Un “cabezón” de Fuendetodos y la empresa oscense de Julio Luzán


Por Don Quiterio

Furgonetas, coches, motos, bicicletas, postes telegráficos, muros, frigoríficos, cajones, marcos, tablas, televisores, farolas, puertas, ventanas, lanchas, ventiladores, sillas, mesas, armarios, estanterías, papeleras, mostradores, semáforos, cuadros, relojes de pared, árboles, animales muertos y muchos escombros que arrastra la gran ola de la escena del tsunami en el filme ‘Lo imposible’, de Juan Antonio Bayona –mejor director-, son los objetos del decorado que se han alzado con el “goya” a los mejores efectos especiales, cuyos responsables, Pau Costa y Félix Bergés, dieron las gracias al altoaragonés Julio Luzán y la empresa oscense ICP Tecmolde por el trabajo realizado, encargados de todo lo que arrastra la ola, todos los elementos que se lleva por delante.

La lista de largometrajes y series con los que la empresa oscense ha trabajado es larga y variada. Como desvela su director, Julio Luzán, han hecho las escenografías, para el cine, de ‘El perfume’, ‘Che, guerrilla’, ‘Astérix y Obélix en los juegos olímpicos’ o ‘La noche de los girasoles’, y, para televisión, series como ‘Compañeros’, ‘Menudo es mi padre’ o, entre otras, ‘Isabel’. También habían trabajado anteriormente con el barcelonés Juan Antonio Bayona en el montaje de ‘El orfanato’.

En realidad, el trabajo específico de Luzán, asturiano de nacimiento y afincado en la pequeña localidad de Loporzano, próxima a la capital oscense, no estaba nominado a ningún premio. Él mismo lo explica: “Tú participas en los elementos, pero la nominación viene por los efectos especiales y los trabajos tridimensionales, y, en el caso de esta película, quien se ha encargado de ello es un genio, pero para el sector concreto del que nosotros nos encargamos no hay categoría ni premios”. Además, los impactantes carteles de ‘Lo imposible’ llevan la firma de dos ilustradores zaragozanos, Sergio Pastor e Iñaki Villuendas, que han visto en los últimos años despegar su cotización en el mundo del cine en trabajos como ‘Torrente 4’, ‘Tensión sexual no resuelta’, ‘Extraterrestres’, ‘Verbo’ o ‘Indruders’.


Por lo demás, se tenía miedo por parte de unos y de otros a que se convirtiera la entrega de premios en un acto político. Estaba en la mente de todos el año del “no a la guerra”. Los premiados, como siempre, hicieron el ridículo cuando dedicaron el “cabezón” de Fuendetodos a su familia, incluidos sobrinos, nietos y suegra. Ninguno ahorraba su perorata. Además, con una alarmante falta de preparación en las palabras de agradecimiento, muy pobres, con vocabulario vulgar, frases mal hilvanadas y presencia poco cinematográfica. Sin duda, parecen los actores más convincentes cuando representan un personaje en el cine que cuando se representan a sí mismos. Para echarse a temblar.

Diez “goyas” para ‘Blancanieves’ (Pablo Berger) y cinco para ‘Lo imposible’ (Juan Antonio Bayona). Este podría ser el resumen, en términos competitivos, de la gala de los premios de la academia de las artes y las ciencias cinematográficas de España, celebrada el pasado mes de febrero. Su presidente, Enrique González Macho, intentó en su discurso hablar de todos los problemas que tiene el cine español para que lo escuchara el ministro de cultura, José Ignacio Wert, presente en la sala. “Lo que es inadmisible”, dijo, “es que un grupo de dos o doscientos intenten capitalizar una gala para convertirla en algo exclusivamente reivindicativo o folclórico”. La presentadora, Eva Hache –no vale para modelo, le sentaron mal todos los vestidos-, cumplió con sus sátiras y puyas, sin pasarse, y afirmó que “la gala es una fiesta, no un lugar para las reivindicaciones sociales, de la misma manera que no se espera que Leo Messi hable de política en la ceremonia de entrega del balón de oro”. José Sacristán –premio al mejor actor por ‘El muerto y ser feliz’- fue de la misma opinión: “Convertir la entrega de los premios en una gala para hablar de una serie de cosas me parece un error”. Bayona, por su parte, se vio obligado a defenderse a sí mismo y la capacidad de hacer películas viables en España, lo que habla del espíritu perdedor de la industria.

Y si la cosa no acabó como el rosario de la aurora de hace diez años, sí que hubo alguna voz discrepante, para mencionar, con mayor o menor acierto, la dramática situación que vive España, sumida en los recortes. Maribel Verdú –mejor interpretación femenina por ‘Blancanieves’-, Candela Peña –mejor actriz de reparto por ‘Una pistola en cada mano’- o Javier Bardem –mejor documental por ‘Hijos de las nubes’- hicieron tantas menciones políticas que el humorista Ernesto Sevilla espetó en tono irónico: “¿No está quedando la gala poco reivindicativa?”.

