Señorías / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás
Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza 
Asesor editorial del Heraldo de Aragón
(Publicado en Heraldo de Aragón) 

    El vaticinio es difícil. La moción de Abascal ha confortado a los suyos, Casado mejora posiciones y Sánchez cobra réditos a corto plazo.

      Por lo demás, hubo tres intervenciones más interesantes, por motivos distintos, en el debate del Congreso, el día 22.

Nivel penoso

   La de Adriana Lastra, porque evidenció el penoso nivel parlamentario y político del socialismo orgánico al que personifica, situado en su punto más bajo desde 1977; es difícil de asumir tanta brocha gorda y tanto tópico en la portavoz del partido con más votos de nuestro país. La tradición socialista más ilustrada, que aún se esconde en ciertos rincones del partido, no puede, o sabe, o quiere remediar este declive, que se disparó cuando Javier Fernández arrojó la toalla frente al sanchismo. Lastra como imagen del PSOE es una afrenta a la historia del partido, solo comparable con la de Sánchez, concluyendo un debate de Estado con recurso a la hipoteca bancaria suscrita por el candidato frustrado, ya derrotado sin remedio.

Mejor que su partido

     Interesante fue la de Pablo Casado, el líder del PP. Deshizo la incógnita sobre su actitud y se situó en los dos planos mayores, el político y el retórico, por encima de Abascal, el candidato fallido. Al revés que en el caso de Lastra, el orador pareció más fuerte y capaz que su partido, al que se ve sin rumbo claro; y desvanecido en regiones donde la derecha nacional se ha esfumado a causa, sobre todo, de sus propios errores.

La clase y el mitin

      Y digna, en fin, de análisis fue la de Pablo Iglesias, en dos partes seguidas. Primero, en el tono quedo de sus momentos doctorales, pontificó con una lección bachilleresca sobre las derechas decimonónicas españolas, en la que enhebró a Donoso Cortés con pedantescos clisés (lacanianos de segunda mano, pues los toma de Laclau) sobre la monarquía como ‘significante identitario’.

   La segunda parte fue un mitin patriótico-populista tácticamente hábil, en un terreno donde apenas tiene rival en la política española. Se vació tanto que renunció insólitamente a su turno oratorio restante. Llevó el estilo magisterial al punto de tutear a su contraparte: «Tú, Pablo», reiteraba a Casado, con forzada llaneza, como la del tutor que reconviene comprensivamente al escolar pillado en falta. Una horterada.

Costumbres antiguas

    Una olvidada tradición establecía que un parlamentario no debía dirigirse a otro en el hemiciclo, sino en todo momento al presidente. Se procuraba, así, evitar enfrentamientos directos y enconados. La presidencia actuaba como un colchón silente, era un intermediario cuya función consistía en recordar tácitamente al orador que no debía recurrir a ataques personales, apóstrofes, dicterios ni amenazas, pues hablaba al presidente.

 

    El tratamiento de Señoría, que sitúa al diputado en un plano de respeto formal similar al de un juez, se usaba por eso en tercera persona, Su Señoría, no en segunda, como pediría la interpelación directa: Vuestra Señoría.

    El discreto artificio de encauzar el discurso a través de la presidencia convertía a los restantes diputados en terceras personas para el orador: Sus Señorías. Eso ha desaparecido incluso en los tribunales, donde ya no se oye ‘Vuestra Señoría’ y todo el mundo interpela al juzgador diciéndole ‘Su Señoría’, como si no le hablase directamente.

   El aragonés Juan Moneva, de saberes varios (era canonista, químico y nada imperito en lingüística) avisaba, allá por 1936, de que ya se venía diciendo Su Señoría en lugar de Vuestra Señoría, cuando ‘Vuestra’ correspondía al interlocutor y ‘Su’ al objeto del discurso. Esto es: el diputado A se dirige al presidente para señalar tal cosa sobre Su Señoría el diputado B. Y el presidente, si habla con el diputado A o con el B, los tratará de Vuestra Señoría. Vuestra Señoría A se ha referido a Su Señoría B. Y añadía Moneva, comprensivo: «No es fácil substituir el tratamiento ‘Su Señoría’ dado en diálogo al interlocutor, por ‘Usía’, que es el que lógicamente corresponde» Porque Usía y Vuestra Señoría son la misma cosa. Los coroneles lo saben bien.

    Y anota sobre el tuteo: «Con el despotismo islamita coincide el tratamiento de ‘tú’ entre cada dos personas, aunque una de ellas sea el Soberano (…); y cuando el trato europeo ha introducido en las gentes semitas más adelantadas el uso de algunas fórmulas de cortesía occidental, como dirigir un hombre a otro el vocativo ‘señor’ -en turco, ‘effendi’-, también ese vocativo se ha generalizado en la conversación, y el ministro de la Guerra del Sultán y un limpiabotas se llaman recíprocamente ‘effendi’, mientras dura el arreglo del calzado de Su Alta Excelencia».

  Si bien los turcos no son semitas, limpiabotas o ministros se ve que, al menos antaño, tenían más cortesía y respeto por el otro que hoy en España algunas Señorías de escaso señorío. Lo malo es que a nadie le importe. Porque eso se acaba pagando.

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