La quimera (Alice Rohrwacher) :Persiguiendo una quimera con una rama de avellano


Por Rafael Gabás

      Tras Corpo Celeste (una niña que llega a Reggio Calabria desde Suiza), El país de las maravillas (cuatro hermanas en Umbria) y Lazzaro felice (fábula moderna del mundo rural en el año 2000) Rohrwacher vuelve a sorprendernos con un film muy personal y en el que mezcla quimera y realidad.

    Un inglés sale de prisión después de haber sido condenado por tombarolo (ladrón de tumbas) y enseguida vuelve a sus correrías, retoma la búsqueda de tesoros etruscos como buen rabdomante que es, aprovechando un don cuasi sobrenatural que el resto de sus compinches no tienen.

    La directora toscana continúa leal a su forma de entender el cine, a sus ideas, un cine y unas ideas en las antípodas de barbies, oppenheimers y especialistas, alejado del mainstream y con un arrasador sello personal que en los tiempos que corren es decir mucho; En su cuarto film se mueve en un mundo entre  cuerpo y alma, realidad y alegoría, pasado y presente, el ser humano y la mitología, con fronteras difíciles de precisar para el espectador y en todo ello, precisamente, estriba la grandeza de su cine.

     Fiel a sí misma sigue la estela de sus tres anteriores films, intentando trascender el mundo de lo real y rechazando cualquier acercamiento al cine puramente comercial, a los blocksbusters y a la forma de vida del siglo XXI; No hay en su cine una crítica frontal de tipo social o político pero su planteamiento y sus personajes huyen de los estereotipos y todos ellos buscan la libertad personal por encima de la pertenencia; hay algo en su trabajo que nos retrotrae al neorrealismo.        

    La permanente contraposición, la dicotomía entre lo material y lo espiritual, lo objetual y lo onírico, la vida y la muerte, etc., hace reflexionar al espectador, quien por momentos puede sentirse desubicado. La escena en la que aparecen vestigios etruscos de hace casi tres milenios en medio de una central eléctrica produce un choque difícil de asimilar y sintetiza lo anteriormente comentado.

      Filmada en modo tradicional, en un formato 4:3 La chimera está rodada prácticamente en su totalidad en analógico. En varias ocasiones utiliza recursos curiosos como la aceleración o el plano invertido (pase de un encuadre al siguiente en un giro de 180 grados) y el montaje y el editing están muy bien trabajados. La música es cuando menos sorprendente: Monteverdi, Mozart, Kraftwerk y Franco Battiato (a destacar su canción al final de la película y también la letra de la misma que entronca magistralmente con el film).

    En un mundo donde el cine ramplón y de fácil digestión arrasa y donde la creación artística sigue patrones repetidos y estereotipados Rohrwacher nos presenta una opción a caballo entre la mística y la realidad con toques utópicos, con tacto y poesía, una metáfora con subliminales apuntes sociopolíticos, una confrontación temporal en la que el pasado es aniquilado por un presente voraz y materialista y donde los objetos sagrados que representan toda nuestra identidad son violados por ambiciosos personajes del inframundo: Otro cine es posible, parece querer decirnos entre líneas.

    Nuestra directora sabe de lo que habla y a qué se refiere, ella nació en Toscana y la película se rodó entre Viterbo (norte del Lazio) y el sur de Toscana, en la supuesta Etruria; ha conocido tombaroli y rabdomantes desde pequeña: Nací y crecí en una zona llena de tombaroli, una zona con un enorme legado etrusco.

    La Chimera es de una extraordinaria libertad narrativa y continúa la gran tradición del cine italiano, especialmente de Pasolini y Fellini, la tradición de un país que, además, tiene el peso del pasado como ningún otro.

    Al inicio del film el revisor despierta a nuestro protagonista y le dice una frase que resume toda la película: ¿Señor, estaba soñando? Lo siento, nunca sabrá como acaba su sueño…

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