Por Don Quiterio
‘No’, titula el cineasta chileno. ¿Qué diferencia existe entre vender un refresco de cola y un acto de resistencia a una dictadura atroz que amenaza con perpetuarse bajo el signo de la tortura?
¿Se puede acabar con una dictadura abrazando su sistema? ¿Es la derrota de Pinochet o es también la victoria del modelo de Pinochet? En esas ambigüedades, sobre esas eléctricas paradojas, está la concepción de una película como ‘No’, la obra maestra de Pablo Larraín, que cierra así su trilogía sobre la dictadura, junto a ‘Tony Manero’ y ‘Post morten’, a partir de un monólogo teatral de Antonio Skármeta. Un cine social y político importante, que explora en la realidad de su país de las últimas décadas a través de situaciones y personajes tan extraños como desconcertantes.
También se han estrenado ‘Las ventajas de ser un marginado’ (Stephen Chbosky), debut del director para adaptar su propio libro en el que recoge sus memorias de adolescente, una fábula cargada de ínfulas nostálgicas que se convierte en la cara seria o dramática de las comedias estudiantiles; ‘Blackie y Kanuto’ (Francis Nielsen), surrealista versión del viaje a la Luna con animales, en una suerte de caricatura animada del Orwell de ‘Rebelión en la granja’; ‘Abuelos al poder’ (Andy Fickman), discreta comedia familiar en una especie de sátira de los cambios educacionales; ‘Hansel y Gretel: cazadores de brujas’ (Tommy Wirkola), readaptación en clave de comedia de terror del clásico cuento de los hermanos Grimm, puro e idiota artificio sin pies ni cabeza; ‘Hermosas criaturas’ (Richard LaGravanese), adaptación de la novela homónima de Kami García y Margaret Stoll para una descafeinada comedia adolescente con romance, poderes sobrenaturales y referencias literarias a Kurt Vonnegut, Harper Lee, Charles Bukowski, Henry Miller o Anthony Burgess; ‘Mapa’ (León Siminiani), interesante ensayo autobiográfico de su propio director que graba su vida durante cuatro años; ‘Searching for Sugar man’ (Malik Bendjelloul), fascinante documental musical que relata la investigación y búsqueda del cantante Sixto Rodríguez, de la década de 1970, que desaparece sin dejar rastro; o ‘Un asunto real’ (Nikolaj Arcel), anodino y acartonado folletín de época basado en la relación amorosa que sacude a la corte danesa del siglo XVIII y a toda la nación, según una novela de Bodil Steensen Leth.
Decía un personaje de Alejandro Casona que “el matrimonio es el amor domesticado”. Y entre crónicas del amor y desamor de las parejas, pasiones que se precipitan en el abismo de la incomunicación o gentes corrientes con sus peleas conyugales se desarrollan una serie de películas de distintos signos y cataduras: ‘Blue Valentine’ (Derek Cianfrance), demoledora autopsia de un matrimonio fallido, que parece un cruce entre el Donen de ‘Dos en la carretera’ y el Allen de ‘Maridos y mujeres’, al ofrecernos un paisaje sentimental sin fisuras, pesimista y desencantado; ‘Dos días en Nueva York’ (Julie Delphi), segunda parte de ‘Dos días en París’ (2007), una comedia de celos y choques culturales a la manera de un, ay, Woody Allen mal entendido; ‘Woody Allen, el documental’ (Robert Weide), un discutible recorrido, precisamente, por toda la carrera del cineasta de Brooklyn, filme por filme, a través de clips y numerosas entrevistas; ‘La extraña vida de Timothy Green’ (Peter Hedgen), sensiblera fábula sobre el hogar y la familia a modo de versión libre de ‘El patito feo’, en realidad una adaptación de un relato fantástico de Ahmet Zappa, que reproduce ese episodio de ‘Amanece, que no es poco’ en el que brotaban personas de un huerto; o ‘Si fuera fácil’ (Judd Apatow), manida comedia incapaz de equilibrar humor y drama en un tópico, desaliñado y facilón romance, a años luz de aquellas originales e insolentes de un Preston Sturges.
La ración de thrillers de acción, de fantasía, de suspense o policiales es un motivo de preocupación. Se fabrican como chorizos y pocos de Cantimpalos: ‘Brigada de élite’ (Ruben Fleischer), cazurra celebración de la brutalidad que parece homenajear a ‘Los intocables de Eliot Ness’ e incluye toques de humor y autoparodia, como hacía el propio director en su anterior –y singular- ‘Bienvenidos a Zombieland’ respecto al (sub)género de los muertos vivientes; ‘Mamá’ (Andrés Muschietti), debut de este argentino afincado en Barcelona con una tópica y previsible historia de fantasmas que retoma de su corto homónimo realizado cuatro años antes y tiene puntos de contacto con ‘El espinazo del diablo’ (2001), de Guillermo del Toro, aquí productor ejecutivo; ‘La jungla: un buen día para morir’ (John Moore), destartalada quinta entrega de la franquicia ‘La jungla de cristal’, una ensalada de tiros y explosiones que se puede ver sin sonido porque solo hablan las pistolas; ‘La trama’ (Allen Hughes), boba historia de espionaje y mentiras; ‘Un plan perfecto’ (Michael Hoff), remake de ‘Ladrona por amor’ (Ronald Neame, 1966) en una floja intriga con situaciones de comedia; ‘Siete psicópatas’ (Martin McDonagh), eficaz comedia negra sobre un guionista bloqueado, al que se le apodera su libreto, con diálogos brillantes y veneno en cada frase; o ‘El atlas de las nubes’ (Tom Tykwer, Larry y Andy Wachowski), pretenciosa adaptación de la novela homónima de David Mitchell en torno a seis historias entrelazadas a lo largo de quinientos años para una ficción científica en la que sus personajes se topan una y otra vez en diferentes reencarnaciones y se ven afectados por las acciones y decisiones de unos sobre los otros, en una suerte de cuento superficial, de una espiritualidad de pandereta, sobre la conciencia, la opresión social y la libertad individual.
Decididamente, el cineasta chileno dice no, pero otros cineastas, ay, nada dicen, nada aportan, nada significan. El no y la nada.