Por Carlos Calvo
Hay que seguir considerando el arte y la cultura desde una perspectiva humanística e histórica.
Uno se pregunta qué es todo esto de las sensaciones producidas por el arte, en especial el musical, que nos acompañan de por vida. La cuestión de la emoción musical es todo un misterio. Es innegable que las obras musicales tienen algo de magia o truco y provocan todo tipo de sensaciones y emociones en el oyente. De hecho, la música tiene valor como medio de formación, de inspiración, de relajación, de educación social, de cultivo de la inteligencia, de posibles fines terapéuticos… qué sé yo.
Alguien dijo que “sin música, la vida sería un error”. La música es un relato y, como tal, es deudora del tiempo de su historia, o sea, del presente, del paisaje, de su propia historicidad. De esto y algo más tratan dos interesantes documentales, cada uno a su manera, que reivindican las figuras de los músicos aragoneses Manolo Kabezabolo y Juan Perro, en unos retratos muy personales para buscar sus lados más humanos y comprender sus modos de hacer composiciones.
‘Manolo Kabezabolo (si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí)’ es un trabajo producido por la empresa aragonesa Du Cardelin Studio con dirección y guion del oscense José Alberto Andrés Lacasta (‘Epílogo para la muerte de un fauno’, ‘Ofra & Khall’, ‘Sebastienne’), a partir de la labor documentalista de Elena Rodrigo. Los bustos parlantes de Albert Plá, Kutxi Romero, Evaristo Páramos, Cristina Morales, Santi Ric, Kike Turrón, Fernando Madina, Pilar Albiac, Rafa Trigos, Jaume Esteve, Manolo Monzón, Rakel Winchester, Kike Babas o Nacho Tajahuerce van introduciendo la presencia de Manuel Méndez, más conocido como Manolo Kabezabolo, un artista punk que de manera un tanto inverosímil ha traspasado el tiempo, el espacio y las modas, sin renunciar a sus esencias y principios, para convertirse en un icono contracultural.
Un documental muy digno, rebosante de naturalidad y una autenticidad desbordante en la figura de su protagonista, siempre con la guitarra a cuestas y siempre afinándola, aunque tenga que interrumpir una canción en pleno concierto. Con dirección de fotografía a cargo de Jorge Yetano y un trabajo de animación debido a Naiel Ibarrola, el cineasta y guionista oscense desgrana la vida del artista y de la persona desde la desnudez, sin caer en el sentimentalismo, con la cámara pegada al protagonista. Todo empieza cuando su padre lo mete en el ejército por vago, o por sus problemas mentales, o vaya usted a saber, pero el orden castrense lo expulsa del cuerpo por traficar con drogas. El ejército verdadero vendrá luego: los fans de su música llamando a su puerta…
Por su parte, ‘La semilla del son’ es una ‘road movie’ sonora dirigida y producida por el canario Juanma Villar Betancort, y se centra en la vuelta a Cuba del músico (y musicólogo) zaragozano Santiago Auserón, una de las figuras más icónicas de la movida madrileña. El cineasta canario está especializado en películas musicales y triunfa en 2016 con ‘Playing Lecuona’, largometraje protagonizado por artistas de la talla de Chucho Valdés, Michel Camilo, Gonzalo Rubalcaba, Omara Portuondo, Raimundo Amador o Ana Belén. Como demuestra ‘La semilla del son’, la recuperación de la tradición hispanoamericana es un campo de trabajo inagotable.
La conexión del músico zaragozano con la isla comenzó hacia 1984, antes de ser Juan Perro, y de sus viajes y sus investigaciones nacieron, ya en el siglo veintiuno, un disco y un libro. Ahora el ciclo culmina con este documental homónimo del título de la compilación de música cubana que produjo en 1991. Para entonces, el viaje de su banda Radio Futura había terminado y él, cada vez más interesado e influenciado por el mestizaje musical cubano, había creado un ‘alter ego’ y laboratorio sonoro, esto es, Juan Perro. En ese mestizaje se mezclaban el son cubano con el jazz de Nueva Orleans, la rumba con el blues del delta del Mississippi y los ritmos de los esclavos africanos con las melodías populares españolas.
