Perforad, malditos

Por José Joaquín Beeme

   Pringado de crudo hasta las cejas, Jett Rink mira a lo alto del oscuro chorro caliente que la tierra eyacula en el cielo de Texas. Es Gigante (George Stevens, 1956) una summa de tantas otras películas, antes y después, que exaltan la pasión, el delirio, la furia extractiva del complejo industrial norteamericano.
    Gigantes también los nuevos (viejísimos) tecno-depredadores que…

…respaldan al actual inquilino o, a lo peor, propietario de la Casa dizque Blanca, los cuales  abrazan calurosamente el negocio de las perforadoras y las fracturadoras, el sarpullido de pozos propios y el veto imperativo a todos los ajenos. Drill, baby, drill!, hasta que no quede una gota del fósil milenario, oh fósiles de jeta pedernal y recosida pelambrera naranja.

    Magnates petroleros, desde los Rockefeller o los Mellon, han rondado siempre el poder político, pero en ocasiones se instalan en su misma cúspide, empezando por Truman y siguiendo por los Bush hasta llegar al chusco emperador multidecreto de nuestros dolores. Su especialidad histórica, a golpe de continuos ataques, falsedades y negaciones: blindar las fronteras internas mientras van expandiendo las externas. Véase el biopic de Ali Abbasi, que destripa el inclemente credo trumpista instilado por el abogado neoyorquino Roy Cohn. El mundo como inmensa mesa de contratación ventajista; ni socios ni aliados: sólo clientes circunstanciales a quienes engañar, exprimir, derrotar sin paliativos.

    Del expolio de la tribu Osage de Oklahoma, documentado por Scorsese, ya escribí en estas páginas. Pero larga es la tradición del western tiznado de lucilina. Dalton Trumbo hizo una llamada a la rebelión contra el saqueo de tierras petrolíferas en Terror en una ciudad de Texas (Joseph H. Lewis, 1958): un inmigrante, por cierto, combatirá al cacique local y a su prótesis pistolera con un arpón del Mar del Norte. Unas veces una compañía rapaz llega a sitiar, manu militari, el yacimiento rival: Oklahoma, año 10 (Stanley Kramer, 1973), y otras asistimos al ascenso de uno de estos ases del petrodólar: Pozos de ambición (2007), ambientada en California, es la lectura de Paul Thomas Anderson de una novela de Upton Sinclair, la socializante ¡Petróleo!, con el rosario de negocios corruptos, también sangrientos, que forjan al tycoon, y le reducen a impiadosa soledad. 

    No faltan, en ese sentido, películas épicas que ensalcen el frenesí de los pioneros, como esa alternante historia de amistad entre dos magnates salidos de la nada que rivalizan por una mujer y por comerse el mercado del oro negro: Fruto dorado (Jack Conway, 1940), además, presenta a un divertido Spencer Tracy que se burla abiertamente de las orejas de soplillo de Clark Gable mientras Hedy Lamarr oculta sus reales saberes tras una máscara de femme fatal.

     Pero toda esa supuesta grandeza se desmorona cuando el cine explora la turbia lucha por el poder energético mundial. En tiempos de fiera globalización, Syriana (Stephen Gaghan, 2005) nos anunciaba ya el choque de intereses geoestratégicos —yanquis, chinos, rusos, medioorientales— que pueden hacer saltar la chispa en el Golfo Pérsico o en una cualquiera de las repúblicas ex soviéticas.

     Desastre no sólo político; también y sobre todo ambiental. Si Gasland (Josh Fox, 2010) denunciaba la contaminación de las aguas de Pensilvania debida a la hidrofracturación para extraer gas pizarra o de esquisto, Marea negra (2016) reconstruía la explosión que destruyó la plataforma móvil Deepwater Horizon, en pleno Golfo de México (repito: México), mientras perforaba el pozo Macondo, lo que provocó un vertido histórico de miles de toneladas. Sin olvidar ese timbre de alarma que hizo sonar El día de mañana (Roland Emmerich, 2004), una temible glaciación del hemisferio norte, efecto del calentamiento acelerado por la quema de combustibles fósiles, que dispara una migración climática masiva, inversamente ilegal, desde Estados Unidos a México…

     Entraríamos aquí en el fértil cine de catástrofes, variante apocalíptica, que bebe no poco del codiciado magma negro. Cierro en cambio con un documental, a su vez amarga reflexión que nos aparta años luz de la fiebre extractivista que patrocina el ogro republicano: Una verdad incómoda (Davis Guggenheim, 2005) recogía la cruzada verde de Al Gore, ¡un ecologista en Washington DC!, que con apoyo científico mostraba los riesgos del colapso antropogénico, acaso aún reversible, y alertaba del después, una vez alcanzado el siempre inminente pico de Hubbert.

Fundación del Garabato
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