Desde el diván: ‘El anacoreta’, de Juan Estelrich

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Por José María Bardavío

   Una de las ocurrencias más originales de la película consiste en  convertir la bañera en espacio multiusos: sirve de pecera (vive allí un pez), sirve para que amigos, familiares o inciertos visitantes que nadie conoce bien, se den  un buen baño mientras los demás ni se inmutan.. .

  España-Francia. Año: 1976. Producción: José Manuel Herrero (Estudios Cinearte). Director: Juan Estelrich. Guion: Rafael Azcona y Juan Estelrich. Argumento: Rafael Azcona. Fotografía: Alejandro Ulloa (color). Segundo operador: Eduardo Noé. Ayudantes de cámara: Guillermo Peña y Enrique Cerezo. Foto fija: Laureano López. Montador: Pedro del Rey. Decorados: Juan Alonso. Sastrería: Rosa García. Peluquería: Josefa Morales. Maquillaje: Adolfo Ponte y Manuela García. Intérpretes: Fernando Fernán-Gómez (Fernando), Martine Audo (Arabel), José María Mompín (Augusto), Charo Soriano (Marisa), Claude Dauphin (Boswell), Maribel Ayuso (Clarita), Eduardo Calvo (Calvo), Ángel Álvarez (Álvarez), Ricardo Lillo (Lillo), Isabel Mestres (Sandra), Luis Ciges (Wiz-Buete), Sergio Mendizábal (Idiazábal), Ramón Pérez Almorós (Norberto), Vicente Haro (Maitre). Duración: 110 minutos.

…Y sirve de  escenario para la puesta en escena de <<Ulises y las sirenas>>: Atado al palo de la ducha, Fernando (Fernando Fernán Gómez) navega en el barco de la bañera hacia Ítaca sin poder lanzarse sobre la opulenta Arabel, que hace de sirena y le muestra a Fernando, canturreando un poco, sus seductoras carnes.

   Se trata de una única habitación pero con multitud de  usos e ingenios. Si es verdad que a veces parece un casino con la mesa ocupada por el propio Fernando y sus tres amigotes más fieles que vienen a echar la partidita, otras  se proporciona un seguro refugio anti visitas en el interior de un armario dispuesto al efecto. Es verdad que campan a su  gusto, bien visibles, el  retrete,  el lavabo y la  bañera, y que de ellos hacen uso las innumerables visitas que recibe  este tan socializado anacoreta que si es cierto que nunca sale de allí, también es verdad que difícilmente podría hacerlo ya que su cueva se  ha convertido en un incesante lugar de romería de propios y extraños, una especie de ágora, de plaza pública, frecuentada por cualquiera que se le ocurra pasar allí un buen rato, como si fuera su propia casa.

    La más pintoresca de las visitas se llama Arabel  que se encontró en Capri el tubo de aspirinas con  mensaje dentro que Fernando había tirado años antes al retrete de su casa en Madrid. El mensaje intrigó tanto a la impresionante chica en cuestión, que se vino a Madrid con el exclusivo fin de conocer al anacoreta. Y tuvo el detalle de incluir en  el equipaje un amante riquísimo. Arabel quiere seducir a Fernando para que deje su encierro y se vaya con ella.

     De vez en cuando sacan de la pecera al pez a pasear  por la bañera, como si la bañera fuera una amplia avenida en donde acercar al  pez al sueño de devolverse un día al lago de sus sueños. A veces le echan unos granitos de caviar iraní por ser tan bueno.

    Decía que la cueva tiene un sancta sanctorum, una especie de pecera, el interior de un armario, en donde Fernando se devuelve al seno materno como conviene a cualquier anacoreta progre. Es allí en la penumbra donde Fernando se disuelve huyendo del festivo cortejo de visitas. Como el pez Fernando pasa de la bañera del cuarto a la pecera seca del interior del armario.

    Esta sintaxis enloquecida de objetos, cosas y usos  se ha conseguido eliminado los tabiques de la privacidad. Semejante ocurrencia la observamos en ese festivo plano en donde,  a la izquierda, la mujer de Fernando le corta las uñas de los pies sentado él en el retrete. 

