Alfredo Castellón, unas gallinas y un burro


Por Don Quiterio 

  Un amigo “de toda la vida” me llama un miércoles por la tarde y me anuncia el fallecimiento de Alfredo Castellón.

    Mi pequeña hija, ese mismo día por la mañana, llevaba en su mochila del colegio un libro del zaragozano, pues tenemos un acuerdo común según el cual, sin que yo interfiera, ella coge un volumen de la vasta biblioteca de mi despacho, de una sobriedad –me pongo estupendo- que invita a hablar en voz baja, y a la salida de clase, cuando voy a buscarla, le explico quién es el autor y le leo unos párrafos. Una forma de educación que aprendí de mi abuela. Y de la que, al pasar los años, me ha convertido en un lector irredento. Unos días antes de esto, en las copas y bocados después de la presentación de un poemario de Daniel Arana, en Antígona, salió una conversación animada, no sé por qué, acerca del cineasta y escritor zaragozano.

  Yo mismo, con la costumbre de leer mientras defeco, me encontré el día de su fallecimiento, entre las páginas de un libro, un recorte de periódico –ya amarillento- de la crítica cinematográfica que escribió en ‘Heraldo de Aragón’ el añorado Joaquín Aranda –se ponga como se ponga José Luis Melero- de ‘Las gallinas de Cervantes’. Y en esos días, mi hija y yo terminamos de leer ‘Platero y yo’ –siempre lee y le leo antes de que se acueste-, ese libro que no le gustó nada a Jesús Franco de pequeño y cuando lo volvió a leer de mayor le pareció una mierda. Como a Buñuel. No había duda, Alfredo Castellón había muerto.

  Para Alfredo Castellón, al que casi siempre llamaba para quedar en mis frecuentes viajes a Madrid, había una serie de pulsos inmutables que nos llevan a comportarnos de una determinada manera. Detrás de las verdades y las proclamas, los credos y las ideologías, hay objetivos que tienen que ver con los instintos humanos. Para él, era importante centrarse más en los actos que en las personas, pues todo el mundo se puede comportar bien y mal incluso en momentos sucesivos de su vida. En el momento en que empezamos a transigir ya nos hemos pasado al otro lado. Por eso hay que analizar la bondad y la maldad en cada cosa concreta que se hace, en cada acto. Esa reflexión permanente era esencial para Alfredo Castellón, una de las personas más nobles y bondadosas que he conocido.

  Realizador pionero de la televisión pública española, Alfredo Castellón acerca el entretenimiento de calidad a un país culturalmente romo, al ser uno de los integrantes en la dirección de espacios dramáticos o divulgativos como ‘Primera fila’, ‘Tengo un libro en las manos’, ‘Versos a medianoche’, ‘Encuentro con las letras’, ‘Cámara 64’, ‘Biografías’ –donde destaca la que rueda sobre Ramón y Cajal-, ‘Érase una vez’, ‘Estudio 1’, ‘Novela’, ‘Mirar un cuadro’, ‘Antígona’, ‘Palma y don Jaime’, ‘Nosotros y ellos’, ‘Figuras en su mundo’, ‘La sangre y la ceniza’, ‘La casa de los Martínez’, ‘Visto para sentencia’, ‘El último café’, ‘Testimonios’ o ‘Segovia, un lugar de la palabra’, emitidos en la pequeña pantalla a lo largo de la segunda mitad del siglo veinte. Ha trabajado también para televisiones hispanoamericanas: ‘Don Camilo’, en Argentina, y ‘Amahl y los visitantes’, en Perú.

