Ramón Masats o la irreprimible comedia de la vida


Por Carlos Calvo

  Aunque Luis Buñuel tarda en verse, si lo contemplas con algo de paciencia se comprende muy pronto. Esto lo entiende a la perfección el fotógrafo catalán Ramón Masats, recientemente fallecido en Madrid, cuando se cuela con su…

…cámara en pleno rodaje de ‘Viridiana’ (1961), la reincorporación del calandino a la industria española tras el exilio provocado por la insurrección franquista.

     La suerte es para el que la trabaja, pero también para quien se halla en el lugar adecuado y en el momento justo. Es lo que le ocurre al joven Masats. Sus instantáneas se llenan a la vez de honor, de soledad, de revelación. Porque fotografía a Buñuel concentrado, absorto, ausente del resto de la gente, dentro de su trabajo. Masats, esto es, ejecuta el retrato de la soledad, aunque al autor de ‘Los olvidados’ le incomode la presencia de un tipo que le usurpa su intimidad, su estar, por mucho que los hermanos Antonio y Carlos Saura sean los inductores. Le mira bastante mal, con recelo, con desconfianza, como a un intruso, pero lo tolera y le deja hacer.

  Unas instantáneas en sobrio blanco y negro de uno de los fotógrafos españoles más importantes, que comienza durante su estancia en el servicio militar, donde la consulta de la revista ‘Arte fotográfico’, unida a su naturaleza creativa, le lleva a querer conocer más la práctica de la fotografía. Publica, entre otras cosas, ‘Neutral córner’ junto a Ignacio Aldecoa y ‘Viejas historias de Castilla la Vieja’ con Miguel Delibes. También ‘Los Sanfermines’ es un libro de referencia en la historia de la fotografía española del siglo veinte, con texto de Rafael García Serrano: “Empecé a hacerlo siendo amateur y lo acabé siendo profesional”.

  Con veintiséis años rompe con el negocio familiar de venta de bacalao en Barcelona y se traslada a Madrid para empezar a trabajar en publicaciones como ‘Ya’, ‘Arriba’, ‘Mundo hispánico’ o ‘Gaceta ilustrada’. Pero Masats, a mediados de los años sesenta, deja este medio y empieza a dirigir documentales y series para televisión (‘Prado vivo’, ‘El que enseña’, ‘Conozca usted España’, ‘Si las piedras hablaran’, ‘Los ríos’, ‘La víspera de nuestro tiempo’), con un único largometraje de ficción en su haber, la comedia musical ‘Topical Spanish’ (1970), uno de los títulos del ‘pop art’ más locos del cine español, en la órbita de ‘Un, dos, tres, al escondite inglés’, realizada por Iván Zulueta un año antes, mordaces críticas ambas a los tópicos y a la copia de estilos musicales foráneos.

   De un notable valor documental, con fotografía en blanco y negro a cargo de Juan Amorós y un guion coescrito por Chumy Chúmez, ‘Topical Spanish’ cuenta la historia de un joven que escapa de un seminario y decide vivir independientemente. A través de un anuncio de un periódico, se entera de que necesitan gente para formar un grupo de música moderna. Tras numerosos exámenes, es descalificado junto con otros tres chicos. Pero una chica emprendedora que observa los exámenes decide formar un grupo con todos ellos. El alboroto musical (y amoroso) está asegurado. Porque esta naciente banda de pop está decidida a triunfar y sus miembros son continuamente espiados por una extraña organización de barbudos. Todo un experimento cinéfilo-musical nada convencional, en función de Los Íberos, un grupo a la manera de Los Beatles, que un año antes había participado, precisamente, con el Zulueta del un, dos, tres.

   Autodidacta y célebre por aquella foto del seminarista que trata de parar un chut con su sotana al viento en una gran estirada, Masats capta con su objetivo, decía, los gestos de un Buñuel en su madurez, sus movimientos y silencios, su recogimiento, siempre sencillo y austero. Y con su maletín a cuestas. ¿Llevaría una botellita de tinto entre sus cosas? Masats recoge el clima del rodaje de ‘Viridiana’, que parece cómplice y fraternal, y sus imágenes hablan por sí mismas, con un Buñuel marcando con matices y gestos lo que quiere de sus intérpretes, profesionales o no. Un Buñuel que reflexiona, que planifica hasta el último detalle la puesta en escena, como un trabajador metódico y muy disciplinado. El lenguaje corporal que muestra en las imágenes destila el respeto con que trata a los técnicos y la capacidad que tiene de construir buen ambiente entre el equipo de trabajo. Y el fotógrafo plasma lo que ocurre delante de sus ojos, representa al calandino dirigiendo, sin otra intención que recogerlo en el acto de pensar, la manera de trabajar y su proceso creativo. Preciosa esa captura sentado en una silla plegable, ausente del resto de la gente. Concentrado. Absorto.

  Masats pertenece a un grupo de inquietos fotógrafos llamados a renovar la fotografía en España y a superar la grisura y la censura en la que estaba atrapada desde la posguerra. Un grupo pionero y determinante, en el que se encuentran creadores de muy distintos orígenes e intereses como Julio Ubiña, Ricard Terré, Alberto Schommer, Leopoldo Pomès, Carlos Pérez Siquier, Francisco Ontañón, Xavier Miserachs, Oriol Maspons, Gonzalo Juanes, Francisco Gómez, Gabriel Cualladó o Joan Colom. Es la edad de oro de la fotografía española, que abarca los años cincuenta y sesenta del siglo veinte, con el gran referente de Henri Cartier-Bresson, el ideólogo del instante preciso, y la admiración por William Klein, Arnold Newman, Elliot Erwitt o Richard Avedon. Una ventana al exterior en plena dictadura franquista. Y tienen el interés de lo social, lo humano, en una imagen del hombre que no es la que el régimen quiere exportar. Aunque más que grupo homogéneo habría que hablar de una suma de individualidades, de una comunidad de ideas, porque cada uno tiene su forma de ser y estar en el mundo, su identidad. Liberan la mirada y la rescatan del corsé del oficialismo con un enfoque desprejuiciado, vital, desacomplejado.