   En el centro una pareja de espontáneos hace algo perfectamente ajeno a la incumbencia de las visitas ocasionales: hacerle la cama al dueño del piso. Mientras que, a la derecha, Arabel disfruta tan ricamente de un baño en  bañera. La simultaneidad de esas tres actividades crea una realidad disparatada e  imposible. Lo privado convertido en convivencia compartida.

     No citaré a los hermanos Marx. Me limitaré a recordar El fantasma de la libertad , la genial película de Luis Buñuel donde un buen número de personas no pueden salir de la mansión en la que celebran una fiesta. No hay nada que se lo impida simplemente no pueden salir. Y la fiesta se va pervertizando cuando cada cual va mostrando sus tendencias ocultas y el tener que hacer cosas privadas en un sitio ahora tan público. La fiesta va derivando en exasperación y tortura mientras divisamos la ropa interior, el hueso de la verdad, que visten ellos bajo los trajes de noche y gala. Pero en El anacoreta lo que vemos son fuegos artificiales, brillo que explota y desaparece; queda un cierto olor a pólvora que deja ver el artificio, la causa de un milagro devaluado.

   Fernando en El anacoreta recuerda también  a Nazarín  (Buñuel) pues los dos  llevan hasta un exagerado extremo la idea de vivir  el cristianismo de la mejor manera posible el uno, y el dar la espalda al mundo  practicando el anacoretismo industrial  (falsificado antes de empezar a practicarlo) el otro. En ambos casos  los acontecimientos dejan al descubierto  lo pretencioso que puede  resultar  la búsqueda de la  perfección absoluta. Y también recuerda Fernando a Simón del desierto (Buñuel) un anacoreta transparente, cristalino, en su deseo de perfección religiosa, subido a una alta columna con barandilla de cuerda en la que apenas puede moverse para concentrase en la oración, la contemplación, el sufrimiento, y las hojas de lechuga con las que se alimenta en exclusiva; hasta que… Pero el caso es que el aire fresco buñuelesco que le llega a El anacoreta por  direcciones tan diversas no terminan nunca de darle de frente.

    En El anacoreta de lo que se trata es de suprimir tabiques. Un experimento para juntar lo irreconciliable con lo inconcebible. La idea está bien. Pero a la puesta en escena le falta el genio que a Buñuel le sobra. Buñuel nunca deja de lado la idea, todo está regido por ese fantasma que no se ve pero que se nota: es el fantasma del Sentido, la hondura de la Significación. Pero  al  fruto de El anacoreta le falta hueso, está algo blando,  necesita maduración, está algo verde. Se pierde por los desagües de las interpretaciones desenfocadas (incoherentes), el óxido  del paso del tiempo, los excesos de folcklorismo ibérico ( gitanos y  toreros  haciendo presuntas estupideces trascendentes), las pretensiones intelectuales, el devenir embarullado, el trabajo de la actriz principal. Mejor no sigo.  Y sin embargo el cruce de esas dos épicas: la del tubo de Aspirina soltado en el retrete con mensaje de naufrago incorporado, y la de Ulises viajando en bañera sorteando a la Sirena Arabel deberían de haber sido  tabla de salvación suficiente para  una película que hace agua por demasiados sitios.

El blog del autor:   http://bathtubsinfilms.blogspot.com.es/

 Nota de la redacción: Tenemos la suerte de poder contar en esta sección de cine del Pollo Urbano con la singular  colaboración del amigo, profesor y escritor José María Bardavío.    De su blog: “Las bañeras en el cine” vamos a ir acercando a nuestros lectores amantes del mismo estas apreciaciones sicoanalíticas  de algunas películas  que , sin duda, forman parte de nuestras vidas. Y todo ello se hará a través de este apartado que hemos decido llamar:  “Desde el diván”. Gracias al profesor por su generosidad y enhorabuena a los polleros enamorados del cine.

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