El patrullero de la filmo: Japón y la empresa Daiei


Por Don Quiterio

Con la colaboración de Hiroyuki Ueno y Alejandro Rodríguez, de la fundación Japón, y de Catherine Gautier, de la filmoteca española, el departamento de programación de la filmoteca de Zaragoza, que dirige Leandro Martínez, inicia un sugestivo ciclo sobre la empresa Daiei, uno de los grandes estudios clásicos japoneses que producen cintas de género (el de espadachines hace furor en ese momento) y otras de mayor calado intimista.

Fundada en 1942, esta productora explota de manera continua los dramas de época y cierra su periplo en 2004, tras varias décadas de intenso desarrollo, donde no faltan los altibajos económicos, los cambios de dirección y los tiempos muertos. El ciclo se compone de diez cineastas con algunas de sus obras más representativas, que suponen, en muchos casos, auténticos estrenos para el aficionado más avezado.

Se inicia esta muestra de cine japonés con el realizador Hiroshi Inagaki y sus filmes “Muhomatsu no issho” (1943) y “Te o tsunagu kora” (1947), película esta última de la que también se ofrece una segunda versión realizada en 1964 por Susumu Hani. A estos autores se suman Kôzaburo Yoshimura con “Itsuwareru seisô” (1951), Teinosuke Kinugasa con “La puerta del infierno” (1953), el gran Kenji Mizoguchi con la imprescindible “Cuentos de la luna pálida de agosto” (1953), Takuzô Tanaka con “Akumyô” (1961), Yuzo Kawaghima con “Shitoyakana Kedamono” (1962), Daisuke Itô con “Jshô” (1948), “Benten Kozô” (1958) y “Yosaburo” (1960), Kon Ichikawa con “Man’in densha” (1957), “Enjô” (1958), “Nobi” (1959), “Kagi” (1959) y “Hakai” (1962), para finalizar con Kiyoshi Kurosawa y sus filmes realizados en 1998 “Kumo no hitami” y “Ja no michi”.

La entrada de Japón en la segunda guerra mundial hace que el gobierno fusione en 1941 todas las firmas cinematográficas en tres: Shochiku, Toho y la recién creada Daiei (Dai-Nihon Eiga), y los noticiarios y el cine documental adquieren notable auge. Este difícil periodo es rico en experiencias estimulantes y permite el afianzamiento de nuevos talentos. El triunfo del filme de Akira Kurosawa “Rashomon” en Venecia, y el nuevo esplendor consiguiente del drama de época, hace que la Daiei insista en este género y se sitúe en primer término entre las producciones nacionales, con filmes como “Cuentos de la luna pálida de agosto” y “La puerta del infierno”, cuyos éxitos estimulan la producción de filmes en color especialmente destinados al mercado extranjero. También se dan a conocer cineastas prometedores como Kon Ichikawa, especializado en comedias a la americana.. En 1950 nace una nueva productora, la Toei, que pronto alcanza gran impacto por sus filmes destinados al público popular. A partir de 1953 la empresa Daiei entra en una fase de gran prosperidad, produciendo un filme semanal. La comercialización creciente del cine japonés impone una extrema racionalización del mercado con la creación de géneros bien determinados dirigidos a una clientela muy concreta: filmes de terror, de ficción científica, melodramas, bélicos, dramas de adolescentes… Los resultados más estimables se logran en el campo del cine histórico gracias a la labor de algunos directores. En 1957 las cinco grandes compañías existentes se unen para frenar la actividad creciente de las firmas independientes, que sufren un grave colapso, ya que la imposición de contratos exclusivos significa un retroceso para la industria, una nueva feudalización. En la década de 1960 inician su actividad tres jóvenes directores que llevan a cabo las obras más interesantes del cine nipón de la época: Shohei Imamura, Susumu Hani e Hiroshi Teshigahara. En 1961 la Shintoho cierra sus puertas tras una grave crisis financiera, mientras que la Daiei rueda el primer filme japonés en setenta milímetros, “La leyenda de Buda”, de Kenji Misumi.

Ahora, la filmoteca de Zaragoza nos ofrece la oportunidad de ver diversas obras de algunos realizadores de la Daiei, como Hiroshi Inagaki, ese ayudante de Daisuke Itô que se especializa en cine histórico. O el propio Daisuke Itô, con su gusto por la sangre y la violencia, la acción y el realismo. O Susumu Hani, con unas dotes excepcionales de introspección y sensibilidad en la descripción de caracteres femeninos. O Teinosuke Kinugasa, acaso de escasa originalidad aunque de gran calidad plástica. O Kenji Mizoguchi, que se incorpora en 1951 a la Daiei, en la que permanece hasta su muerte, en 1956, y donde lleva a cabo las obras culminantes de su carrera, entre sus tendencias románticas y líricas, realistas y naturalistas. O Kon Ichikawa, con sus filmes de gran violencia erótica y con sus filmes bélicos de excesiva atrocidad. O, para terminar, Kôzaburo Yoshimura, caracterizado por su gran versatilidad y adaptándose a los temas y estilos más variados, que recrea con una constante eficiencia: el drama bélico, la decadencia de la aristocracia, la corrupción de la postguerra, las luchas sociales, la leyenda histórica…

Un ciclo, pues, de visión obligatoria, con obras que se estrenan por vez primera en Zaragoza y otras que merecen un profundo respeto, casi místico, como “Cuentos de la luna pálida de agosto”, una auténtica obra maestra, de las de verdad, sin trampa ni cartón, una voluntaria locura que encierra todo el secreto de un alma sensible en la que se entremezclan sin solución de continuidad, sin clave resolutiva, sin prejuicio, el bien y el mal, la moral instituida y el loco lanzamiento, el romanticismo y el realismo, la tranquilidad y el éxtasis, el paroxismo y la paz, el sueño y la razón, la quimera y la experiencia, la cámara casi estática y la cámara enloquecida, la fotografía en “flou” y el contraste violento, la interpretación liberada de todo freno y la contenida, los fantasmas y los cuerpos vivos. La vida. El verdadero cine.

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