Bardem hizo una comparación de la situación actual de la política española a través del tema de la película, esto es, la opresión marroquí al pueblo saharahui, pero creo que no podría hacer lo mismo en una ceremonia de Hollywood, porque allí no se lo permitirían, le cortarían y no volvería a hacer nada en su vida. Candela Peña, por su parte, cayó en la trampa de un discurso ficticio e infantil, al asegurar que a su padre no le dieron agua ni mantas en el hospital donde falleció. Finalmente, el alegato de la Verdú vino, a lo mejor, porque no la dejaron hablar en ‘Blancanieves’, película muda por los recortes (fuera el dialoguista), ahorro que ya le valió un “gaudí” como mejor película en lengua catalana.

Maribel Verdú, tan camaleónica, dedicó su estatuilla, como una Robin Hood de postín, a quienes son deshauciados de sus casas “por culpa de un sistema quebrado, que permite robar a los pobres para dárselo a los ricos”. Lo que no aclaró la actriz, en ese arrebato goyesco con dedicatoria a Costa Gavras, es si se refería a quienes han perdido sus viviendas por el impago de los créditos que ella misma promocionaba hace poco en televisión. Protagonizar un anuncio cantando las excelencias de las hipotecas y largar contra los bancos es un alarde de interpretación. “Con una artista tan versátil”, ha dicho un cronista, “uno ya no sabe si está actuando cuando carga contra las hipotecas, cuando las anuncia o cuando cobra por anunciarlas. A uno le entran dudas de si los discursos de algunos galardonados los escriben también los guionistas de la gala”, con la sana intención, digo yo, de levantar las carcajadas. Acaso, a lo peor, “vuelve la vieja cantinela”, dice otro cronista del bando contrario, “de que un millonario no puede solidarizarse con los de abajo, de que si tienes éxito perdiste los principios”.

Unas actrices, para qué negarlo, encaramadas en la brocheta de su cosmética perfección liofilizada, elegantes y esbeltas, también selectas y carísimas, desprendiendo a su paso el cautivador heliotropo de su toilette, la mirra que medra como un aliento en el rebufo con el que chapean a su paso esa mezcla de aire, televisión y vanidad. Probablemente, los premios “goya” nunca fueron un buen baremo para saber de qué va el cine, pero sí para entender el signo de los tiempos y, por extensión, del momento (aséptico y algo blando) que nos ha tocado. Parecía, en cualquier caso, que lo único que se tenía que decidir, como siempre, es qué idea se quería proteger y de qué bando se estaba. Más cine, por favor, cantaba Aute. La banda aparte, filmaba Godard…

Y como la gala, en el fondo recatada, no da premio al mejor filme pornográfico, qué mejor que colarse en la fiesta un pequeño equipo de rodaje de ese (sub)género cinematográfico para grabar varias escenas de sexo tórrido en los baños del hotel. Y entre “cabezón” de Fuendetodos y “cabezón” de Fuendetodos, un, dos, tres polvos, al mando de la felatriz Ana Marco. Entre perorata y perorata… gemidos de placer. Unos reivindicando los derechos ciudadanos y otros… follando, sí, desnudos, sin “armanis” ni “christiandiores”, alrededor de una historia sobre ángeles, hombres, demonios y apocalipsis. Yo advierto en esta paradoja un opaco descubrimiento de la propia vergüenza que nos remite al Génesis, al instante fundacional en que Adán y Eva, después de pecar, repararon en que estaban desnudos y sintieron pudor por primera vez. Y donde empieza el pudor, señores, acaba el paraíso.

Entre hermanos saharauis, parados, desahuciados, enfermos y folladores, todo fue puro e inútil glam(o)ur (con alguna equivocación de órdago), y la gente, ¡oh!, iba vestida de Christian Dior, de Gucci, de Armani o de Chanel, y calzado de Loboutin, y arremetía, ¡maldita sea!, contra el capitalismo. Cuando la gala finalizó, las gentes del mundo del cine español se fueron a una fiesta en el lujoso casino de Madrid enfundados en sus elegantes trajes de noche (al parecer, dicen, los vestidos y las joyas –hasta las horquillas- son prestados por diseñadores para promocionarse). Y los premiados, con la pretensión de representar a los millones de humillados y ofendidos, eufóricos de alegría, como no podía ser de otra manera: Verdú, Sacristán, Bayona, Gato, Peña, Villagrán, García, Núñez, Berger, Magallón, Del Moral, Barreira, De la Rica, De Villalonga, Costa, Hermida, Toledano, Brugués, Bardem, Vilaplana, Ruiz, Bainée, Tarragó, Orts, Glossop, Imbert, Galán, Delgado, Crespo, Maestro, Velasco…

Pero faltaba el altoaragonés –asturiano, en realidad- Julio Luzán, que no pudo asistir, el alma máter de la empresa oscense ICP Tecmolde de la localidad de Loporzano, responsable de parte de los efectos especiales de la triunfadora ‘Lo imposible’. De haber acudido, según ha podido saber el equipo de investigación de ‘El pollo urbano’, tenía preparada la siguiente chuleta: “¡Jo, qué mala suerte tengo! Ya ven, a la infanta Cristina le ingresa su marido unos millones en la cuenta y no se entera. La ministra de sanidad ve un Jaguar en su garaje y ni pregunta. Y a mí, el otro día, se me ocurre invitar a mis colegas a unas rondas por lo de la candidatura a los premios de la academia, y, al llegar a casa, resulta que mi mujer no solo lo sabía todo, sino que, encima, me montó un pollo (urbano) que no vean…”.

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