Estado de alarma / Mariano Berges


Por Mariano Berges

    La palabra clave de esta semana es “estado de alarma”. Es un término bélico porque eso es la actualidad, la guerra contra el virus.

    Quizás la característica más llamativa de este estado de alarma sea que la implementación de las medidas queda en manos de los presidentes autonómicos, con un órgano de cogobernanza (el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de salud) que se reúne periódicamente. Es una medida de corte federal. A ver si aprendemos. Pero no, ya han salido dos gobiernos a protestar, el nacionalismo catalán y el madrileño, más por autoafirmarse que por mejorar la propuesta. La postura de la presidenta madrileña ya se pasa de esperpento. Oyéndola se pasa vergüenza ajena. Su ignorancia y su atrevimiento van parejos. Sin embargo, casi todos los demás están de acuerdo en que el estado de alarma es una herramienta necesaria jurídicamente de la que cuelgan todas las medidas autonómicas que se quieran implementar por parte autonómica, sin necesidad de ninguna tutela judicial posterior.

    La clase política nacional ya ha empezado a discutir, que si es mucho tiempo, que mejor dos meses y luego ya hablaremos. Cuando puede ser perfectamente al revés, aprobemos seis meses y si la situación mejora mucho, suspendemos la alarma. La cuestión de informar y controlar puede ser perfectamente compatible con los seis meses de vigencia. Prácticamente, todos los expertos están de acuerdo en que hay que poner un horizonte largo de tiempo, para no repetir el error de la trepidante desescalada de junio. Hasta que haya vacuna o tratamiento. Ni hay navidades ni puentes festivos ni Semana Santa. Solo hay virus, nuestro enemigo.

    ¿Han aprendido algo nuestros dirigentes? La gente sí que ha aprendido: a obedecer, a ser disciplinados, a ser prudentes, a tener paciencia, a sufrir. Excepto algunos, claro. Algunos dirigentes o no han aprendido nada o, lo que es peor, usan el coronavirus como instrumento político contra el Gobierno. Qué agradable sería que por unos días callasen algunos políticos sobre la pandemia y dejasen de decir tonterías. Se purificaría tanto el ambiente que hasta el virus pensaría en irse por falta de contaminación.

    ¿Qué ha fallado para que estemos como en marzo? Ha fallado, evidentemente, la prevención. Parece que en España solo actuamos cuando el peligro lo tenemos encima. En la primavera, cuando todo estaba fatal, todos nos pusimos las pilas y, mediante el heroico confinamiento, se atajó el virus. Luego vino la desescalada y volvimos a las andadas de “a vivir, que son dos días” y nos pegamos la segunda hostia. Ahora volvemos al segundo estado de alarma, tarde como siempre pero bienvenido sea. Y aún hay algunos que lo cuestionan. Dejémosles en paz y nosotros a hacer lo que hay que hacer. Pero, una vez más, volvemos a responsabilizar casi en exclusiva a la gente. Las autoridades no se atreven a prohibir, solo a recomendar. Así no vamos a ninguna parte. Las sociedades democráticas funcionan con leyes, y las leyes obligan democráticamente. Me estoy refiriendo al posible confinamiento domiciliario que posiblemente habrá que volver a hacer. Los números de los contagios lo dirán. Ojalá me equivoque.

    ¿Por qué los partidos políticos son tan incapaces de ponerse de acuerdo, cuando sindicatos y empresarios sí lo consiguen? Quizás sea porque los sindicatos-empresarios juegan con las cosas de comer. Los partidos no sé con qué juegan, ni siquiera en un momento como el actual en que nos estamos jugando el país, la gente del país. Y no es por el uso de la fina dialéctica, porque en España la dialéctica es de garrotazo goyesco. Los discursos de los partidos son distintos cuando están en el gobierno o en la oposición. Incluso intercambiables entre ellos. Mal está eso, pero en momentos cruciales como el actual eso es imperdonable. El español y su cainismo genético. Pero no, los partidos van por un lado y la sociedad (silenciosa) va por otro. Luego nos quejamos de la desafección política. ¿Será que el síndrome de la guerra civil aún sigue? ¿Siempre va a haber vencedores y vencidos? No, por favor, la Transición sí existió, y fue ejemplar, con sus olvidos y errores. Pero, ahora, suena estridente por comparación. Quizás por eso, a muchos no les gusta, y la zarandean o la falsea

  ¿Qué queremos? Algo tan sencillo y tan vulgar como una democracia que funcione. Y que los partidos se perciban a sí mismos como meros instrumentos al servicio de una sociedad democrática. Y no al revés, la sociedad al servicio de los partidos. Ahora toca derrotar al coronavirus, con las menos bajas posibles. Pues eso.

Publicado en : https://www.elperiodicodearagon.com/

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