   Expone con Carlos Saura en la galería Juana Mordó, con notable éxito, y empieza a ser conocido con las fotos de las películas de Anthony Mann ‘El Cid’ (1961) y ‘La caída del imperio romano’ (1964) o la de Nicholas Ray ’Cincuenta y cinco días en Pekín’ (1963), todas ellas rodadas en España y por las que obtiene varios premios. A partir de los años ochenta empieza a trabajar con el color y realiza más de una veintena de libros para la editorial Lunwerg. Ello le permite fotografiar paisajes, monumentos, gentes y rincones de toda España. Su fotografía se hace más abstracta, se fija en las manchas de diferentes tonos para componer imágenes que juegan con sus formas. En 2004 recibe el Premio Nacional de Fotografía que concede el Ministerio de Cultura.

   El libro ‘Masats: Buñuel en Viridiana’, publicado en 2017, sirve de marco para la exposiciones efectuadas en su momento en muchas ciudades españolas, entre ellas Zaragoza, Huesca y Teruel. Un libro perteneciente a la colección ‘Luis Buñuel, cine y vanguardia’ que dirige Jordi Xifra, de la universidad Pompeu Fabra de Barcelona, y en el que Antonio Ansón, Amparo Martínez y Agustín Sánchez Vidal dan cuenta de cómo el fotógrafo acompaña al director de cine documentando los momentos en los que el aragonés trabaja sobre el guion (redactado con Julio Alejandro de Castro), habla con los técnicos (José Fernández Aguayo, Concha Hidalgo, su hijo Juan Luis Buñuel), se prepara y da instrucciones a los actores (Francisco Rabal, Silvia Pinal, Lola Gaos), en exteriores e interiores.

  El volumen lo recoge muy bien: “La filmación de ‘Viridiana’ se inició en los estudios CEA de Madrid el cuatro de febrero de 1961. Varias semanas después, pasados los días más fríos del invierno, durante el mes de marzo, dio comienzo el trabajo en exteriores. Fue por entonces cuando Ramón Masats se infiltró en el rodaje junto a los hermanos Saura. Solo estuvo un par de días, pero iban a ser suficientes, porque decidió no fotografiar la película, sino centrarse en Buñuel en acción, dando instrucciones a los distintos miembros del equipo técnico, descansando o pensando en soledad”.

   Y agrega el texto: “El rodaje de los exteriores de la película tuvo lugar en Villa Matilde, una finca a las afueras de Madrid emplazada en lo que hoy es el campo de golf de La Moraleja. Las imágenes de Masats recogen la filmación de la secuencia en la que los mendigos llegan acompañados de su benefactora a la casa en la que van a constituir una comunidad de pobres. Y también el momento en el que se encuentra por primera vez la protagonista con su primo, el hombre que va a trastocar su escala de valores”.

  Uno no sabe si, en un principio, Masats tenía en la mente que ‘Viridiana’ iba a consagrarse como una de las películas imperecederas de la historia del cine, una obra eminentemente barroca que contiene algunos de los mejores momentos del cineasta, como la orgía de los mendigos, orquestada por el ‘Aleluya’ de Haendel, o la célebre caricatura de la ‘Santa cena’. Por no hablar de la navaja en forma de crucifijo. O las recurrentes cuerdas. O el perro. Algunos momentos los fotografía Masats y son imágenes que hablan por sí mismas, y que nos dan una lección de talento y sencillez, de cómo es posible construir una obra de arte con una buena historia –inspirada libremente en el Galdós de ‘Halma’- y el ojo de un genio.

  Buñuel, al fin y al cabo, ofrece al espectador una penetrante parábola tanto política como social sobre un anciano impotente que reina en su vieja mansión –“desde hace veinte años las hierbas se han adueñado de todo”- y que intenta apoderarse también, por la fuerza, de su sobrina. Masats, consciente o no, fotografía la feroz descripción de las consecuencias que se derivan de las prácticas caritativas y de los buenos sentimientos de Viridiana, y el cínico triunfo final del amor erótico en la partida de tute –gracias, censura, gracias- de los tres personajes que quedan en el caserón.

  Todo, en realidad, empieza con la joven novicia que visita a su tío anciano, un rico terrateniente. Este, excitado del parecido con su difunta esposa, intenta violarla y después se suicida. La novicia, como castigo a sí misma, abandona el convento y se consagra al amor del prójimo. Invita a un grupo de pordioseros y prostitutas a vivir en su finca heredada, y estos, en su ausencia, organizan una orgía. A su vuelta la agreden, soliviantados por el hijo bastardo de su tío. Su caridad, en fin, la conduce al desastre y a la perdición. Una película censurada por la dictadura franquista por sus constantes mensajes críticos hacia la falsa caridad y la religión católica. Una bomba de relojería.

  He aquí la trama de ‘Viridiana’, que parece un auténtico folletín decimonónico, pero la maestría en la puesta en escena de Buñuel lo llena de detalles y símbolos surrealistas y de una crítica furibunda contra la sociedad, cuyo humor negro es un mero alegato en favor de una vida terrenal.  Como las propias fotografías de Masats, ‘Viridiana’ es una de las más perfectas exposiciones de las locuras sin remisión de la naturaleza humana y de la irreprimible comedia de la vida.

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