Por Rafa Gabás
Un grupo de refugiados sirios llega a una pequeña localidad del norte de Inglaterra que lleva 30 años en crisis tras el cierre de las minas; la vida allí gira en torno al único pub, The Old Oak, en el que una buena parte de la clientela es xenófoba (Yo no soy racista, pero…).
Yara (fotógrafa siria y TJ (el dueño del local) serán el nexo de unión entre dos posturas antagónicas.
A partir de ese hilo conductor numerosas subtramas enriquecen y vigorizan el film: el chico sirio que sufre bullying en la escuela, la historia del perrito del protagonista, la habitación trasera en desuso, la situación del padre de Yara en Siria, etc.
Aunque no esté al nivel de Tierra y libertad, La canción de Carla o Riff Raff, estamos ante una de esas películas que podríamos definir como “necesarias” y que lleva el sello de Loach a lo largo de sus 110 minutos. Contar historias y escucharlas ha sido una de las actividades más interesantes y repetidas de los seres humanos desde hace miles de años y Loach es un maestro en el tema, nunca defrauda. Después de 60 años detrás de la cámara y a sus 87 años el director ha dejado para la posteridad una impronta, una personal forma de entender el cine porque, ojalá me equivoque, ésta va a ser su última película.
Loach nos muestra en su testamento una síntesis de su estilo, con una muy personal forma de rodar y de entender el montaje, con abundantes planos largos sin apenas cortes ni cambios de ángulo y un magnífico tratamiento de las escenas colectivas. En casi todas sus películas mantiene un único punto de vista, en este caso es el punto de vista de TJ, el dueño del pub, casi todo el film mantiene su perspectiva; es también curiosa la manera que tiene de enfrentarse al guión (en este caso, como tantas otras veces, de Paul Laverty), dejando espacios, improvisando y ampliando la idea original; y es asimismo admirable y único en su manera de trabajar con una amplio espectro de actores no profesionales.
Loach es un gran observador y de alguna manera obliga al espectador a observar también. ¿Cómo lo consigue? Logra captar la atención por un lado a través de la historia y el guión en sí y por otro y no menos importante a través de su técnica cinematográfica. Es muy gratificante que haya directores que entiendan el cine como como una herramienta para sentir, observar, aprender, debatir, etc. y no como un mero y simple producto comercial.
El poder ha sustituido la justicia por la caridad, por eso Loach muestra, denuncia y tiende puentes, como en la película que nos ocupa; no se limita a aleccionar o dar recetas sino que va más allá, aboga por un sentimiento de comunidad, de hermandad, observando todos los detalles con contumaz perspicacia, con serenidad y menos rabia que en sus anteriores trabajos.
The old oak es una denuncia a las nefastas políticas de inmigración y de asilo de los países que provocan las guerras y venden las armas pero que no quieren saber nada de las consecuencias. Una crítica a los políticos del jardín que se cabrean porque las consecuencias de sus actos les salpican… y ahí es cuando aparece el viejo roble, símbolo de conocimiento, fuerza y sabiduría en la antigua Inglaterra, en la cultura celta y en otras muchas y no por casualidad en la que puede ser la última película de ese gran observador solidario que es y ha sido siempre Ken Loach.
Loach, Dardenne, Guédiguian, Aranoa, Bollaín, Kaurismaki… ¡Qué necesarios en los tiempos que corren!