Por Don Quiterio
‘Viridiana’, de Luis Buñuel; ‘La caza’, de Carlos Saura; ‘Atraco a las tres’, de José María Forqué; ‘Volver a empezar’, de José Luis Garci; ‘Encadenados’, de Alfred Hitchcock, y ‘El festín de Babette’, de Gabriel Axel, son los seis títulos seleccionados para la primera edición del ciclo ‘Caja de cine’ que organiza Fundación Ibercaja.
Las sesiones, conducidas por el periodista y crítico cinematográfico Enrique Abenia, tendrán lugar en el Patio de la Infanta, y darán comienzo el tres de marzo para finalizar el veintiséis de mayo.
Realizada entre ‘La joven’ (1960) y ‘El ángel exterminador’ (1962), es ‘Viridiana’ (1961) una obra maestra llena de irreverencia, naturalismo, surrealismo, humor negro y tragedia, la más grande de la filmografía del cineasta calandino y también de todo el cine español. El filme arroja el más turbio claroscuro, tanto fotográfico como moral, que pudiera soñar Galdós, en cuya novela ‘Halma’ se apoya, a través de un guion de Julio Alejandro de Castro y el propio realizador. En la historia de la novicia Viridiana, en las pulsiones y obscenidades de su tío, en el tratamiento de la bondad y la perversión, en la seca y espinosa visión del mundo, en sus magníficas interpretaciones, en su aleación de lo terrible y lo poético, en todo, en fin, hay un golpazo del mejor Buñuel.
La primera colaboración entre Saura y el productor Elías Querejeta se convierte igualmente en otra cumbre del cine español, ‘La caza’ (1965), un filme austero “con cuatro actores y unos conejos” –que diría el cineasta oscense- donde el dicho “hombre, lobo del hombre” funciona como alegoría de los tiempos. Las huellas de Buñuel se hacen patentes en el filme, incluido el guiño a ‘Ensayo de un crimen’ (1955) mediante la quema de un maniquí con un insecto clavado en el pecho. Película seca, densa, turbia, un wéstern de pedernal, sobre unos amigos de cacería, y con diversos niveles de lectura entre la metáfora política, la parábola moral, los ecos de la guerra civil o el documental naturalista, en un arrebato de mirada, fotografía y carácter de lugar y tiempo, de gran significado y trascendencia. Todo ello deriva un importante artefacto, una acertada y punzante, esto es, parábola acerca de la sublevación militar española, un descenso a los infiernos en forma de alegoría sobre la violencia y la animalidad.
Tres hombres y un muchacho van a cazar conejos al coto de uno de ellos, lugar donde sucedió una batalla en la guerra civil en la que los tres, del bando franquista, participaron. Las tensiones derivadas de las apetencias económicas, los rencores larvados y las derrotas personales les harán confluir hacia la tragedia, en un clima de agria tensión exprimida por la asombrosa fotografía del gran Luis Cuadrado. Bajo la apariencia de un estallido de violencia individual, aflora la corriente subterránea representativa de la miseria moral de los vencedores y, así, ‘La caza’ se constituye a la vez en fábula y representación realista. Talento, cercanía, solidez, intensidad, escalofrío, crítica y drama para un filme del que Sam Peckimpah diría que le cambió la vida (dos años después rodaría ‘Grupo salvaje’). El primer título de ‘La caza del conejo’, por sus connotaciones eróticas, es censurado y queda como ‘La caza’, curiosamente mucho más simbólico. La puntilla la da el brillante montaje de Pablo González del Amo.
Es ‘Atraco a las tres’ (1962) una divertida y atmosférica comedia con un conjunto de excelentes cómicos, todos en su salsa, aportando el combustible necesario, para reflejar los tics, las manías y las frustraciones de la España del momento, y que sirve como despiadada excusa, en efecto, para radiografiar arquetipos sociales de la época. La fuerza de la película radica en un guion de humor salvaje que elaboran Pedro Masó, Vicente Coello y Rafael Salvia, y una puesta en escena sencilla, tan fluida como ágil, del zaragozano Forqué. Destacan momentos como el memorable Manuel Alexandre piropeando a una chica por la calle, con esa voz única, y recibiendo de ella un improperio, o José Luis López Vázquez haciendo la pelota a su bella cliente Katia Loritz con ese inolvidable “¡Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo…!”. Un gran homenaje paródico a las películas de atracos perfectos, según el modelo marcado por las italianas ‘Rufufú’ (Mario Monicelli, 1958) y ‘Rufufú da el golpe’ (Nanni Loy, 1959), películas realizadas, a su vez, al amparo de la francesa ‘Rififí’ (Jules Dassin, 1955). Alfredo Landa hace su primer papel importante cuando Manolo Gómez Bur no puede interpretarlo. Un clásico del cine español en el que todo es perfecto… menos el atraco.
Acaso sea ‘Volver a empezar’ (1982) la película más floja del ciclo, una castaña de una sensiblería decididamente preocupante, repleta de nostalgia y mecida por el ‘Canon’ de Pachelbel. Garci pretende desarrollar, sin conseguirlo, una obra atenta a los sentimientos, al paladeo, al aroma, al detalle de lo ya transcurrido pero que aún puede ser revivido por sus personajes, el elogio al viejo amor, a la vieja amistad, a la vida ida. Más aromática resulta, desde luego, ‘El festín de Babette’ (1987), adaptación de un relato de Isak Dinesen, y que nos traslada al siglo diecinueve, en un aislado pueblo de pescadores en la costa danesa, donde la comunidad sigue estrictamente los principios religiosos que su pastor luterano les ha predicado durante años. Cuando este muere, sus dos hijas continúan adelante con su obra y su palabra. Y allí se refugiará una francesa, que huye de la comuna de París, en calidad de cocinera…
Cierro con el broche de ‘Encadenados’ (1946), la película de Hitchcock realizada entre ‘Recuerda’ (1945) y ‘El proceso Paradine’ (1947). Estamos ante una extraordinaria historia de amor con una trama de espionaje, en la cima de la elegancia, de la pasión, de la intriga. El descubrimiento del uranio en poder de un grupo de nazis da pie a situaciones magistralmente narradas y a personajes muy bien descritos. Una película de servicios de inteligencia, de la inteligencia al servicio de la trama, de amores esquivados por el deber y el compromiso y con momentos de beso, de bodega, de escalinatas, de complot y de veneno y villanía. Y con una maravillosa pareja estelar, Cary Grant e Ingrid Bergman, que se convierte en trío con Claude Rains y en cuarteto de soga con la tremenda Leopoldine Konstantin, la madre de todas las batallas. La escena de la llave y la escena final son antológicas. Una de las mejores obras del maestro, técnica y formalmente impecable.