Por Carlos Calvo
En el siglo dieciséis, Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de un hidalgo de Ávila, se resiste a aceptar su papel de mujer en un mundo de hombres: no quiere limitarse a ser esposa y madre. Tiene que haber algo más elevado. Lo siente. Quiere escribir, leer, aprender. En busca de ese ‘algo’, ingresa en un convento…
…de clausura. Su decepción no puede ser mayor: tras las paredes del claustro reina el mismo materialismo y frivolidad de los que huye.
En 1562, funda la orden de las Carmelitas Descalzas y, posteriormente, con san Juan de la Cruz, crea la rama de los Carmelitas Descalzos.
Sobre san Juan de la Cruz realiza Carlos Saura en 1988 una excelsa película, ‘La noche oscura’, con un gran Juan Diego como un hipnotizado fraile recitando una de las cumbres de la poesía española. A su lado, Fernando Guillén, como hermano carcelero, junto con una sobria y ascética puesta en escena, en un claustrofóbico y mínimo espacio cinematográfico, pero perfectamente iluminado por Teo Escamilla. Una complicada e intimista aventura fílmica que intenta poner en imágenes la vida, pasión y espiritualidad de fray Juan durante su encierro y hostigamiento por sus hermanos carmelitas. Obra que trasciende por no dilucidar si estamos ante el hombre, el santo o el poeta. O los tres a la vez.
De la monja contemplativa y cocinera exquisita (porque “Dios también está en los fogones”) existen unas cuantas versiones llevadas a la pantalla. ‘Escenas de la vida de santa Teresa’ es el título de la primera película sobre la mística y escritora, dirigida al alimón en 1926, todavía en el cine silente, por los hermanos Arturo y Francisco Beringola. Una segunda versión la dirige en 1961 Juan de Orduña con su peculiar estilo ampuloso y teatral, un melodrama que transpira catolicismo por todos sus poros, con una sobreactuada Aurora Bautista. De aquí pasamos a dos series para televisión, sin apenas riesgos y realizadas respectivamente por Pedro Amalio López y Josefina Molina, esta última con una esforzada Concha Velasco.
En 2003, el dramaturgo y cineasta Rafael Gordon se acerca también a la santa en ‘Teresa, Teresa’, y parte del surrealismo para llevarnos a un escenario completamente posmoderno: un plató de televisión en el que la monja (Isabel Ordaz) es entrevistada por una presentadora de moda (Assumpta Serna). El cineasta, escritor y músico de rock Ray Loriga firma cuatro años después ‘Teresa, el cuerpo de Cristo’, un singular y díscolo retrato de la pasión y la época, dando un sentido sexual a sus arrobos, aunque no está claro, esfuerzos aparte, que Paz Vega quepa en el personaje. Y Jorge Dorado, en 2015, filma otra ‘teresa’, con Marian Álvarez de protagonista.
Ahora es una mesurada Blanca Portillo (también Ainet Jounou y Greta Fernández, magnéticas, de niña y de joven, respectivamente) quien le da vida de adulta, moviéndose entre escenarios naturales y revelaciones alucinatorias, en el filme de la zaragozana Paula Ortiz, que adapta la obra teatral de Juan Mayorga ‘La lengua en pedazos’ (2013), construida, a su vez, a partir del corpus teresiano ‘El libro de la vida’. El original y la adaptación cinematográfica se adentran en una mujer que se sitúa ante una serie de decisiones para hacer un examen de conciencia en un momento muy concreto de su vida, de busca de sentido y de preguntas existenciales que recorren su propia experiencia.
En la película, que parte del claroscuro barroco para llegar a las visiones del Bosco, no hay una mirada historicista. Se centra en su lucha interna, sus contradicciones, sus momentos oscuros, en el poder de la duda religiosa y la imaginación como herramientas de fe. La monja sospechosa y sus arrebatos místicos frente al todopoderoso e implacable representante de la Inquisición (interpretado por el algo engolado Asier Etxeandia) que la juzga en pleno Concilio de Trento para perseguir el cierre de su primera fundación, el convento de San José, y la vuelta de la protagonista a la ortodoxia. La figura del inquisidor, esto es, como su doble y su cara oscura, que le viene a presentar el reflejo oscuro de sí misma.
