Por José Luis Llera Gil
Cómo he dicho otras veces no deseo escribir de política, aun cuando puedo hacerlo por mi historial, por lo que pido por ello disculpas a mis lectores y voy a referirme todos los meses…
…a partir de ahora, a un capítulo de mi vida, llamativo, curioso e interesante que, en repetidas ocasiones, ha merecido la sugerencia de mis amigos reiterándome el por qué no escribía un libro con mis vivencias que a veces también les he relatado.
Bueno pues, hablando en asturiano “dempués de vellu gaiteru” y en esta primera ocasión voy a narrarles mis primeros 10 años de existencia.
Después de la guerra civil en España, una alcarreña joven apenas de 25 años, tuvo el valor, la ignorancia, la valentía o la necesidad, de tomar un tren en la Estación del Norte de Zaragoza con sus tres fillus pequeños, y viajar adonde estaba destinado su esposo teniente de infantería es decir a Gijón.
Entonces los maquis pululaban por los montes asturianos siendo un riesgo para ellos, para los militares y los ciudadanos normales, cuando se encontraban cara a cara unos y otros.
En el largo trayecto Zaragoza-Gijon, y compartiendo con otros viajeros la comida que llevábamos en la fiambrera para el viaje como era habitual, llegamos a Gijón cansados y negros del carbón utilizado por las máquinas que arrastraban los vagones de madera.
Allí nos recibieron las personas con las que íbamos a compartir nuestra estancia en esa población ya que mis padres habían realquilado dos habitaciones en su vivienda con derecho a cocina. Tuvimos la gran suerte de conocer a unas personas magníficas que ayudaron mucho a mi joven madre, que nos trataron con un cariño especial y hacia las que siempre hemos tenido un cariño muy sincero: Paco, Nieves, Lupe y Paquín. También tuvimos ocasión de conocer y convivir con Julín, sobrino carnal de Nieves y quinto mío, con el que hemos tenido también una extraordinaria relación.
Allí y así nos establecimos, en mi caso hasta los 9 años, pasando los difíciles años de la postguerra, rodeados de mucha hambre, y de ahí que repetidas veces amigos de la calle Marqués de Casa Valdés, donde vivíamos y jugábamos, entre boñigas de caballo o vaca, compartiéramos la frase de ¿Me das la gaspia? cuando comíamos una manzana producto consumido con profusión por no haber otra cosa que llevarse a la boca, en el Gijón, de aquel entonces.
No puedo olvidar el cariño que Paco padre me tenía y mostrado en muchas ocasiones después de haber compartido con él un huevo frito de paloma pues tenía varias mensajeras y por tanto la oportunidad de comer alguna de ellas. También me llevaba a pescar pues siempre me ha gustado el mar y de ahí que un día al intentar coger una caña que estaba en la pared, sujetada, me enganché un dedo en un anzuelo que colgaba de un sedal, y tuvieron que llevarme a la Casa de Socorro, donde me lo quitaron y donde tuve la triste ocasión de ver el primer cadáver de mi vida que después de ser monaguillo en Zaragoza, me sirvió muchísimo.
En los años que viví en Gijón, comencé a ir a una Escuela de parvulitos, donde el maestro me enseñó una poesía, que después tuve que recitar en bastantes ocasiones, a cortarme el pelo en una peluquería unisexo, en la que el único peluquero empleado me daba tirones tras tirones, escuchar por radio todos los años la retransmisión de la cabalgata de Reyes, durante la cual los niños pedíamos vociferando lo que queríamos que nos trajeran y que casi siempre era lo mismo, como en mi caso, que recibía el 6 de enero un coche pulga, o varias piezas de fruta, y que también Lupe, igual que un niño, pedía tabaco, pues fumaba, utilizando hojas de panizo en sustitución del papel, muy escaso y caro, que secaba al Sol con esmero y cortaba al tamaño idóneo para liar un cigarrillo.
A los 8 años, pasé a estudiar en el Colegio de los Jesuitas de los Campos Elíseos, cerca del río Piles, teniendo siempre en el recuerdo una tarde a la salida del mismo en que nuestra vivienda estaba en llamas, y la ayuda que recibí en el examen de ingreso al Bachillerato cuando el profesor veladamente me corrigió el año del descubrimiento de América, lo cual me permitió poner el 1492.
Casi todos los domingos de primavera y verano, íbamos a Las Mestas a merendar, para lo cual teníamos que cruzar por un puente el Río Piles que desembocaba en el mar cerca de la playa. En Las Mestas se celebraban campeonatos de equitación.
También asistíamos a representaciones de zarzuela en el Teatro Robledo que serían de gran satisfacción para nosotros y que nos permitieron ahora recordar y conocer todas ellas del repertorio español.
Con una tenue luz, hacíamos las tareas en casa, y recuerdo años después que Paquín, hijo de Paco, un mecánico que trabajaba en La Morera, finalizó la carrera de practicante, ejerció en el Real Oviedo, como tal, y quiero añadir que se casó en esa Ciudad con una médico y tenía una o dos hijas con igual profesión a la de ella.
Cuando yo tenía diez años de edad volvimos a Zaragoza, yendo a vivir a la Calle del Gato, posteriormente llamada Escosura, en un piso propiedad de Pascual Guíu afinador y constructor de instrumentos musicales de cuerda, siendo vecinos de una familia de Gárgoles, pueblecito de Guadalajara, compuesta por Isidro y Pilar y sus tres hijos Juan, Santiago y Lorenzo.
Pocos días después fui con mi madre a solicitar plaza en el Colegio de los Salesianos, sito en la Ciudad Jardín, adonde he estado ligado posteriormente siempre, y a la entrada tuve la ocasión de conocer a Emilio López (el chango), casado años después con Maruja, de Albalate del Arzobispo (Teruel) y tristemente fallecido bastante joven. Llevaba una sahariana color caki y fue el primer alumno de este Colegio que conocí.
A los pocos días comencé en los Salesianos y pocos meses después comulgué un poco mayor de la edad habitual en aquel entonces, por darse la circunstancia de que mis padres querían la hiciera en Zaragoza, al tener aquí amigos y familia. Efectivamente así fue, pero como la vida da tantas vueltas, tuve que hacerla con un traje muy bonito por cierto, pero prestado por una familia amiga.
En fin amigo lector: Aquí dejo retazos de los diez años primeros de mi vida en la seguridad de que serán del agrado al menos de mis amigos.