Ya lo dijo Antón, no hay mejor premio que el Simón

152SimonP
Por Don Quiterio
Fotografías:Antonio Morata

   A la gente se la vio guapa. Y feliz. Se trataba, para qué engañarnos, de una felicidad congelada, de calidad mediana, como la merluza, pero que alienta. O alimenta. No era, claro, el júbilo de ganar en Cannes o Venecia, aunque, sin duda, siempre se prefiere a la desolación grumosa que deja la derrota.

     Acaso todo se deba a la fascinación que despierta una alfombra roja. Roja es la alfombra. Roja es la sangre. La sangre es roja. La alfombra es roja. Todos se fijan en la alfombra. Todos copian la alfombra. Todos aspiran a ser lo mismo, con las mismas alfombras y los mismos tópicos. Los premios Simón copian a los Goya. Los Goya copian a los Óscar. Además de alfombra y perfume y escotes y tintes, existen cabezas pensantes, grandes artistas y gente comprometida. Pero se empeñan los medios de comunicación en banalizar, todavía más, lo que es un espectáculo tendente a la evanescencia.

   Presentada por Jorge Usón y Carmen Barrantes, la velada de los premios Simón 2015, en un casi abarrotado teatro Principal, estuvo llena de sorpresas y, en cuanto a temática se refiere, rompió con las tres ediciones anteriores. Una cita que, de manera anual, pretende reconocer el trabajo realizado por cineastas y artistas aragoneses, cuya dirección artística y técnica corrió a cargo de Carlos Val y Raúl Ortega, respectivamente, ambos profesores del centro de formación audiovisual CPA Salduie. José Ángel Delgado y Antonio Tausiet, presidente y vicepresidente respectivos de la academia aragonesa de cine, estaban muy felices. Como la gente, que se lo pasó bien. Incluso muy bien.

  En el espectáculo participaron las artistas Alicia Romero, Esther Ferrández y Vicky Tafalla, que interpretaron diversos números musicales concebidos específicamente para la ocasión. Todos estos ingredientes contribuyeron a ofrecer una gran fiesta del cine aragonés, que arrancó con un cartel de Ignacio Marcén denominado ‘Simoncico’. Este año se ha rendido homenaje a la ardua tarea de los realizadores y el sinfín de impedimentos que han de superar para llevar a cabo sus producciones. Que se lo pregunten, si no, a los que nunca han recibido subvenciones. Otros, en cambio, se las llevan todas, siempre. Roja es la sangre. Roja es la alfombra. La sangre es roja. La alfombra es roja.

  ‘Justi&Cia’ se convirtió en la gran triunfadora de la gala. De los seis galardones a los que estaba nominada, la ópera prima de Ignacio Estaregui se llevó tres: mejor largometraje, mejor producción (Gloria Sendino y Jaime García Machín) y mejores efectos especiales (Iván Olmos). Se trata de un cine social de acción y entretenimiento, acaso demasiado anecdótico e incongruente, a la manera de una ‘road movie’ cañí que combina el drama, el humor y la aventura, a través de dos individuos, cual caballero y escudero, que deciden hacerse justicieros hartos de las corruptelas, los apaños, los desvíos, los tejemanejes, y juntos compartirán peripecias, penas y alegrías, mientras empiezan a ser perseguidos por la policía. 

  En la cuneta se quedaron la atractiva ‘Trovadores’, de Iván Castell; la necesaria ‘La encrucijada de Ángel Sanz Briz’, de José Alejandro González; la mediocre ‘Aragón rodado’, de Vicky Calavia; la discutible ‘El viaje de las reinas’, de Patricia Roda; o la de más calado, ‘Los inconvenientes de no ser dios’ (premio a la mejor interpretación para Alfonso Pablo), dirigida por Javier Macipe, quien se tuvo que conformar con el premio al mejor cortometraje por el espléndido ‘Os meninos do Rio’, un gran trabajo, sin idealizaciones ni estereotipos.

  ‘Os meninos do Río’ parte de una pequeña y sencilla historia de un barrio de Oporto –La Ribeira-, la de un chaval portugués que tiene miedo a tirarse al río Duero desde el imponente puente Luis I, a una altura de más de quince metros. Ese juego se convierte, al mismo tiempo, en una atracción para los turistas, aunque, en realidad, en el terror de ese chico a saltar al cauce existe el paralelismo con los temores adultos a enfrentarse a lo desconocido y a ir a contracorriente. Los cortos derrotados fueron ‘Laisa’, de Carmen Gutiérrez; ‘Espera un segundo’, de Germán Roda; ‘El país de nunca jamás’, de Jesús Salvo; y ‘Las líneas perdidas’, de Antonio Tausiet y Chema Ballestín. 

