Calanda, ese oscuro objeto de deseo

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Por Don Quiterio

  Esta duodécima edición del festival de cine celebrado en Calanda y dedicado a la figura de Luis Buñuel cambia de título (adiós a lo de ’22 x Don Luis’) y acoge, por tanto, una nueva etapa, ya sin la presencia del anterior responsable, un dimitido Javier Espada, el charlatán pretencioso, cuyo recorrido puede resumirse con más sombras que luces.

    A la espera de la elección del nuevo coordinador (o coordinadora), el calandino Javier Lorente asumió la responsabilidad de llevar a buen puerto el certamen. Y salió bastante airoso del evento. Solo se necesita que el futuro director (o directora) del certamen no se deje avasallar por presiones de cualquier banda. Y no sé si precisamente musical. No sea que se haya ido Alibabá y, de repente, lleguen los cuarenta.

  Ya se sabe que las bandas culturales están siempre bien organizadas, con la pleitesía de los poderes fácticos, al acecho de las subvenciones públicas. Son las huestes que dictaminan dictámenes, que escriben escritos, que informan de informes, que buscan la retórica como hilo argumental. Son las bandas que se reúnen en torno a una mesa y preparan calendarios, con muescas y espacios en los medios habituales, a modo de orquesta. Hoy aquí, mañana allí. Que se aplauden los unos a los otros. Que se lisonjean mutuamente sin rubor. Son las charangas cuyos sonidos no traen tonos nuevos. Estamos, señores, ante el festival de cine calandino dedicado a su ilustre paisano. Que esto no quede en el de Tarazona y Paco Martínez Soria, por el amor de dios, con todos los respetos a unos y a otros. No sea que el festival de Calanda se convierta, maldita sea, en ese oscuro objeto de deseo. A ver si, al final, salimos de Guatemala y terminamos en Guatepeor…

  El festival se inauguró con una muestra de varios óleos y dibujos del pintor zaragozano Eduardo Laborda (ver artículo en la sección ‘Exposiciones’), un autor que también ha hecho sus pinitos como cineasta y en cuya filmografía siempre está presente Buñuel, en espíritu y plasmación. Es una pena que, junto a su exposición, el festival no cayese en la cuenta de programar una retrospectiva de su obra cinematográfica, para unir dos territorios –la pintura y el cine- vitales en el artista zaragozano. Y ya puestos, tampoco hubiese venido mal programar ‘Miente y serás feliz’, esa película mexicana que hace honor al anterior director del festival. Son las grandes olvidadas.

  Una vez inaugurada la exposición, con una gran asistencia de público, se programó el trabajo menos conocido del director calandino, el cortometraje ‘Comiendo erizos’, gracias a la colaboración de la filmoteca de Cataluña. Buñuel rodó este breve documental mudo de cuatro minutos en 1930, mientras se hospedaba en Cadaqués localizando escenarios para ‘La edad de oro’. Se trata de una suerte de ‘home movie’ sobre Salvador Dalí i Cusí y Catalina Domènech, el padre de Dalí y la madrastra, a los que trata de captar en el entorno familiar.

  Jordi Xifra, profesor de la universidad Pompeu Fabra, fue el encargado de presentar este corto que narra medio día de vacaciones de la familia Dalí Domènech. En las imágenes se aprecia cómo se levantan, toman café y, de aperitivo, erizos de mar. La cinta apareció por casualidad en 1988 en una casa de la hermana del pintor, Ana María Dalí, guardada en una caja de galletas. Al parecer, cuando Buñuel rodó estas secuencias, el padre de Dalí se había peleado con su hijo y lo había desheredado. El trabajo fue filmado con la firme intención de trazar un puente entre padre e hijo. Para el estudioso Félix Fanés, “el filme es un ritual de destrucción, donde el padre aparece como un monstruo devorando a su hijo, en una clara evocación a Saturno. Se trata de una escena de linchamiento simbólico, de muerte ritualizada, que Buñuel supo filmar con la distancia y la pasión características de su mirada documental”.

