“Memorias de una mirada”, documental de Eduardo de la Cruz


Por Don Quiterio

El realizador Eduardo de la Cruz ya se interesa por el paisaje del Pirineo aragonés en su anterior documental “El Ara, el último río salvaje” (2011). Ahora, vuelve por estos territorios en “Memorias de una mirada” (2012), un recorrido por la figura de Ricardo Compairé (1883-1965), el fotógrafo del Alto Aragón que plasma con su cámara lugares y tradiciones, siempre con un sentido plástico de la obra.

Su memoria amorosa bebe de recuerdos sin contaminar, de evocaciones lúdicas, de paisajes vitales que devienen festivos y compasivos. Y nos invitan a soñar. Y, al final, se imponen los recuerdos de infancia, que se cierran con el nacimiento del mundo interior.

A través de la voz en “off” del actor Manuel Galiana, este realizador madrileño que tiene casa en Broto se sirve de los testimonios más cercanos al fotógrafo de Villanúa para dar forma narrativa a su película, de la que hace dos versiones, una en producción corta y otra en formato de largometraje. Pirineístas, fotógrafos, historiadores, antropólogos, periodistas, familiares o lugareños ofrecen sus impresiones sobre Compairé, de su gran amor a la montaña, al paisaje, su trabajo incansable, su amistad con Ramón José Sender, José María Aventín, Conchita Monrás, Ramón Acín…

Farmacéutico de profesión, Compairé ejerce esta disciplina en 1905 en Boltaña, luego en Panticosa y en 1908 toma posesión de la botica de Echo, donde permanece hasta 1920, fecha de su traslado a Huesca. Es en Huesca, en efecto, donde trata con frecuencia a Ramón Acín, con el que mantiene largas tertulias y con quien prepara, valiéndose de envases de medicamentos, diversas suertes taurinas que se muestran en los escaparates de la botica. Igualmente encarga a Acín el dibujo del escudo de su farmacia, diseñado como homenaje a su mujer, la chesa Dolores Fernández Rocatallada, con la que tiene seis hijos.

Los testimonios de Carlos Compairé, Pepa Bueno, Ángel Gari, Publio López Mondéjar, Alfredo Romero, José Luis Acín, Enrique Satué, Antón Castro, Severino Pallaruelo, Fernando Biarge, Valle Piedrafita, Covadonga Martínez o Enrique Carbó –autor este último, junto a Marta Ruiz y del propio De la Cruz, del guion del documental- tratan de acercarse a su parte más humana y nos ofrecen una panorámica de la personalidad y la obra de Ricardo Compairé, la declaración de intenciones de un vitalista apasionado, un enamorado de la vida, un poeta del Pirineo, de los pueblos remotos y alejados, rodeados de montañas nevadas, de bosques, de caminos impracticables, de sus habitantes, de sus tradiciones, de sus vestimentas, personajes grupales, también solitarios y peculiares.

Este trabajo reúne trescientas instantáneas de este pionero de la fotografía etnográfica, que invita a entrar en un mundo que se ha perdido, con mujeres de mantilla de gala, hombres que pisan barro, niños que buscan paja, grupos que entran en la iglesia, convirtiendo a objetos cotidianos en arte y dignificando los oficios al plasmarlos con gran belleza. Aineto, Hecho o Ansó son los escenarios de algunas de las más bellas imágenes del fotógrafo oscense, siempre mostrando las arquitecturas de los pueblos y los paisajes de montaña. También hay pequeños incisos que recuerdan momentos, como cuando va a fotografiar el altar de Bolea y, al no tener luz, recorre las casas del pueblo en busca de velas para iluminar la escena.

Fotografías que tienen en la naturaleza y en sus personajes, en la parte y en el todo, el desarrollo lógico de un proceso imposible de estancar, formas que se niegan a ser olvidadas, formas y contenidos perfectamente fundidos, idealizados. Son documentos de un mundo en extinción, un mundo de tipos y de trajes, de pastores y campesinos, de maestros y escolares, de cazadores y contrabandistas, de niños y mujeres, de religiosos y militares, de objetos de toda calaña, domésticos y de laboreo, y que la cámara de Compairé plasma con pasión ese territorio pirenaico y su alma de viajero. Una capacidad, en suma, para captar la realidad de los lugares que visita, en una suerte de relación entre el arte y la naturaleza, la descripción de un pasado, de una época sujeta en la memoria.

El trabajo de Eduardo de la Cruz, a la postre, guarda muchas similitudes, en el fondo y en la forma, con el documental “Pirineo revelado” (2011), del zaragozano Emilio Casanova, en el que también quiere plasmar la cotidianidad de los Pirineos tal como lo fotografía Compairé (aunque Casanova se extiende en Lucien Briet, y en Bertrand De Lassus, y en Julio Soler i Santaló), buscando la belleza en situaciones corrientes para encontrar el esplendor de las cosas que transcurren entre el blanco y el negro. Y lo importante de toda mirada no es que tengamos la sensación de que alguien observa sino de que algo es observado, para lo que el fotógrafo realiza una ficción perfectamente teatralizada con aldeanos que encuentra a lo largo de su viaje a principios del siglo XX.

Dice Eduardo de la Cruz que “un documental básicamente es información, se mueve en este terreno un tanto ambiguo entre el cine y el periodismo”. Yo, sinceramente, no lo creo. Creo que el cine, ya sea ficción o realidad, documento o ensayo, debe ser, ante todo y sobre todo, un hecho fílmico. Y en este tipo de documentales se echa en falta ese espíritu que dé trascendencia a lo que se quiere contar. Dejemos a los periodistas que hagan su trabajo, que buena falta les hace. Yo entiendo el documental cinematográfico como una ventana a la vida, que rastree, que indague, que busque una suerte de abstracción para llegar a su fin. Montar en imágenes la vida limpia de alguien –ya sea fotógrafo, pintor, escritor, fontanero o albañil-, sin más, es hacer hagiografía. Hacemos de las personas personajes idílicos, sin sombras, y a lo largo de una existencia, ya lo sabemos, hay roces, malentendidos, equivocaciones, traiciones y toda una gama de contradicciones. La excusa de la investigación no vale cuando, si no se dice nada nuevo, está todo dicho en numerosos libros y otros documentos fílmicos miméticos al presente. Caemos, pues, en el didactismo, el academicismo, lo previsible y el lugar común.

También dice el realizador que si Compairé “hubiese nacido en París sería universal”. Hombre, tampoco exageremos. Es como decir que si yo hubiese nacido en la isla de Manhattan escribiría en el “New York Times”. Que tampoco es plan.

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