  Como novedades para esta edición se han añadido dos nuevas categorías, las correspondientes a mejor guion (para Jacobo Atienza por ‘Mientras somos’, también dirigido por él), y mejores efectos especiales (o digitales). Por su parte, se ha mantenido las ya vigentes, que son mejor videoclip (‘Broken windows’, del músico El Brindador, dirigido por Ignacio Bernal) y mejor interpretación, así como el premio de la categoría especial, que ha reconocido los trabajos más destacados en materia de montaje, dirección artística, producción, maquillaje, vestuario, sonido, banda sonora original o contribución social.

 

  Hubo, claro, reivindicaciones para todos los gustos, pero la sangre no llegó al río. Roja es la sangre. Roja es la alfombra. El propio Estaregui solicitó más respaldo para una industria que da de comer. El productor y actor Jaime García Machín dijo que “la corrupción es la culpable de que la clase obrera no tenga obras, la clase media no tenga medios y la clase alta no tenga clase”. Bien. Los presentadores, que cantaron y bailaron varias coreografías, interpretaron a dos cineastas que cuentan con humor sus sinsabores, sus anhelos, sus vanidades. El discurso oficial, al final, lo ofreció Ana Esteban, organizadora de actividades de la academia de cineastas aragoneses, que reclamó apoyo institucional y la puesta en marcha de la soñada Film Commision, con alfombra o sin ella. Y hasta el mismísimo Antonio Tausiet, que siempre viste de negro riguroso, lució una camisa roja. Camisa de sangre. Roja es la sangre. Roja es la alfombra.

   La lista de reconocimientos se completó con el Simón de honor, concedido este año al gran Antón García Abril, para quien este premio ha sido uno de los mejores que ha recibido en su profesión.  Alguien dijo que “sin música la vida sería un error”. La música es un relato y, como tal, es deudora del tiempo de su historia, o sea, del presente, de su propia historicidad. Hay que seguir considerando el arte y la cultura desde una perspectiva humanística e histórica. Uno se pregunta qué es todo esto de las sensaciones producidas por el arte, en especial el musical, que nos acompañan de por vida. La cuestión de la emoción musical es todo un misterio. Es innegable que las obras musicales tienen algo de magia o truco y provocan todo tipo de sensaciones y emociones en el oyente. De hecho, la música tiene valor como medio de inspiración, de relajación, de educación social, de formación de niños, de cultivo de la inteligencia, de posibles fines terapéuticos. Dice Antón García Abril (Teruel, 1933) que componer no tiene secretos. Es cuestión de trabajar muchas horas a lo largo de muchos días y, así, las ideas van surgiendo. Se necesita método, tiempo y paz, porque la creación musical es la búsqueda permanente de algo que no existe y que tiene que llegar. Cada obra tiene su por qué y su momento. Todos los creadores tienen obras fantásticas, otras que no lo son tanto y algunas que son fruto de la técnica.

     “El cine me dejó a mí, no sé muy bien por qué”, confesó Antón García Abril al recibir el premio. Casi nadie sabe que no solamente compone la música de la cabecera del mítico programa de Félix Rodríguez de la Fuente ‘El hombre y la tierra’, sino todo lo que se escucha en los más de cien capítulos de la serie de naturaleza. En cuanto a la ficción televisiva, García Abril musicaliza la primera serie de televisión española, ‘Los camioneros’, y otras posteriores como ‘Fortunata y Jacinta’,’ Ramón y Cajal’, ‘Cervantes’, ‘Los desastres de la guerra’, ‘Anillos de oro’ o ‘Segunda enseñanza’. Acaso las obras de este compositor se dirigen más al corazón que a la cabeza, pero sin olvidar –nunca- lo cerebral. La música, para qué negarlo, tiene que satisfacer intelectualmente. De no ser así, acaba quedándose en un ámbito menor. Y siempre ha sabido nadar a contracorriente en un momento en que todos los caminos musicales apostaban por la dodecafonía y la experimentación, independientemente de la melodía.

     García Abril se declara fascinado por el mar, pero también por los paisajes de su tierra con que nunca ha perdido los vínculos como ponen de manifiesto sus cantos de Ordesa, sus preludios de Mirambel, su concierto mudéjar o el propio himno de Aragón. Su obra, en la que se unen técnica y emoción, puede calificarse de inmensa, pero, y no deja de ser lógico, el gran público conoce su nombre, y más su música, ligada al cine y la televisión. Mario Camus, Pilar Miró, Vicente Aranda, Francisco Betriu, Fernando Fernán-Gómez o José María Forqué han sido algunos de sus destacados comitentes dentro de unas propuestas más rigurosas que la discutible etapa comercial anterior, repleta de mediocridades dirigidas por los Masó, Lazaga, Ozores, Klimovsky, Merino, Fernández, Lorente, Escrivá y compañía. Una etapa, en cualquier caso, de la que no reniega, como buen aragonés, en la que explota con éxito el célebre y desenfadado estilo ‘dabadabadá’. O las músicas machaconas de esos ‘spaghetti western’ repletos de tiros, chicas malas y sangre, mucha sangre. Roja es la sangre. Roja es la alfombra. La sangre es roja. La alfombra es roja.

