El Gran espectáculo / Raúl Navarro


Por Raúl Navarro

El Gran Espectáculo

En el pueblo de Glenville siempre hay polvo.

Polvo, arrastrado por el viento,

Polvo acumulado en los porches de las casas,

 

…donde algunas mujeres tejen punto

durante las horas mas calurosas del dia…,

y aguardan a sus maridos para cenar.

 

El atardecer naranja se ha posado sobre los tejados

y en el horizonte, puede apreciarse mirando

hacia las Colinas azules

una difusa silueta negra que se acerca.

Son ellos…

 

Los rostros están contentos.

La comitiva de celebración avanza

entre vítores, como un gusano perezoso.

Algunos personas desde los balcones, lanzan serpentinas

y el cielo se convierte en lluvia de perlas

Todas las ventanas,  se abren de par en par,

para ver pasar la diligencia de los artistas.

«Compañía Wendal» en única función para Glenville.

Una pancarta que pende de un lado al otro de la calle principal,

da la bienvenida a los forasteros. Desde el hallazgo de la

mina de oro, en el Valle del Álamo

nadie ha visto semejante alborozo.

Los hombres van delante codo con codo, hacia el gran salón

formando una cadena humana, 

Bigotes bien peinados

mandíbulas mascando tabaco,

caras sucias.

Allí estan todos:

El alcalde Jhonson, Rinclif el banquero , Walter Banner el herrero…

Ni siquiera los vaqueros que cuidan del ganado en el Rancho Fortline,

han querido perderse el destacado evento.

Las mujeres forman corrillos y charlan animadamente.

Un rumor corre como la polvora… dicen que la compañía,

esta compuesta por  músicos cubanos y  danzantes europeas… 

que vienen desde muy lejos. ¡ Nada menos que del Canada !

Los niños, protagonistas por excelencia, corren entre la multitud

buscando los mejores sitios. Cerrando la marcha del festejo,

van las prostitutas y un poco mas atrás, los sorprendidos

fieles de la iglesia del sagrado Rosario,

igual que urracas negras.

 

Salen porfin del carromato, los artistas, abrazados por el júbilo del gentio,

que se agolpa ante la entrada del Casino de Glenville.

Lugar escogido, para albergar la extraordinaria actuación.

Los hombres nerviosos ante el comienzo, se acercan a la barra

para pedir una cerveza o un trago de alcohol,

y quitarse el sombrero.

Las puertas voltean por última vez,

y ningun alma se ha quedado fuera…  

 

*Las coristas:

Cuatro rechonchas calabazas

Cuatro mujeres gordas… bailan. Sobre un escenario

de ridículas dimensiones. Vestidos rojos,

de generoso escote, con lunares blancos.

Unas faldas con volantes, les cubren las rechonchas piernas,

hasta las pantorrillas. Alrededor de  sus grasientos cuellos

exhiben collares de cuentas.

Sus zapatos, también rojos, coronados por una flor,

aprisionan sus piececitos … y ejecutan

con deliberada lentitud, una serie interminable

de pasitosos cortos, meciendose como pesados embutidos…

Moles de carnes plañideras…

Caderas bamboleantes a punto de perder el

equilibrio sobre su eje amorfo.

El escenario no podra soportar tanto volumen.

¡ No debió nadie, no !. Sentarse en las sillas de las primeras filas.

Pues el público cercano puede verse amenazado,

por estas cuatro inmensas calabazas.

El tablado de madera que parece un barco a punto de naufragar,

pronuncia crujidos de queja.

Con cejas pintarrajeadas y caras  empolvadas de blanco

realizan muecas torcidas de payaso…

mientras sus ojos cristalinos, parecen estar contemplando

a un público imaginario e inexistente.

Las cortinas de terciopelo verde que sirven de fondo,

remarcan el patetismo dramático de la escena.

 

*Los músicos:

Colocados también sobre el entarimado

a la izquierda, detrás de las bailarinas. 

Son una banda de palilleros negros,

que marcan un ritmo cansino.

Unos son mas cortos, otros mas largos…

El mas alto lleva gorra y toca el contrabajo…

Agachado, duerme…

fundido en el sueño a su instrumento.

El resto, marca el viejo son de las cucharas

golpeando al compás finas tablas de madera,

reproduciendo el siseo de la víbora de cascabel.

La atmósfera cada vez mas pegajosa se ha condensado en una burbuja hipnótica …y el tiempo detenido, ha quedado petrificado para siempre

en los ilusionados ojos, de los habitantes de Glenville.

Kynos

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