Política, políticos, democracia / Javier Úbeda


Por  Javier Úbeda Ibáñez

  Política es el arte de gobernar en justicia y en paz la vida personal, laboral y social de los ciudadanos de un Pueblo, Nación o Estado mirando a su bienestar y bien común.

    Sin embargo, para ciertos políticos, la política es esencialmente una lucha y una contienda que permite asegurar a los individuos y a los partidos que detectan el poder su dominación sobre la sociedad, y al mismo tiempo, la adquisición de ventajas, beneficios y privilegios que se desprenden de la ostentación del poder político. La democracia no está al servicio de la política, sino que la política debe estar al servicio de la democracia.

        Tal vez en esto radique hoy la más importante contribución que la política hace a la sociedad en su conjunto: darle la credibilidad y transparencia necesarias para que la confianza sea un recurso preferible a la violencia.

        Olvidada la persona como fundamento y reemplazada por el individuo teóricamente individualista y salvaje, la política de hoy es un simple juego de negocios cuyo premio es el poder. No se puede esperar nada bueno de este juego. En serio: nada bueno.

        La política es el arte de lo posible, la búsqueda de una vida mejor para todos, la coordinación de esfuerzos en la construcción del bien común.

        Konrad Adenauer dijo que «la política es demasiado importante como para dejársela a los políticos».

        Los políticos deben ser servidores del pueblo. Entiendo que las personas que acceden a cargos y destinos de responsabilidad política, sin saber gobernarse a sí mismos ni a su familia, no son los más representativos ni los más idóneos para gobernar democráticamente al pueblo. Los partidos políticos deben buscar personas competentes y honestas que sirvan al pueblo haciendo leyes justas y buenas y aplicándolas correctamente para el bienestar personal y social del pueblo.

        Los políticos deben ser como enseñan los romanos: «Hombres buenos y peritos en el hablar», que saben obedecer y mandar, gobernar bien su casa y familia, cooperar diligentemente en su comunidad de vecinos, evitar la tiranía de las minorías, la oligarquía de los poderosos, la demagogia de las mayorías parlamentarias, y que ofrecen un proyecto real de bienestar humano y de desarrollo social y económico donde haya el menor paro laboral posible y la mayor concordia y paz ciudadana.

        Los demócratas más radicales saben que no todo puede ponerse a votación. Basta con estudiar la historia de las diferentes democracias y ver cuántas veces se ha permitido organizar un referéndum para abolir todos los impuestos…

        Hace falta pensar otro modo de organizar la democracia (o cualquier sistema político), desde un fundamento válido: nadie puede violar los principios de justicia ni los derechos fundamentales de las personas; y todos los seres humanos, sin discriminaciones arbitrarias, merecen ser defendidos en su integridad física, en sus necesidades básicas, y en su capacidad de escoger caminos buenos para realizar sus legítimas aspiraciones.

        La democracia no se construye solo a base de votos, sino que es una acción comprometida de todos los días con la comunidad. Construir justicia y solidaridad, afrontar y resolver los problemas económicos y sociales, avanzar en madurez política, no es asunto exclusivo de los elegidos para gobernar y legislar, sino que es un asunto que nos compete a todos.

        Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad.

        El Estado de Derecho es la condición necesaria para establecer una verdadera democracia. Para que esta se pueda desarrollar, se precisa la educación cívica, así como la promoción del orden público y de la paz en la convivencia civil. En efecto, no hay una democracia verdadera y estable sin justicia social.

        En el Estado de Derecho es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres.

        La democracia no es el régimen del número, sino el del derecho.

        Adueñarse democráticamente del Estado para imponer «democráticamente» una forma única de pensamiento y vida no recibe el nombre de progreso sino el de democracia totalitaria, sea cual sea su origen y benéficos deseos.

        Todo aquel que ha proclamado que quiere prestar un servicio, un servicio a España en funciones muy diversas, tiene que mostrar en la práctica que en realidad ha llegado a ese puesto para servir y no para servirse, no para enriquecerse; sino para dar lo mejor que tiene en favor del pueblo que tanto lo necesita.

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