‘Gustavo Bueno, la vuelta a la caverna’, documental de Héctor Muniente

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Por Don Quiterio

  Por su saber, por la gran cantidad de temas sobre los que ha reflexionado y por el enfoque que ha dado a sus estudios, el filósofo Gustavo Bueno Martínez (1924-2016), riojano de Santo Domingo de la Calzada y padre del también filósofo Gustavo Bueno Sánchez, es un personaje que no deja indiferente.

   Sus obras, sus teorías y su participación en múltiples debates siempre ha sido objeto de controversias. Con una gran formación y conocimiento de las principales corrientes de la historia de la filosofía, desde la escolástica hasta el marxismo, no puede ser sometido a clasificaciones fáciles. Aunque el sistema que ha desarrollado es el materialismo filosófico, ello no ha sido obstáculo para ser calificado, indistintamente, por unos y por otros, de izquierdas o de derechas, ortodoxo o heterodoxo, conservador o progresista. Se trata, en esencia, de un gran polemista, que no rehúye ningún tipo de debates, en los que participa con energía, defendiendo y argumentando sus opiniones. Con Gustavo Bueno, pues, se puede estar de acuerdo o no, pero siempre es importante escuchar, y debatir, con una persona que no entiende la filosofía como un mundo cerrado, sino en permanente apertura al mundo de la cultura, las ciencias y los medios de comunicación audiovisuales.

  Por su cuidado estilo, también por su original perspectiva, ‘Gustavo Bueno, la vuelta a la caverna’ es un documental en verdad interesante, realizado poco tiempo antes de su reciente fallecimiento. Dirigido por el aragonés Héctor Muniente (Caspe, 1983), que ya nos dio muestras de su saber cinematográfico en sus anteriores trabajos –‘Bella tierra’ (2008), ‘Quan et moris’ (2009), ‘La roca del Vallés’ (2011), ‘American Greyhounds’ (2012), ‘Comediants, amb el sol a la maleta’ (2013)-, el documento nos sumerge en la polémica personalidad de Bueno, un convencido de que la pobreza de la política no está reñida con la abundancia de la poesía, y que esta va por barrios. Como los arrechos corridos mexicanos, podría añadirse. Tal vez, vista la situación, solo nos puede volver la vista a los filósofos y dar descanso a tantos políticos, economistas y tertulianos, incapaces de salir del bucle que conduce a ninguna parte.

  Gustavo Bueno desenmascara las cosas. Y eso que la máscara ha desaparecido de nuestra cultura. Acaso porque estamos en una sociedad del espectáculo en la que el hombre no necesita desdoblarse, pues ya está forzado a asumir el papel de lo que no es para sobrevivir. En este mundo donde todo es representación, la máscara sería un elemento de verdad al poner en evidencia la farsa de nuestra existencia. No se necesita una careta cuando se vive en la hipocresía. La máscara nos transforma en lo que no somos sin dejar de ser lo que somos. La intención de ocultar la cara nace con la misma conciencia del ser humano, de la que surge la necesidad de desdoblarse en el otro.

  La filosofía de Bueno no es solo denuncia: es dialéctica y confrontación. Para él, el hombre es sujeto de su historia ahora que han muerto sus dioses o carecen de autoridad moral para regir el destino de la humanidad. La tragedia no es un conflicto entre necesidad y libertad, sino la sospecha de que las cosas pueden ser de otra manera y que está en la mano del hombre modificarlas. Todo esto se puede apreciar en sus numerosos libros y artículos: una obra en constante intercambio con las ciencias y la filosofía, la ontología y la religión, la antropología y la política, la ética y la historia, el ateísmo y la televisión.

  Del mito platónico de la caverna habla el documental del caspolino Héctor Muniente, a través del recurso a una clase impartida a sus alumnos por una profesora de instituto. Este hilo conductor, en sí mismo, es un ejercicio filosófico con pizarra incluida. El humor y la fina ironía, asimismo, están presentes en esta película bien entendida, amena, trepidante, toda una radiografía del pensamiento y de la sociedad española del último tercio del siglo veinte y principios del veintiuno.

  El propio Muniente explica muy bien su trabajo: “He querido que sea un rasguño del pensamiento de Bueno, a la par que una invitación a la actitud filosófica en el sentido de Platón, mostrar cómo en el mundo en que vivimos, complejo y saturado de información, de objetos y de ideas que, a menudo, nos aturden, la crítica filosófica permite reinterpretar las apariencias y sombras a las que estamos encadenados”.

