Ese loco bajito / Christian G. Toledo


Por Christian G. Toledo

El recuerdo del futbolista José María Movilla me devuelve a años más felices, cuando los zaragocistas alzamos nuestro último trofeo hasta la fecha, en aquella noche mágica de Montjuïc de marzo del 2004. En aquella época Movilla era ya bajito y calvo, pero no más fuerte ni más rápido que hoy. Tan sólo algunos años más joven.

 

Aquellos años también fueron un espejismo feliz para España, que por entonces andaba metida en el gimnasio macroeconómico. A base de anabolizantes financieros y toneladas de ladrillo conseguía ponerse alta y cachas, y con su cuerpo recién musculado se pavoneaba por Europa haciendo alarde del rapidísimo descenso de sus niveles de paro, eso que viene a ser como el colesterol de la economía.

En 2007, cuando a aquel chulo piscinas se le quebraron los tobillos de cristal y se pincharon sus músculos financieros, se acabaron unos buenos tiempos que todavía no han vuelto.

Precisamente ese año el héroe de nuestra historia se marchó de Zaragoza. Con treinta y tres años, calvo y bajito, ya parecía demasiado veterano para jugar en primera división.

Y allí se fue él, con su profesionalidad a la espalda a trabajar a equipos más modestos. Y con su ilusión intacta y su motorcito siempre en marcha, se ganó año a año un nuevo contrato.

Pero un buen día aquel tipo bajito, calvo y veterano se quedó en el paro. A su edad, cumplidos ya los treinta y siete, su estatus de desempleado colgaba de él como un sambenito y su destino más probable era pasar los lunes al sol en un banco del parque.

Sin embargo aquel tipo, además de talento, tenía agallas. No se rindió cuando le mostraron la puerta de salida y buscó un lugar donde demostrar que el motor que le impulsa no estaba gripado.

Los azares de la vida quisieron que volviera hace un par de meses a orillas del Ebro, donde se puso de nuevo el traje de faena y encendió el motor de sus piernas, que comenzaron a moverse sin descanso y contagiar un nuevo entusiasmo a los compañeros y a la afición.

En estos tiempos, cuando nuestro país anda en boca de medio mundo como sinónimo de catástrofe, con una sociedad pesimista y acobardada, Movilla me parece un buen ejemplo para recuperar nuestra autoestima.

Porque, si nadie es nunca demasiado viejo y nunca es demasiado tarde para volver a empezar, pongamos, pues, el motorcito a funcionar.

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