  La televisión le da la oportunidad de hacer teatro –adaptaciones de Shakespeare, Chejov, Arniches, Molière o Henry James-, documentales, series, como hicieran sus compañeros de fatigas Alberto González Vergel, Gustavo Pérez Puig, Juan Guerrero Zamora, Pedro Amalio López o sus paisanos José Antonio Páramo y José Luis Rodríguez Puértolas, Al mismo tiempo, sin embargo, le mata la ilusión del cine. En este formato se inicia en el documental en 1954 con el cortometraje ‘Nace un salto de agua’ y a este siguen otros más: ‘Los techos de Roma’ (codirigido por Silvio Maestranzi), ‘Viena 1956’, ‘Bailes de Galicia’, ‘Sonata gallega’, ‘Velázquez y su época’, ‘La paleta de Velázquez’, ‘Los inútiles’ o ‘Una historia de amor’.

    Castellón ha sido pícaro, viajero por Roma y París, contertulio en el café Niké de Zaragoza, paseante romano junto a la filósofa María Zambrano –a la que dedica un par de documentales-, atleta, meritorio con Michelangelo Antonioni, asistente de dirección de Sergio Corbucci (‘Il ragazzo dei cuore di fango’,1957), coguionista de León Klimovsky (‘El bordón y la estrella’, 1966) y director surrealista. Buñuel es su cineasta ideal, su maestro, y se consideraba su “hijo” o “ahijado”. Siempre le gustó la ruptura, el automatismo con ideas e inspiración, no el vulgar juego de café. En la ciudad Inmortal estudia en el colegio de los jesuitas y se matricula en derecho en la universidad. Más tarde, ingresa en la escuela de cine de Madrid y también en el centro experimental romano.

  Aunque su producción en cine es escasa, en 1965 aborda un proyecto de largometraje, ‘Platero y yo’, una suerte de biografía de Juan Ramón Jiménez, en el que participan otros zaragozanos: Santos Alcocer como guionista y Roberto Camardiel como actor secundario. Veinte años después realiza otro largo, el singular ‘Las gallinas de Cervantes’, según un relato de Ramón José Sender. Como autor dramático destaca su obra ‘Los asesinos de la felicidad’, estrenada en el teatro Beatriz de Madrid por un grupo de cámara y ensayo, así como numerosas piezas dedicadas a Joaquín Costa. Autor igualmente de cuentos infantiles (‘El más pequeño del bosque’), además de ensayos y poesía, Castellón publica su último libro poco antes de morir, ‘Apólogos’, una colección de aforismos, microrrelatos y poemas en prosa donde rinde homenaje a sus padres.

  Asiduo colaborador del festival de cine de Huesca, donde es jurado en más de una ocasión, da conferencias y presentaciones e interviene en la edición del libro ‘Ramón J. Sender y el cine’, que el certamen edita en 2001 junto con Carmen Peña, José Antonio Páramo, Jesús Ferrer y Antonio Mañas. Con motivo de la presentación en 2010 de un libro suyo en Zaragoza, ‘Heraldo de Aragón’ sacó una página a cinco columnas con el surrealista título de ‘Alfredo Calderón vuelve a su ciudad’. Al momento, escribí unas líneas tituladas ‘Gracias, don Alfredo’, para la sección ‘Correo del lector’, y al día siguiente salieron publicadas en el decano de la prensa aragonesa.

  Hemeroteca: “Gracias a Alfredo Calderón por su presencia en Zaragoza el pasado dieciocho de mayo con ocasión de la presentación de un libro sobre el guion de ‘Platero y yo’, película que dirigió en 1965 sobre la adaptación –junto a Eduardo Mann- de la obra de Juan Ramón Jiménez. Hace unos años, el propio Alfredo Calderón vino a la Inmortal para presentar en la filmoteca, en riguroso estreno, su último documental –en torno a la ciudad de Segovia-, y es que siempre que puede se acerca por esta tierra nuestra para compartir y disfrutar de sus numerosos amigos que tiene. De los del cine y de los otros. En todo caso, habría que matizar que Alfredo Calderón no nació en Zaragoza, como informa ‘Heraldo’, sino que su ciudad de origen es Castellón (donde, además, tiene un negocio de barcas). En fin, de los Calderón de Castellón de toda la vida…”.

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