Y entre metáforas y flashbacks, halos luminosos y noches oscuras, frenesíes estéticos y gestos trágicos, misticismos e interrogatorios, sueños y visiones, simbolismos (grotescos) y así, va pasando un metraje que recuerda al Malick de ‘El árbol de la vida’, un viaje a los orígenes del planeta para mostrar la fuente de todo, o al Dreyer de ‘Juana de Arco’, con los ventanales más fulgurantes del cine y explorando el alma a través del rostro a la manera del pintor Brueghel. Ambos maestros acompañaban a sus personajes por su vagar existencial, siempre pendientes de cada hueco, de cada silencio, de la materia misma que conforma el espacio. Un cine empeñado en poner al descubierto los cimientos que soportan cada una de las ideas que nos conforman, que nos hacen ser lo que somos. Dos cineastas que pronto entienden el cine como una forma de no huir sino de buscarse. Contra la intolerancia. Contra la propia realidad. La mirada invisible. Un sueño con los ojos abiertos.
Sin embargo, Paula Ortiz sigue sin encontrar el tono. Su cine es pomposo, sobrecargado, profuso. Chirría. Puro artificio exuberante. Un cascarón estilizado. El estilo abigarrado, acumulativo, resuena demasiado por encima de la reflexión filosófica en torno a la dialéctica y el poder de la palabra del texto original. La película intenta apostar por la magia de las imágenes, por el abandono en la lenta cadencia de una sucesión de secuencias que quieren desprender sensaciones, sueños y realidades. Pero la zaragozana se abandona, esto es, a una estética visual relamida, empalagosa, barroca hasta el paroxismo. Y se pasa de vueltas. Porque su afición por los escarceos artísticos no hace más que deslustrar las expresiones verbales que conjuga el cuadro dramático. Le devora el adorno.
Ya desde su ópera prima con ‘Desde tu ventana a la mía’ (2012) a la adaptación de la penúltima y homónima novela de un otoñal Hemingway en ‘Al otro lado del río y entre los árboles’ (2022), pasando por el universo lorquiano en ‘La novia’ (2015), la cineasta zaragozana vuelve a encallar en sus excesos, sin llegar a encajar convenientemente la imagen con la palabra, entre la representación y el signo que la evoca. La puesta en escena, así, pone en evidencia la falta de sutileza en esa elección del camino estético como una vía transitable para entrar en la experiencia espiritual. La cineasta emplea la fisicidad de la luz y los encuadres para llegar a lo metafísico, a lo místico. Pero la fuga visual que provoca la fe de Teresa, vuelvo a repetir, resulta en exceso barroca.
Las experiencias que se cuentan en ‘Teresa’ están asociadas a la memoria, a la imaginación y a las visiones, en comunicación con la naturaleza, el paisaje y la vida, para hurgar en lo espiritual, lo desconocido. Tres ‘teresas’ –niña, joven, adulta- que moldean su figura de la duda y de la fe en la creencia de establecer otras reglas religiosas, y contradecir los rezos que marcan los curas. La cineasta estudia al personaje pero no lo acota. Te cuenta su peripecia con tres actrices de la misma persona y así no hay manera. La narración, reitero, se hace artificiosa, abigarrada.
Paula Ortiz, al fin y al cabo, interpreta la mística de la santa de Ávila como una forma de liberación femenina, como ha hecho en todas sus películas previas. Y pretende asumir del cine clásico la serenidad como forma de ver el drama; del melodrama, el hiato entre lo real y lo imaginado; y del simbolismo, el mundo como un enigma o un misterio. A partir de ahí, engarza escenas preñadas de incertidumbres. Es la inquietud del caminante que no sabe dónde dormirá mañana, tal vez bajo un puente o al abrigo de las alas de un ángel. Acaso, como diría Borges, está solo y no hay nadie en el espejo.
Pero la cineasta zaragozana, maldita sea, no es Borges. Ni tampoco Dreyer ni Malick ni acaso el Lars von Trier de ‘Melancolía’. Y tampoco entiende la compleja serenidad de la maestría de ciertos clásicos. La película de Ortiz puede disfrutarse, pero siempre que el espectador haga un esfuerzo por extraer de ella lo que de peculiar tiene, que algo es, y obviar lo demás. A la cineasta le ocurre lo que algunos con su ópera prima, que acumulan ideas y sugerencias, su confuso y excesivo muestrario de irrenunciables formalidades narrativas, pero sin que estas armonicen entre sí ni confluyan en una dirección.
Hay que volver, maldita sea, a la noche oscura de Saura. Alma de cine.
Título original: ‘Teresa’. Nacionalidad: España y Portugal. Año de producción: 2023. Dirección: Paula Ortiz. Guion: Juan Mayorga, Paula Ortiz y Javier García Arredondo. Argumento: obra teatral de Juan Mayorga ‘La lengua en pedazos’. Música: Juanma Latorre. Fotografía: Rafael García. Intérpretes: Blanca Portillo, Asier Etxandia, Greta Fernández, Consuelo Trujillo, Ainet Jounou, Urko Olazabal, Luis Bermejo, Claudia Traisac, Julia de Castro. Género: drama. Duración: 100 minutos.