  Además de los trabajos seleccionados en el primer concurso de cortometrajes ‘Ópera prima’, las proyecciones incluyeron como novedad una sección sobre otras miradas en torno al cineasta calandino, un hermanamiento con el festival de cine de Lebu en Chile y un apartado dedicado tanto al largometraje aragonés de última producción  (‘La novia’, de Paula Ortiz; ‘Nuestros amantes’, de Miguel Ángel Lamata; ‘Huidas’, de Mercedes Gaspar; ‘Refugios’, de Alejandro Cortés; ‘Cano, de profesión incierta’, de Emilio Casanova; ‘Eduardo Ducay, el cine que siempre estuvo ahí’, de Vicky Calavia; ‘Bestfriends’, de Carlos Val y Jonas Grosch; ‘Bendita calamidad’, de Gaizka Urresti; ‘El hombre que quiso ser Segundo’, de Ramón Alós) como al cortometraje, ya de ficción o ducmental (‘Marta Domínguez, la palabra libre’, de Vicky Calavia; ‘Ritmo veraniego’, del grupo DaDá; ‘El día más feliz’, de Gaizka Urresti; ‘Milkshake Express’, de Miguel Casanova; ‘Gira’, de José Ángel Guimerá; ‘Biodiversidad’, de Guillermo Chapa).

  En este sentido, habría que darle la razón a Javier Espada cuando dijo que “esto es un festival de cine de autor internacional, no una muestra de cine aragonés”. Un festival de Calanda, digámoslo ya, al que al anterior responsable no le ha hecho ninguna gracia: ni se asomó ni quiso incluir en la programación su reciente documental ‘Tras Nazarín’. Pero un día sin risa, ya saben, es un día perdido. Detrás de cada risa hay una paradoja, una contradicción, una duda. Uno se detiene delante del padre Nazario que imaginó Buñuel y cree, mientras arenga a los parroquianos, verle reír. A carcajadas.

  Este reciente cine aragonés, ya lo he dicho muchas veces, resulta bastante discutible, por su medianía e insuficiencia. Acaso se salven de la quema, por sus apuestas más arriesgadas y sus resultados nada desdeñables, ‘Refugios’, una relato que sucede entre Argentina y Aragón sobre la difícil relación entre dos hermanos y un amigo de toda la vida, realizado tras la reescritura de un par de cortos del propio realizador; ‘Huidas’, un sugerente -aunque algo disperso- relato de la cineasta calandina, y ‘Bestfriends’, una crónica urbana de cambios generacionales y personajes extremos, sin ataduras ni convencionalismos.

  También pudo verse el elegante cortometraje ‘Timecode’, de Juanjo Giménez Peña –barcelonés que desciende de la localidad turolense de Obón-, el segundo en ganar para el cine español la palma de oro en Cannes, después de haberlo hecho el propio Buñuel con su imprescindible ‘Viridiana’, allá por 1961. El autor catalán de orígenes turolenses cuenta la historia de dos guardias de seguridad que trabajan en un aparcamiento y cuyas vidas nunca se cruzan, pues la mujer trabaja en el turno de día y el hombre en el de la noche. Pero sus secretos se descubrirán a través de las pantallas de seguridad. Una reflexión sobre los efectos de la tecnología, para bien o para mal.

  La muestra, con un atractivo cartel de la diseñadora Silvia Méndez, estuvo comisionada por el doctor en cine Mario Barro, gestor cultural, gran experto en Buñuel y profesor universitario en México, quien charló sobre las películas mexicanas de cine ‘queer’ proyectadas en el festival: ‘Atempa, sueños a orillas del río’, de Edison Caballero Trujillo; ‘Quebranto’, de Roberto Fiesco; ‘Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabará de ser amor’, de Julián Hernández; ‘Deshojando margaritas’, de Gabriela García Rivas, y ‘Lo que nunca nos dijimos’, de Sebastián Sánchez Amunátegui.

  Cinco títulos que se vinculan temática y estilísticamente con la poética del realizador calandino, que se nutren de su imaginario fílmico, cuyo tema central es la identidad sexual para acceder al conocimiento de otras realidades, el único camino posible hacia la tolerancia y la convivencia. Si nos fijamos bien, Buñuel basó su cine en la premisa del conocimiento como fuente de la tolerancia y del reconocimiento hacia la alteridad. Su cine iba en contra tanto de las convenciones de género como de los falsos mitos forjados en la sociedad de la segunda mitad del siglo veinte. Una temática que apasionaba al autor de ‘Los olvidados’.

