Augusto, la Zuda y los Panetes / Guillermo Fatás


Por Guillermo Fatás.

Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza
Asesor editorial de Heraldo de Aragón

A remolque de los obras del tranvía, el Ayuntamiento de Zaragoza va a actuar en el área de las murallas romanas. Un área notable por las huellas históricas que conserva. Decir la Zuda y San Juan (Bautista) de los Panetes, es como hablar del alcázar musulmán y de la Orden Militar del Hospital de San Juan de Jerusalén, ahora de Malta.

Nunca faltan ideas portentosas. Algunos, en 2012, han pedido hacer un boquete en la muralla romana y, de paso, que se emplee la estatua de Augusto como señalador giratorio a voluntad de los curiosos preguntones: -¿Dónde queda el Mercado? Y, zas, la estatua gira y lo señala con el dedo. Ya hubo quien propuso arrasar los Panetes, según contó HERALDO el 23 de septiembre de 1931. Un informe municipal pedía su demolición, opinión -¿inducida?- que no prosperó.

Entre quienes se opusieron estuvo Mariano de Pano, delegado de Bellas Artes en la provincia. El erudito montisonense separó lo accidental (la mugre y la desidia) de lo principal (la significación del edificio). La suciedad y el descuido daban al edificio y sus alrededores un aspecto deplorable, pero poseía valor histórico y un atractivo latente que una cabeza bien organizada podía potenciar.

Pano escribió esto: “El templo hoy se resiente de abandono y aislamiento. Ábrase al público, ábrase la calle que unirá la plaza del Pilar con la calle de Antonio Pérez (límite oeste de la iglesia) y el templo se transformará en verdadero monumento”. San Juan –concluía- debía conservarse “a toda costa” y, en todo caso, advertía al Ayuntamiento de no destruirlo sin haber pedido dictamen a las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.

También opinó lo mismo el representante de la aragonesa Real Academia de San Luis, Sancho Rivera que consideraba injustificada la demolición.

Estas opiniones pesaron más que las salidas de la Casa Consistorial, cuyos firmantes no carecían de autoridad. Uno era el archivero-bibliotecario jefe, Manuel Abizanda, que fue muy crudo: “La iglesia de San Juan de los Panetes carece de valor histórico y arqueológico. Nada (del pasado remoto) recuerda su edificación del siglo XVIII ni su recinto guarda nada apreciable (…..) Para Zaragoza no tiene interés alguno su conservación, si necesarias mejoras suburbanas requieren su desaparición”. No siquiera la torrecica inclinada le mereció misericordia. Le parecía, sin embargo, bien conservar y restaurar el anejo torreón de la Zuda.

extraña, conocido el criterio de su principal: “Teniendo presente las necesidades de urbanización de este sector de la ciudad y la carencia de interés arqueológico, histórico y sentimental del edificio, debe ser derribado, desmontando para su conservación o reconstrucción en otro lugar adecuando la portada y los pequeños retablos de su interior”. Esta pareja implacable, por fortuna, no se salió con la suya.

En 2012, el presupuesto para la adecuación de la zona a las nuevas necesidades que induce el tranvía es pequeño, por lo que la intervención por fuerza será escueta. Eso evita al poder las tentaciones de desmesura a las que ha sido tan aficionado, de forma que, en este caso, la penuria es factor de tranquilidad, más que de inquietud.

La iglesia cumple la misma función y en idéntico emplazamiento desde la reconquista en Zaragoza por Alfonso I el Batallador, de cuyo tiempo le queda en la fachada un delicado y valioso crismón. El interior es límpido y discreto.

He tenido ocasión de colaborar en cosas de detalle con los autores del proyecto. Cuanto he visto de él me parece sobrio y respetuoso. Pronto podrán los vecinos de Zaragoza y quienes visiten los alrededores del Pilar juzgar por sí mismos sobre estos cambios inminentes en lugar tan señalado y merecedor del respeto ciudadano.

 

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