Toque de queda / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
http://eugeniomateo.blogspot.com/

   Es de noche, en realidad, faltan unos minutos para la media noche. Hace un rato llovía y estoy escribiendo este artículo para el Pollo en la primera noche bajo el toque de queda.

    Por mi ventana no tengo grandes vistas, vivo en una calle secundaria en la que sólo veo las macetas del vecino de enfrente, pero imagino la cercana avenida vacía, totalmente vacía. Acaso las farolas sólo iluminen el asfalto brillante por la lluvia y nadie camine bajo esas luces. De vez en cuando, un coche, o quizá ni eso.

    Escribo bajo el toque de queda como el clandestino que algunos quisimos ser, aunque esta vez no son textos comprometidos en ninguna lucha empírica, ahora son mensajes desde una botella a la que arrastran las mareas, y nos sentimos solos en mi casa mi desasosiego y yo. Ya sé que el enemigo es invisible y muy peligroso con sus aerosoles. Ya sé que la guerra no fue declarada de antemano. Sé tanto como nada, exactamente nada y dudo que alguien sepa mucho más por mucho que alardeen.

   La noche queda para los zombis. Ellos podrán recorrer las calles en busca de la sangre de los sanos. Bajo las sombras de neón, el desierto urbano contará de encuentros soterrados bajo el anonimato y tras las ventanas se irán apagando las luces de los dormitorios hasta que no quede más luz que la del sueño. Se abrazarán los cuerpos que se quieran mirando el reloj de su deseo y los demás enterrarán en la almohada un breve estertor de miedo. Mañana será otro día y volveremos a ver la luz, zombis adiestrados bajo las mascarillas, como una legión de enmascarados. Saldremos a la calle, como siempre, dispuestos a hacer cola para comprar pepinillos o la prensa. Hay tiempo hasta el próximo toque de queda, suficiente para olvidar la propia estupefacción. Siempre nos quedarán las terrazas como retaguardia y habrá que ir haciendo rogativas para que el invierno no sea muy crudo. Por lo demás, la vida seguirá influida por la lista de contagios y nada fuera de eso, parecerá tener ya importancia.

    Nos olvidamos pronto de cómo hemos llegado hasta aquí y un regusto amargo del reflujo del carajillo devuelve a la memoria las tardes inacabables del confinamiento. Las verbenas en terrazas a las 8 en punto. Las escapadas por el perímetro de un kilómetro. Las descubiertas al amanecer en busca de los besos de la amada. El tiempo gris por fuera y negro por dentro. Aquellos policías de balcón… Nos olvidamos de que estamos jugando a la ruleta rusa y no debemos olvidar que somos parte del experimento.

   Duele esto de sentirse parte de un factor imprevisible, de ser sólo estadística. Duele no saber por dónde llegará el peligro, y no es miedo lo que se siente, sino indefensión. Te sientes desprotegido por los mismos que deberían protegerte e indefenso ante el virus. Queda la reclusión durante el toque de queda para soñar con quimeras, y como la imaginación es libre, vienen a mi mente, al galope, las sendas imposibles de las gleras en la cumbre de los montes que idealizo. Dormiré ausente de mi reclusión, ajeno a una piel confinada hasta que el gallo cante tres veces, como si no hubiera existido el pasado y la noche, sólo una pesadilla que olvidar con nuevos sobresaltos. Dormiré porque lo necesito y a la vez intentaré evitar ese paréntesis porque tengo que vivir despierto para seguir sorteando las sorpresas.

   Las muescas en la culata de mis defensas se han ido grabando a golpe de fracasos, y me doy cuenta de cuántos de ellos no fueron de mi incumbencia, que me fueron impuestos por la vida sin ser el responsable, y de nuevo, otro fracaso más que se instala conmigo y me denigra, sin permitir la épica o el romanticismo, sin animar la pasión generosa de las buenas causas, sin recompensa tácita por los buenos tiempos. Esta noche, escribo como suelo, embebido en la calma del toque de queda, pero dándome cuenta de que todas las noches pueden ser toque de queda y ser su prisionero es tan sólo cuestión de filiación en el cuestionario de las prioridades.  

Artículos relacionados :