“Reveal”, cortometraje de Ignacio Estaregui

Por Don Quiterio

Realizador de los cortos “A cuatro pasos del cielo”, “Spiderboy” y “¡Al quinto!”, y de varios videoclips para los músicos de ‘El factor humano’ o Dani Ro (“No quiero ir a la disco”, “El reu de la calle”, “El vagabundo”), Ignacio Estaregui (Zaragoza, 1978) ha estrenado su último trabajo, “Reveal” (2012), en el centro de historias de la capital aragonesa.


Se trata de un homenaje abierto y explícito a los cineastas Michelangelo Antonioni, Francis Ford Coppola y Brian de Palma, a los que dedica su cortometraje. “Reveal”, en efecto, se inspira en “Blow-up, deseo de una mañana de verano” (1966), “La conversación” (1974) e “Impacto” (1981), tres filmes que forman una suerte de tríptico y de los que Ignacio Estaregui saca el juego y el jugo para contar su historia, que también escribe. El protagonista, a la manera del poeta argentino Juan Gelman, obliga al futuro a volver otra vez.

Antonioni, en su película, nos muestra a un reportero de modas que, tras revelar una fotografía tomada casualmente en un parque, advierte que, tal vez, ahí se encuentre la clave de un crimen. Si el italiano se surte de un relato de Julio Cortázar, Coppola, por su parte, se basa en una idea original para contarnos el drama de un detective especializado en “escuchas” y grabaciones secretas, hasta que, cuando sus problemas de conciencia se acrecientan, llegue a intentar impedir un asesinato. De Palma, en última instancia, concibe un filme mucho más efectista (y narcisista) a partir de los dos anteriores sobre un técnico en efectos sonoros que presencia un accidente mortal en el que están involucrados un político y una prostituta.

Con todo y con eso, Ignacio Estaregui ejecuta ahora una suerte de ejercicio de estilo, un filme que la cámara sustituye al ojo humano en una reflexión sobre el voyeurismo, el hecho artístico y la propia condición de cinéfilo. El protagonista de “Reveal”, también londinense -como el David Hemmings de Antonioni-, se obsesiona por una de las fotografías que aparecen en una cámara abandonada misteriosamente en su bicicleta, mientras toma instantáneas a figuras femeninas y parejas enamoradas, que cree constituye la clave de una muerte, de su propia muerte.

El dilema que plantea la confrontación del personaje (excelente Jaime García Machín) entre su vida y la profesión (o hobby) es una interesante parábola sobre el control del destino por parte del individuo. La felicidad del protagonista se va tornando en angustia, en obsesión, cuando ya no controla lo que sucede, mental o real, y estalla en un grito revelador, de miedo, de pesadilla. El daño moral que sufre es mucho más perjudicial que el físico, pues le deja una herida de peores consecuencias en la psique de su personalidad. Esto lo ve, pero aquello no, pudiendo llegar a pensar que todo es producto de su imaginación. El fotógrafo, en fin, se siente burlado, ofendido, humillado moralmente, pisoteado vilmente en su dignidad.

El protagonista, en un mundo interiorizado, es, al cabo, un hombre solitario, con muchos secretos, que pasa buena parte de su existencia en la habitación de revelado de su apartamento. Pero una fotografía que brota de una confusión estática le llama la atención. Y no es para menos. Preocupado por la distancia que impone la profesionalización, el fotógrafo personaliza la investigación y percibe una tragedia inminente. Intenta resolver el misterio oculto en esas instantáneas prestadas o abandonadas antes de que sea demasiado tarde, y descubre que la única cosa en que confía le ha engañado. Sus ojos le han engañado.

Estaregui presenta un estudio del voyeurismo. A medida que el personaje que interpreta Jaime García Machín va descubriendo más claves sobre su hallazgo, montando una verdad horrible a partir de fragmentos y pedazos de revelados que alimenta su propia imaginación, descubrimos más sobre él. Y cuando la obsesión se le viene encima, cuando todo se le desmorona, sin vida, sin libertad, frente a una paranoia que lo invade todo rápidamente, la incertidumbre le rodea, le inunda, le roba la identidad, y se siente como un perro acorralado, un fraude, un hombre roto.

El carácter invasor de la cámara adquiere un giro turbador en “Reveal”. La cámara es la única cosa capaz de captar las emociones esquivas del amor y de la muerte, y su dueño lo sabe, e intenta ser capaz de reconciliar los conflictivos impulsos de su subconsciente a través de la fusión de esos sentimientos, aunque se va hundiendo, paulatinamente, en los recovecos del cerebro y no le ofrece una salida fácil. La primitiva alegría del fotógrafo, intensa y mística, sentirá la terrible irrupción del dolor y de la muerte, ante la imparable presencia de una enigmática mujer retratada en el parque. Al reportero le interesa el misterio y la evolución de la mujer –una obsesión de Antonioni-, y las fotografía desde todos los ángulos. Es una mujer (Marta Acín) la que determina la acción y la orienta, como resumen de la existencia humana: el placer, la muerte y el sentimiento de culpa.

El ser humano cuenta tan solo con el ser humano: de él desconfía, a él teme, por él no da su vida… Es decir, el hombre solitario está como estaba, en la lucha para sobrevivir. Sin ayudas. Sin apoyos. Él ya cantó su réquiem. Nada y todo en contra de la belleza. Nada y todo en contra de la sublimación de la belleza. La belleza es ilusión y prisión para la mayoría de las mujeres, deriva en deseo y las convierte en objetos de deseo. Esa mujer fotografiada por el reportero se equipara a la muerte en el momento mismo en el que este es saciado. Eso lo sabe el protagonista. O cree que lo sabe, porque intenta alejarse de la muerte, pero, al mismo tiempo, también está pidiendo alejarse de tanta vida.

La acción de “Reveal” sucede en las calles y callejas de la ciudad de Londres, en el interior del apartamento del fotógrafo y, finalmente, en el paisaje final del parque, que sirve de desenlace a la historia. Entretanto, el realizador va agolpando las instantáneas, una a una, que dan sentido a las primeras situaciones y, luego, a unas formas oníricas no del todo bien resueltas para la comprensión (o no) de los hechos. Con ello, Estaregui busca la esencialidad, y eso, a veces, tiene un precio, es decir, que algunos momentos de la acción se conocen por referencias narrativas, por alusiones. Es el problema de “Reveal”, una historia poco novedosa, entre narratividad y expresión cinematográfica, por cuanto depende como fuente de un estilo fílmico muy en la línea de Michael Powell y su fotógrafo del pánico, que ha ido dando paso a versiones similares como esta. La explicación buscada es la clave medular de todo el conflicto, y se queda, en cierta medida, fuera de foco, por así decir, aunque el desenlace, previsible, quiera llegar con todo su fragor y violencia. La poética de Estaregui tiende al espacio vacío, pero se queda en una fuerza limitada, sin sacar la esencia a todas sus posibilidades, que las tiene.

A pesar de estos pesares, hay elegancia en el rodar, con ese poderoso blanco y negro de un inspirado Beltrán García -el mismo de los deliciosos pasteles cromáticos a lo Vincent Minnelli o Stanley Donen en “¡Al quinto!”-, y los detalles convierten a esta historia otras veces contada, “dejà vu”, en una película interesante, con estilo, que no se ajusta del todo al estereotipo. A este Estaregui habrá que seguirla la pista, a quien no le cuesta gran trabajo dar con la temperatura adecuada y se las ingenia para configurar un producto bien acabado. Que no es poco.

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