  El documental se compone de testimonios de personalidades que han conocido de cerca al protagonista, de artículos de prensa y de cortes de sus memorables intervenciones televisivas. Así, recoge declaraciones de pensadores, escritores y periodistas como Fernando Sánchez Dragó, Eduardo Méndez Riestra, José Ignacio Gracia Noriega, Julia Otero, Javier Nart, Emilio Rodríguez Huerta o Gabriel Albiac. Todos ellos hablan de un filósofo libre, anárquico, sin ataduras, que analiza, escribe, participa en debates diversos y aporta ideas nuevas y originales sobre temas tan variados como la política, la economía, el fútbol, el sicoanálisis, la pequeña pantalla o la empresa de vivir.

  Con todo esto y las propias palabras de Bueno, el documental del director aragonés efectúa un acertado recorrido por el concepto de lenguaje como una de las maneras esenciales de transformar el mundo. El día que perdamos esta ilusión utópica no merecerá la pena ni vivir. La filosofía es una disciplina enfocada a que se piense en libertad, en el lenguaje, esto es, que manejamos, que somos. La filosofía siempre ha sido conciencia crítica a lo largo de todas las épocas. Muchas veces, sin embargo, hablar de filosofía o literatura a los hombres que se encuentran en la coyuntura del hambre y la miseria es un insulto. Sin resolver este problema es de hipócritas pasar al nivel cultural.

  Platón dramatizó, en sus diálogos, escenas de la práctica filosófica de su época: un personaje se encontraba, en los lugares más inverosímiles, normalmente con Sócrates, casi siempre de pie y, mientras iban andando, pasaban revista a cuestiones de gran trascendencia especulativa movidos por alguna urgencia del presente. Leer, todavía hoy, los diálogos platónicos permite descubrir el despliegue dialéctico de un pensamiento que avanza a través de las aportaciones singulares de cada uno de los conversadores, en franca y sincera contraposición de puntos de vista diversos, en busca de una verdad compartida a la cual solo se puede acceder en el marco de la conversación.

  Una práctica en las antípodas de la reflexión autista y ensimismada que una caricatura inexacta, e injusta, ha acabado por construir. Acaso por eso Gustavo Bueno dice que la conciencia le plantea cuestiones y hay que intentar resolverlas. En realidad, como él mismo reconoce, “la filosofía deja de ser un ejercicio intelectual para entrar en contacto directo con la vida”. Si la filosofía sigue siendo más necesaria que nunca es, quizá, porque ha redescubierto, con entusiasmo, los beneficios de su vida compartida. En las calles. En las plazas. En los caminos. En los cafés. En donde, en fin, pasa la vida.

  Buero desconcertaba con un equilibrio a solas, de lobo bueno y pedagógico. No se permitía en la conversación ni un gramo de frivolidad. Sabía que sus pensamientos eran una rara combinación de pirómano en el sequizo y fecundo en lo profundo. Y estaba convencido de la concepción de Stendhal de que somos detalles y de ellos estamos hechos. La polémica, para él, la crean los otros. No se puede polemizar con el vacío. Todo, además, es mentira. Solo la vida y la muerte tienen algo de verdad, especialmente esta última. Y entre la ironía y el fuego, la única muestra de respeto que se puede tener hacia otra persona es hacerle ver que está equivocado, explicándoselo. Ante todo, respeto al contrario.

  La potencia de Gustavo Bueno, ese gran conocedor del pensamiento medieval, ese intelectual sistemático con una hechura de otra época, estaba destinada a desentrañar lo que ocultan expresiones impuestas por los medios y que utilizamos sin reparar en su contradicción. La filosofía no puede ser otra cosa que incorrección, porque establecer los límites entre lo real y lo imaginario, la verdad y la mentira, el bien y el mal, no es algo que todo el mundo esté dispuesto a escuchar. Su exigencia teórica y académica, de rigor implacable pero irreverente, crítica hasta poner en ridículo a Kant o a Descartes, es clave para entender la construcción de un sistema filosófico firme, coherente, de una arquitectónica conceptual ejemplar, capaz de corregir los desenfoques que inducen a confusiones y mixtificaciones.

  Como un nuevo Sócrates que salía a interpelar a la sociedad, a agitar sus cimientos con sus ideas y preguntas, e iluminar el océano de falsedades que nos rodean, Gustavo Bueno protagoniza este excelente documental de Héctor Muniente, a modo de resumen biográfico. Para muestra, este botón: “Hay que triturar. Hay que arrasar, machacar, destrozar, derribar cada una de las ideas que manejamos en el orbe de nuestra cotidianeidad y que, sin habernos dado cuenta, hemos aceptado libremente sin percatarnos antes de si nos ayudan a ser más libres o si nos están limitando el pensamiento, si nos están encerrando en un engaño”.

  Pocos filósofos como Gustavo Bueno ilustran mejor el espíritu errático de nuestro tiempo, en el que las certezas duran cinco minutos. No eludió ninguna polémica. Discutió con tirios y troyanos. Tomó posición cuando se le preguntaba. Y recorrió todos los caminos para terminar en ninguna parte.

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