Temblor kafkiano


Por José Joquín Beeme

    Mohammad Rasoulof acaba de declararse en exilio en pleno festival de Cannes. Se hurta a una prisión segura con sarta de latigazos y confiscación de bienes. Ya había catado el arresto domiciliario cuando presentó La vida de los demás, tremendo alegato contra la pena de muerte administrada por decenas de anónimos verdugos del régimen. Y Jafar Panahi, premiado director que filma clandestinamente…

…desde el escueto habitáculo de un taxi o apartándose, tras serle retirado su pasaporte, a una remotísima aldea del Irán azerí, sigue preso a día de hoy. Condenado también por un tribunal revolucionario otro cineasta incómodo, Mostafa Al-ahmad, que osó elevar un manifiesto a las fuerzas represoras para que depusieran las armas..

    Semejante cine de resistencia, jugado con esencialidad de medios y enorme coraje para infiltrar actores y equipo entre las rendijas del omnipresente Gran Hermano, es el que practican Ali Asgari y Alireza Khatami en Versículos terrenales. Rodados en una semana, siempre en plano fijo que lo mismo hace de subjetiva (el poder, ominoso, continuamente fuera de campo) que de impasible espejo, sus nueve episodios retratan otros tantos despropósitos de la teoburocracia iraní. Desde un veto a la inscripción registral de nombres no autóctonos (así era, acordémonos, durante el franquismo) hasta el secuestro de un perrito faldero cuya posesión en lugares públicos prohíbe expresamente el Código penal islámico; del sepelio de la alegría infantil dentro de ropones medievales a la censura coránica de guiones cinematográficos, pasando por el control con telecámaras de la ortodoxa colocación del hiyab y por entrevistas de trabajo que o exigen el conocimiento literal de las suras o se prevalen de explícitas aproximaciones de burdo machismo. No faltan otros tipos de inquisición: la que el colegio ejerce sobre las adolescentes que empiezan, tímidamente, a occidentalizarse (la moto del novio, unas mechas de color), o la que las autoridades de tráfico infligen, humillación incluida, para la simple renovación de un permiso de conducir.

    Khatami debutó con Los versos del olvido, allí una morgue para depurados del pinochetismo era mal gobernada por un archivero que sufre alzhéimer y un sepulturero ciego. Y estos grotescos versículos, que homenajean a la poeta y cineasta teheraní Forugh Farrojzad pero también a Rushdie, vuelven sobre la vesania de una dictadura que invade obsesivamente cualquier rincón de la vida social y personal y que se vale, además, de la religión como coartada de aniquilación política.

    El título italiano es Kafka en Teherán, lo que me recuerda que el gobierno belga, con no poca retranca, creó en 2003 una web para la simplificación administrativa bajo el dominio kafka.beadonde los ciudadanos pueden enviar sus quejas contra reglamentos y procedimientos absurdos e inútiles, y que por cierto ha ahorrado millones de euros al año por la simple eliminación de tasas y papeleos repetitivos. El Kafka persa, mucho más siniestro, no gasta esta clase de ironías.

    Ciudad de casi diez millones de rehenes, Teherán se desmorona en la escena epílogo como cumpliendo la apocalíptica admonición que en el Corán se nombra como terremoto o temblor: aquel día en que las gentes serán juzgadas por cada gramo de bien o de mal que hayan dejado a su paso por la tierra. Tomad nota, imanes. 

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