Ms Frankie furiosamente salta

 
Por José Joaquín Beeme

     Imaginemos, porque de eso se trata: de construirnos imágenes, que la novia de Frankenstein es ahora su hija. Siempre laboratorial, artefacto humano, imposible criatura posible.

    Y que este Frankenstein es, además, hijo de otro Frankenstein que a él mismo le ha dejado, en cuerpo y alma, hecho un rompecabezas.

    Retorzamos aún más la hipótesis. Bestia de la ciencia genética con una particular inclinación por las combinaciones azarosas, el tipo hace nacer a esta nueva Bella mediante una alambicada partenogénesis: gestada no en el vientre de su madre sino en su propia cabeza; fusión madre-hija que suma las identidades de un cuerpo suicida y un cerebro embrionario.

     El resultado, si seguimos la pista a esta familia disfuncional, es un engendro amuñecado no menos inocente que torpe y balbuciente, pero revestido de formas y turgencias adultas, que accede al mundo bajo el imperio patriarcal de su padre putativo. Y que no tarda, fiel a una larga tradición instaurada por la señora Shelley, en rebelarse exigiendo sus derechos y su autonomía diferenciada. 

    Iniciará así su propia novela o curso de formación, mujer intrépida y en fuga emancipatoria que emprende todos los conocimientos, carnales e intelectuales, sin despreciar ninguno, hasta conquistarse una posición social tan desahogada como desprejuiciada. Heredera de su fabricante y mentor, producto instintivo del arte de la resurrección, demostrará esta Eva retrofutura que es posible crecer y reinventarse en una tierra hostil masticando, uno por uno, a los machos que salgan a su encuentro como una mantis ávida y fatal.

    Traducido en cine: Pobres criaturas; una vuelta de tuerca al mito prometeico, dicen que moderna y feminista y hasta empoderada, del ateniense Lánthimos. Pero que bien podría ser lo contrario, pues consiente lecturas más perversas. Como la de una fantasía de violación e incluso pedófila, en la que una niña —encarnada o disfrazada en mujer— se acuesta con múltiples hombres, en el centro de una planificación voyeurista, muy semejante al porno, diseñada por una libido masculina que, reductivamente, tiende a equiparar feminidad con lujuria. Operación perpetrada, se ha escrito, por un Hollywood misógino que entiende la liberación femenina únicamente como depredación vaginal sin que, ni aun después de muerta, una mujer sea dueña de su propio cuerpo…

     Lejos de viejos y nuevos puritanismos, fascinado de siempre por la locura fantacientífica (ese flatulento Dafoe carizurcido) y sus derivados homúnculos, privándome los artificios barrocos y desquiciados y proliferantes, no percibí la ofensa en la misma medida. Hombre, al fin, que mira y remira, y se encandila, el cine —pasión escópica— me brinda un escalpelo con que diseccionar la realidad profunda de los seres y de las cosas. Secuenciar tiene una acepción cinematográfica y también otra biológica: ambas hablan de componer fragmentos, porciones, hacia una superior unidad armónica. No sólo hemos sido progresivamente moldeados por el cine, sino que somos, literalmente, producto de un montaje.
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