me hace mucha gracia; eso de meterte en un supositorio con alas… y yo he volado en ala delta, pero el piloto era yo, en un avión no, y vete a saber los carajillos que lleva encima el comandante manejando el aparato.

      Me viene a la memoria un amigo que viajó mucho por muchos países, evidentemente en avión, en una ocasión, antes de iniciar el despegue, se dirige a los pasajeros el piloto a modo de bienvenida: “Soy el comandante Gullón…” (Gullón, una muy conocida marca de galletas) a lo que mi amigo me comentaba; nos vamos a dar la galleta, seguro.

     El sentido del humor, fundamental para poder vivir dignamente e incluso asumiendo un desenlace posiblemente nefasto.

  Ese valor de afrontar el destino  con entereza cuando el giro de la vida, ya sea o bien por equivocación o por circunstancia, es cruel.

   Hay que evitar banalidades insulsas.

    Hoy vuelvo a ver el latonero enorme del parque Bruil y pienso sobre la vida.

     Yo volvía a Zaragoza desde Riglos tras una jornada de escalada. Para mí, casi un ritual lo de parar a la vuelta en Ayerbe a tomar una cerveza.

      En una plaza del pueblo estaban actuando. Fue la primera actuación que vi. Me acerqué a él  (ya nos conocíamos) a la trasera del furgón para saludarle mientras se vestía de Fu Manchú con sus zancos ya puestos preparado para actuar…

P D

                                                 OBITUARIO          (de Asís Alonso) 

 

No lloréis por mí, en la alta Hora,

Yo, que tanto os quise,

Después de los años.

 

Y pondré yo una sonrisa,

En el lecho de mi muerte

Menos dolorosa que aquella otra

Que, todos los días, ponía yo,

Para vosotros siempre,

Desde el lecho de mi vida.

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