  De todos estos títulos, habría que destacar ‘Quebranto’, un excelente documental sobre las actrices Lilia Ortega y Coral Bonelli, antes conocido como Fernando García, que en su infancia fue un niño prodigio del cine mexicano y era conocido con el nombre artístico de Pinolito. El realizador –también productor de ‘Mil nubes…’- recupera esta figura y la rescata del olvido cuando ella reivindicó que era una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.

  También impartió Barro un taller para reivindicar el uso de las nuevas tecnologías en la producción y el desarrollo de cortometrajes de bajo coste. Los cortos realizados en dicho taller se exhibieron la noche de la clausura. Otro taller, este de animación, lo ofreció Coke Riobóo, director y animador del que se proyectó su corto ‘Made in Spain’, un retrato surrealista en miniatura de dimensiones épicas que se desarrolla en una soleada playa española, realizado con la técnica de animación conocida como ‘stop motion’ o fotograma a fotograma. Por su parte, Francisco Javier Millán, experto en Buñuel y en el cine latinoamericano, impartió una conferencia sobre el discreto encanto del calandino.

  La participación de los cortometrajes premiados en el festival de cine de Lebu estuvo representada por ‘La niña de mis ojos’, de Mario Selim y Roberto Miranda; ‘Historia de un oso’, de Gabriel Osorio; ‘La flor de Canelo’; de Benjamín Albornoz; ‘7 A.M.’, de Andrea Bastías; ‘Manzanas amarillas’, de Ignacio Ruiz; ‘Niewidzialne’, de Zofia Pregowska; ‘Ecos del carnaval’, de Alejandra Fritis, y ‘El jardín de las delicias’, de Jorge Muriel. Y es que Chile siempre ha sido muy querido por don Luis, un país en el que realizadores como Miguel Littin, Silvio Caiozzi o Alejandro Jodorowski han nutrido sus filmografías con la impronta del calandino. También mantuvo Buñuel mucho contacto con escritores de esta nacionalidad, como José Donoso, que llegó a residir muy cerca de Calanda, en Calaceite.

  También se exhibieron ‘Mi última percepción del primero’, de Dick Verdult, holandés afincado en Calanda que igualmente ofreció un concierto; ‘Mocha Dick, la ballena mapucha’, un corto documental de los chilenos Gonzalo Fredes y Cristóbal Valderrama; y ’Diecisiete años juntos’ y ‘Primeros síntomas’, dos cortometrajes del español Javier Fesser, el último de ellos filmado en Chile este mismo año. Calanda terminó con una mesa redonda (o cuadrada) organizada por la academia del cine aragonés, en la que se sentaron representantes de festivales aragoneses (Huesca, La Almunia de doña Godina, Ascaso…) para compartir las experiencias de cada uno de ellos y se debatió sobre la posible creación de una red corporativa de estas muestras.

  Un jurado formado por Francisco Javier Millán, Juan Villalba y Jordi Xifra –propietario de la casa natal de Buñuel- premió a María Luna por su corto ‘Dada’, sobre la trata de mujeres en África y la explotación sexual, y protagonizado por la propia Luna, Krystel Roche y Tabitha Smith, quienes también fueron reconocidas con el galardón a la mejor interpretación femenina. También se premió al actor Stefan Plepp por el corto ‘Va Banque’, que también dirige. El público galardonó a Miguel Ángel Lamata por ‘Nuestros amantes’, al igual que a uno de sus protagonistas, Eduardo Noriega, como mejor actor. También fue premiado el corto de Fesser ’Diecisiete años juntos’. Además, se premió a Carlos Val por ‘Bestfriends’ (mejor guion y mejor banda sonora) y a Alejandro Cortés y Salomé Jiménez por ‘Refugios’ (mejor director y mejor actriz, respectivamente). Hubo igualmente menciones especiales para Juanjo Giménez por ‘Timecode’, Mercedes Gaspar por ‘Huidas’, Natasza Cetner por ‘Dreamcaught’ y Antonio Aguilar por ‘Garbanzos con azúcar’.

  Se ha iniciado, pues, una nueva etapa en esta duodécima edición del festival dedicado al siempre inagotable Luis Buñuel, inaugurada con una espectacular exposición de Eduardo Laborda. Es de desear que la muestra no se la apropien esas bandas culturales acostumbradas a operar al amparo del poder. De momento, el reparto de premios fue ajustado, con conocimiento de causa, sin galardones a mediocridades aragonesas de la sección oficial. Un buen comienzo. Y un aplauso para el jurado.

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