Auserón se pone frente a la cámara de Villar Betancort para recorrer la isla desde Santiago hasta la Habana e impregnarse de la sabiduría rítmica del son, influjo que traslada a su carrera. Este viaje iniciático en retrospectiva le permite charlar con músicos cubanos, tocar con ellos y desperdigar su discurso sobre la influencia actual de una música que, en términos políticos, España quiso silenciar porque le recordaba demasiado a una derrota. Auserón habla mucho, pero también escucha y respeta a todos aquellos que se encuentra a su paso, desde un guitarrista de La Casa de la Trova que construía guitarras para Compay Segundo hasta unos músicos de la zona de Baracoa con los que interpreta sones cubanos libres de toda atadura.
Sea como fuere, la invención del trovador eléctrico Juan Perro fue el bálsamo, la manera de devolverle un mordisco a la industria de la música. Así es como Santiago Auserón se redimía de las presiones y la locura comercial que supuso el fulgurante ascenso de Radio Futura, una de las bandas más relevantes de los años ochenta en España. Sin embargo, la fuerza centrífuga de aquella exposición y exigencia mercadotécnica lanzó lejos al mayor de los hermanos, le expulsó hacia otros horizontes. Así llegó a Cuba, cuya picadura del son se convirtió en un camino en sí mismo. El son primigenio. Y el documental, en efecto, bucea en el origen de todo.
Así, Auserón habla en ‘Semilla del son’ del aprendizaje, de buscar argumentos con los que operar con eficacia en su proceso de investigación filosófica y vital del canto en nuestra lengua, y en su empeño por dejar de copiar los códigos del rocanrol, aunque se considere rockero y no va a dejar de serlo por mucho que se acerque a otras músicas. Y muestra en el documental su vocación de alumno eterno. Desde la erudición y la experiencia, sí, pero con el espíritu abierto a nuevas sensaciones y saberes, disfrutando a la vez de los reencuentros y las vivencias iniciáticas en un máster singular de ‘cubanía’ y gozo.
En realidad, se considera un oído abierto. Le gusta hasta el ruido. Y todo sin caer en la apropiación cultural, como hiciera, acaso, Ry Cooder con ‘Buenavista Social Club’, aprovechándose de las aportaciones y silenciándolas. Con todo y con eso, el músico (y escritor) zaragozano considera que el rock ha muerto porque ya no puede seguir siendo degradado por la fuerza de la tecnología y el poder del mercado. Internet, las descargas gratuitas, el ‘streaming’ y así están destruyendo la cultura y facilitando la mercantilización del arte. El sistema se concentra en la música más comercial, manipulable y con menos contenido. Por eso se apea Auserón del sistema y no se arrepiente. “Ser marginal”, dice, “no me ha dado más que alegrías”.
El propio Auserón explica muy bien su experiencia: “Invertí lo primero que gané con Radio Futura en viajar a Cuba y la música que encontré allí me volvió loco. Yo era hijo de la música anglosajona y, en concreto, de los músicos negros afroamericanos, que en parte había descubierto gracias a los discos que mi padre, que trabajaba en una base militar estadounidense, traía a casa. Pero descubrir el encuentro musical entre lo negro y lo español me cambió la vida, y desde entonces he seguido investigando. Cuando en 1991 publiqué el recopilatorio ‘Semilla del son’, que era la primera antología internacional de esa música, lo hice a sabiendas de que apenas quedaba tiempo para evitar que ese legado cultural se perdiera, porque España había dado la espalda a su colonia más preciada en cuanto se le había acabado el negocio con el azúcar”.
Dos documentales honestos, bien realizados, que muestran la memoria de un paisaje. Porque sin memoria no seríamos nada. Y sin música, la vida sería un error.