“La artista y el modelo”, ensayo fílmico de Luisa Fernanda Trueba

Por Don Quiterio.

Cuando el séptimo arte habla del arte mayor suele caer, con frecuencia, en la pedantería. Cualquier pintor –o escultor, o arquitecto- competente lo puede observar, pero, sin embargo, los cineastas, vanidosos, creen dominar disciplinas que requieren un aprendizaje previo.


Es recurrente el tópico, el cliché, el lugar común, y los cineastas pretenden trascender cuando lo único que consiguen es banalizar ante la excusa, bastarda, de la intelectualidad. “El artista y la modelo”, película actualmente en cartel en las salas zaragozanas, es una buena prueba de ello. A uno, que se ha criado en la bohemia de los estudios y talleres, entre pinceles y brochas, mármoles y barros, le resultan patéticas ciertas miradas a unos universos tan especiales, tan cotidianos, tan entrañables. A veces, como Colombo, te quedas perplejo. Perplejo ante los aspavientos filosóficos, reflexivos, que te quieren vender. Lo mediático, ya se sabe, es cuestión de venta. Menos mal que nos queda Portugal. O el paraninfo de esta ciudad inmortal, entre risitas cómplices, para promocionar la solemnidad del producto. En este tipo de películas, en fin, se suele utilizar el juego de los contrarios, es decir, se acentúa la dicotomía entre la realidad y la imaginación, la vida y la muerte, la juventud y la senilidad, la belleza y el horror de la guerra, lo humano y lo divino, la amistad y el poder. Pero, por desgracia, se tiende con facilidad hacia lo discursivo, al didactismo (referencias, en el filme que nos ocupa, a Rembrandt, Cézanne, Matisse), al academicismo, lo previsible y lo obvio. Al mismo tiempo, afirma el veterano crítico José Vanaclocha en un sutil acto de blasfemia, “¿no hay en este filme de Trueba algunas coincidencias estilísticas con algunas películas de ‘qualité’ de José Luis Garci?”. A mí, la verdad, el filme no me convence nada, todo me parece más que discutible por estos y otros motivos, como los que expone la periodista y escritora Laura Freixas en un soberbio artículo titulado “La artista y el modelo”, publicado el pasado once de octubre en las páginas del diario “La vanguardia”. No tiene desperdicio. Pasen y vean:

“Un día de 1943, en un pueblecito provenzal, una señora de ochenta y dos años y su marido, de setenta y cuatro, están tomando un café cuando ven a un veinteañero de aspecto miserable. Le invitan a comer. El chico cuenta que ha huido de la guerra de España. En un aparte, el marido le dice al chico que su esposa es escultora, que tiene un cuerpo precioso y que, sin duda, ella querrá tomarle como modelo. A tal fin, ofrece alojarle en una cabaña que le sirve de taller y pagarle por su servicio. El chico acepta. La escultora octogenaria llega a la cabaña y le ordena secamente que se desnude. Él obedece. Siguen varias sesiones en las que posa desnudo (la cámara se detiene, amorosamente, en partes de su cuerpo) mientras la anciana le dibuja. Cuando vuelve a su casa, la escultora le comenta a su marido (el cual, con la ayuda de un criado español, le ha hecho la comida como todos los días) que el chico tiene un cuerpo espléndido, en particular los testículos, perfectamente esféricos. Un día la escultora no puede contenerse y con sus viejas manos acaricia la desnudez del joven que, comprensivo, le deja hacer… Como la película, según ha declarado su directora, Luisa Fernanda Trueba, versa sobre el sentido del arte y la búsqueda de la belleza, la escultora hace largas disquisiciones sobre esos temas, hablando para sí, pues a nadie se le ocurriría que un hombre (el modelo, el marido) tenga nada que decir sobre el asunto. O, como mucho, el modelo hace alguna pregunta. Boba, naturalmente. Solo se produce un diálogo cuando aparece otra mujer: una alemana que está escribiendo un libro sobre la escultora. Pero no es que la escultora no aprecie a los hombres, ¿eh?, al contrario: los considera –según se digna a explicar al modelo- una maravilla de la naturaleza, solo comparable… ¡al aceite de oliva! Estimados señores críticos de cine: ¿qué les parecería una película como la que acabo de contar? ¿La calificarían de inteligente, tierna, humanista? ¿Confesarían que les ha emocionado? Varios de ustedes lo han declarado así refiriéndose a ‘El artista y la modelo’, de Fernando Trueba, que solo difiere de mi versión en el sexo de los personajes. ¿Ven por qué no es indiferente el sexo de los críticos (y el de los cineastas)? ¿Ven por qué es necesaria la paridad en la cultura?”.

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