“Mi papá es director de cine” y “El encamado”, dos propuestas fílmicas de Germán Roda


Por Don Quiterio

Germán Roda (Granada, 1975) es conocido en el ámbito cinéfilo local por su mediometraje documental ‘Pomarón al cubo’ (2010), sobre el pintor, fotógrafo y cineasta zaragozano José Luis Pomarón, uno de los pioneros del cine en Aragón que empieza a filmar películas como aficionado en 1954.

El andaluz, afincado en Madrid, se forma en Zaragoza y pertenece a la primera promoción de realizadores del CPA. Estudiante de ciencias de la comunicación, Roda trabaja en la televisión aragonesa, donde empieza como ayudante de cámara para, paso a paso, ir ascendiendo peldaños. Llega, al final, al cine: “Lo primero que vi en el cine y me marcó fue ‘El ángel exterminador’, la escena en que los personajes se comen el papel pintado de la habitación. Descubrí que quería contar historias. Iba para periodista, pero pronto comprobé que no se me daba bien y que tenía que estar tras la cámara”. Ahora vuelve con dos nuevas propuestas: ‘Mi papá es director de cine’ y ‘El encamado’. Volver, a veces, es lo importante.


A mí Roda me parece un tipo serio, del que te puedes fiar, aunque se equivoque (su documento sobre el autor de ‘El rey’ es chato y sin garra, esquemático y plano, esforzado pero fallido, que no sabe aprovechar el rico material disponible), y un profesional riguroso. El cineasta tiene claro de qué va el negocio y del pico y la pala que requiere cada día. Encima le gusta y te puede sorprender con dos propuestas tan cercanas (y lejanas) como ‘Mi papá es director de cine’ y ‘El encamado’, un corto y un largometraje realizados en 2012. En el primero, como un juego, Roda ironiza con agudeza sobre su propia obsesión cinéfila. En el segundo, entre la ficción y el ensayo fílmico, el realizador denuncia la situación de crisis que se vive actualmente. Dos obras, cada una a su manera, que reflejan preocupaciones, caprichos y, esto es, obsesiones. Y no solo cinéfilas.

En efecto, ‘Mi papá es director de cine’ es un entrañable homenaje de este director hacia su pequeña hija y, también, al oficio de cineasta. Ser padre de una hija es un destino. Ser contador de historias en imágenes también parece otro destino. Al cineasta nada le hace más feliz que ser padre, ni nada le da más fuerza que continuar peleando por aquello en lo que cree y, encima, poder filmarlo y realizar su pasión: el relato cinematográfico. Ser padre es, por extensión, algo que nos interpela y nos obliga muy por encima de la vida corriente y de la gran rutina. Un padre tiene que ser una metáfora, un símbolo para su hija. Mortal, pero indestructible.

Si, como digo, en este corto Germán Roda ironiza con agudeza sobre su propia obsesión fílmica, en ‘El encamado’, su debut en el largometraje, se mueve en unas coordenadas de singular despojamiento. ‘El encamado’, efectivamente, encadena metáforas inesperadas y su realizador construye una suerte de resonancia interna, un relato alegórico de lucha, supervivencia y solidaridad. Una proclama que esconde, al fin y al cabo, su decidida voluntad de acción tras un hábil reciclaje de los códigos más convencionales, en una comedia dramática rodada como un falso documental, interpretada por Alberto Castrillo, Nacho Rubio, Luis Larrodera, Blanca Carvajal, Manuel Velasco, Fran Perea y Luna Castrillo.

El proyecto nace precisamente de la mano de Alberto Castrillo con una obra teatral propia de tan solo cinco folios y le sirve a Germán Roda para contar la historia de un agente de publicidad, casado y con una hija de tres años, que, agobiado por su trabajo, decide meterse en la cama, de la que no sale en mucho tiempo, con todas las vicisitudes de un encamado con la sociedad de crisis que nos ha sacudido. El protagonista, en efecto, se acuesta una nochevieja de 2005 y al día siguiente, sin saber por qué, no se levanta de la cama. Al día siguiente tampoco lo consigue, ni al mes siguiente… Y así lleva cinco años. Y sigue sin poder levantarse. Y su familia ni sabe qué ocurre ni cómo solucionarlo. Una familia, en fin, trastocada y un sociólogo que valora que olvidarse del mundo es romper el cordón umbilical con la sociedad que vivimos. Es casi una vuelta a la placenta. Volver, a veces, es lo importante.

Por supuesto, la empresa se va al garete, con los trabajadores y su socio. Su casa está hipotecada y un policía le advierte del próximo desahucio. El protagonista, parece decir, no cree en la democracia y sabe que la política está para otras cosas. Sabe que hay un dios que es el mercado, el dinero y el euro. Los políticos atienden a los mercados cuando van para abajo y hacen lo que quieren estos: despedirnos más fácilmente, contratarnos por menos dinero. La reacción social no solo se hace con protestas, sino reaccionando y ayudando al otro. El mercado lo que quiere es que uno piense en uno mismo. Mientras tanto, el protagonista de ‘El encamado’ ve que sus pólizas de seguro no reconocen su enfermedad, la enfermedad del encamado, una dolencia real que sume a los pacientes en un estado de inacción.

Las ansias del protagonista, en efecto, son las de quedarse en la cama para siempre. Le gusta estar ahí porque, así, se olvida de todo. Sabe que, tal vez, un día tendrá que levantarse, poner los pies en el suelo y enfrentarse a los asuntos terrenales ya deshechados, pero disfruta (o no) el momento tan bien como sabe, o tan bien como puede. El abandono nunca viene mal porque, además, suele ocurrir cuando menos se lo espera. Cuando su cuerpo y su mente se pueden acostumbrar al reposo más absoluto, entonces pueden venir las preguntas. Es conveniente, siempre, echar un vistazo al exterior, a pesar de su podredumbre, a pesar de que la crisis inmobiliaria y el paro nos peguen de lleno.

Volver, a veces, es lo importante. Hay que fijarse cómo está todo para cuando dejes tu encierro poder charlar amigablemente con los que dejaste allí. No es bueno quedarse en la cama mientras en el exterior se rompe el equilibrio. Las cosas, a veces, se vuelven asfixiantes y se produce la rebelión. Y, de repente, todo estalla.

 

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