     Para Antonio Isasi-Isasmendi, en 1979, elabora el que considera su encargo más difícil, ‘El perro’, un trabajo muy complicado técnicamente porque el protagonista es un dictador a quien se identifica con ese animal, sustituyendo su voz por música. En realidad, la obra de García Abril es una reflexión en forma de investigación musical donde el pasado y el presente se entrecruzan de manera tan fluida como de marcado interés, al tiempo que sugiere toda una serie de sentimientos, con su lirismo y su carga de libertad, tristeza y felicidad, en su metódico –y melódico- arrebato de discordias y armonías, sin aval y con garantía, de memoria y de corrido, en prosa y en verso, de luto y de bautizo, sin aliñar o en su salsa.

     También de su inspiración han nacido composiciones para ‘La muerte silba un blues’ (1961), ‘Culpable para un delito’ (1966), ‘Un millón en la basura’ (1966), ‘La leyenda del alcalde de Zalamea’ (1972), ‘Los pájaros de Baden Baden’ (1975), ‘Los días del pasado’ (1977), ‘El crimen de Cuenca’ (1979), ‘Cinco tenedores’ (1979), ‘Gary Cooper que estás en los cielos’ (1980), ‘La colmena’ (1982), ‘Los santos inocentes’ (1984), ‘La vieja música’ (1985), ‘Réquiem por un campesino español’ (1985), ‘Tiempo de silencio’ (1986), ‘A solas contigo’ (1990), ‘Tacones lejanos’ (1991) o ‘Amantes’ (1991). Unas composiciones que forman parte ya de la memoria colectiva. Y es que ha compuesto la banda sonora de casi un centenar y medio de películas. Si en lugar de acompañar, muchas veces, a mediocres cintas españolas hubieran sido la base musical de buenas películas italianas, habría alcanzado la proyección internacional de un Morricone o un Nino Rota.

     Como aquellos, todo un todoterreno que ha hecho cine, televisión, música sinfónica, y siempre se ha encontrado mejor con la obra que estaba haciendo, sin importarle si era una ópera como ‘Divinas palabras’ o una banda sonora de cine. Hay quien dice que la buena música en el cine es aquella que no se nota, pero García Abril no está del todo de acuerdo con la máxima: “Claro que se nota. La música produce emociones sin que el espectador se dé cuenta de lo que le ocurre. Ahora bien, entiendo que lo que se quiere decir es que no puede llamar la atención de manera que se despegue de la imagen. La buena música de cine tiene que convertirse en imagen y la imagen en música, no pueden sobrevivir bien la una sin la otra”.

      Estamos, indudablemente, ante uno de los músicos aragoneses más importantes de todos los tiempos, autor de una extensa obra sinfónica y de cámara que abarca la mayoría de las formas musicales, con más de doscientas bandas sonoras para la pantalla, grande o chica. Y, por ello, recibió el Simón de honor por una labor que abandonó hace más de veinte años. Y se alegró y emocionó, claro. Como la emoción siempre agradecida que provoca la música de este aragonés llamado Antón, el patrón español de los compositores clásicos contemporáneos. A la postre, y de esto sabe mucho el turolense, se puede confundir el pasado y la memoria, pero son dos cosas muy diferentes. El pasado se construye con hechos, con eventos que han sucedido. La memoria es un acto de hoy que recuerda el pasado y siempre lo transforma. Somos, en fin, memoria de un paisaje. Sin memoria no seríamos nada. Y sin música, la vida sería un error.

   Antón García Abril, en fin, se lo pasó bien, incluso muy bien. Como el público que (casi) llenó el Principal. Hubo aplausos, incluso muchos, y una fiesta final, donde los premiados, los derrotados, los amigos, los conocidos y los saludados se hicieron muchas fotos y tal. Al fin y al cabo, una gala es una gala, aunque esta, maldita sea, parece que se promocione desde la alfombra roja, no desde los estrictos valores artísticos, estéticos, culturales. ¿O no es cultura el cine? Por la alfombra roja del teatro municipal zaragozano han dejado aromas de perfumes, hilachas de costura de alquiler, cuerpos cincelados para que hagan juego con esa feria de las vanidades en la que esa alfombra roja cautiva, sonroja, anula. Sí, roja es la alfombra. Roja es la sangre. La sangre es roja. La alfombra es roja…

Artículos relacionados :