El patrullero de la filmo: Fernán-Gómez, el hombre orquesta

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Por Don Quiterio

Uno no sabe si Fernando Fernán-Gómez pensaba que era un huracán intelectual, pero, al final, terminó siendo una sola gota de lluvia. Afortunadamente, siempre hay otras gotas de lluvia que piensan de la misma forma.

No hay que preocuparse, de todos modos, por nada de eso. Ni siquiera por los padres, los placeres o los días. Mejor hacerlo por el coraje, la higiene, la eficiencia y pensar, con decidido empuje, a lo que se aspira. Nunca le gustó nada al autor de ‘El viaje a ninguna parte’, en cualquier caso, restringirse a hacer una sola cosa, acaso porque se consideró en vida –ya han pasado siete años desde su muerte- un hombre demasiado disperso, con excesivas inclinaciones melancólicas. Siempre le atrajo escribir, interpretar, dirigir. Un desorden, por así decirlo, que siempre quiso conservar.

El ciclo que ofrece la filmoteca de Zaragoza incluye varias películas de su primera etapa, tanto en su faceta de actor como en la de director. Acaso oculta por su trabajo en la interpretación, la labor como realizador de Fernando Fernán-Gómez no ha sido suficientemente considerada, pero, a veces, se lo gana a pulso por rodar un buen número de películas mediocres, chirriantes, desequilibradas. Parece como si este hombre no supiese orientar cuándo sonreír o cuándo poner cara de circunstancias, excesivamente deudor del exceso y cuya intención se ve demasiado, peca de sobreabundancia de evidencia. Sus películas, para qué negarlo, tienen algo de mayonesa cortada, en las que cada componente no se funde con los otros, pues no hay interrelación entre ellos y sí síntomas de apatía o desorientación.

 

Su debut tras la cámara se produce en 1952 con la singular ‘Manicomio’, en colaboración con Luis María Delgado, una historia inspirada en textos de Kuprin, Andreiev, Poe o Gómez de la Serna sobre un joven que acude a un sanatorio mental para visitar a su novia, siquiatra de la institución. Un año después, ya en solitario, rueda ‘El mensaje’, una convencional película de aventuras ambientada en la guerra de la Independencia española. Con la discreta ‘El malvado Carabel’ (1955) adapta la novela de Wanceslao Fernández Flórez, ya llevada a la pantalla por Edgar Neville veinte años atrás. A las órdenes precisamente del sobrevalorado Neville, Fernán-Gómez actúa en los filmes ‘Domingo de carnaval’ (1945), ‘El último caballo’ (1950) o ‘La ironía del dinero’ (1954), esta última codirigida por el galo GuyLefranc.

 

Es Neville un realizador a contracorriente, atípico y singular con respecto a la producción española de la época, un curioso impenitente sobre las pequeñas causas y los grandes efectos. Hábil guionista, su cine, inferior a su soporte literario, recoge la tradición de la comedia americana, destacando su frescura y espontaneidad, aunque todo resulte, a la postre, ingenuo y lleno de convencionalismos. Esto ocurre en ‘Domingo de carnaval’, un folletín policiaco con, además, ciertos descuidos en la ambientación, pues a los responsables se les escapa algún edificio posterior a 1917 que distrae la evocación.

En ‘El último caballo’, Fernán-Gómez se mete en la piel de un soldado que, al licenciarse, compra su caballo antes de que muera en una plaza de toros, pues su regimiento pasa a ser motorizado y, ante su asombro y tristeza, comprueba que en Madrid ya no hay sitio para tan noble animal. Se trata de la primera película neorrealista del cine español, aunque ‘oficialmente’ se dice que las corrientes del nuevo realismo italiano entra en España con ‘Surcos’ y ‘Esa pareja feliz’, y el relato, al cabo, termina con un canto a la naturaleza, mucho antes de que la ecología fuera uno de los temas preocupantes de nuestro tiempo. Finalmente, ‘La ironía del dinero’, una coproducción franco-española, es un mediocre filme de episodios acerca de distintos personajes que en un momento de su vida encuentran una cartera repleta de dinero. Entre otros intérpretes encontramos a Guillermo Marín y Antonio Casal, los protagonistas de ‘La torre de los siete jorobados’, la mejor película de Neville, bien sin Fernán-Gómez.

También trabaja Fernando Fernán-Gómez a las órdenes de Lorenzo Llobet Gracia en ‘Vida en sombras’ (1948), José Antonio Nieves Conde en ‘Balarrasa’ (1950) o Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem en ‘Esa pareja feliz’ (1951), todas ellas programadas en este ciclo. En la primera, una de las obras más innovadoras de la época –como ‘María Fernanda, la jerezana’, de Enrique Herreros-, Fernán-Gómez es un ferviente cinéfilo cuya razón se ve seriamente afectada por el complejo de culpabilidad: mientras sale a filmar unos cuantos planos de la lucha callejera durante el dieciocho de julio, su mujer es ametrallada por los republicanos. El remordimiento solo se verá superado cuando años después acuda a ver ‘Rebeca’ y, transformado ya en un hombre nuevo, se decidirá a convertirse en director de cine. Un título –que también pudo llamarse ‘Bajo el signo de las sombras’ o ‘Motor, ¡acción!’- decididamente insólito en el marco de la cinematografía de posguerra, pese a su insuficiente técnica al ser realizado en condiciones casi amateurs, y una curiosidad para los cinéfilos con sus continuas referencias al cine de los Lumière, de Mèlies o de Hitchcock.

De vertiente nacionalcatolicista, ‘Balarrasa’ es una película muy mediocre, llena de latiguillos moralizantes y con uso y abuso de recursos sensibleros. Nieves Conde, con una falta de estilo e inventiva alarmantes, se somete férreamente al guion del incombustible Vicente Escrivá, sin capacidad creativa suficiente para modificarlo bajo su dirección. Y, ante semejante embrollo, Fernán-Gómez hace lo que puede en el papel de un teniente que decide hacerse sacerdote, atormentado por la muerte de un compañero de su misma trinchera. Su familia, en cambio, vive disipadamente y debe ser él quien, con su ejemplo y su valor, haga que los parientes retomen a la legalidad y las buenas costumbres. Alabado sea el señor.Asimismo protagoniza Fernán-Gómez ‘Esa pareja feliz’, la historia de un joven matrimonio de condición modesta que gana un concurso en la radio y, tras ‘disfrutar’ de los regalos y festejos del premio, se dará cuenta de que por este camino no se llega a la felicidad. De Bardem se puede apreciar en la película el afán de denuncia. De Berlanga, por su parte, la ironía y el sentido de la coralidad, del barullo, un planteamiento como defensa de la microfotografía del sentimiento. Como ven, la cara opuesta de ‘Balarrasa’.

Pero la lista es larga, inacabable. Vean, si no, desocupados lectores, la nómina de realizadores a cuyas órdenes trabaja el autor de ‘Mambrú se fue a la guerra’:Ladislao Vajda, Ramón Quadreny, Luis Marquina, Juan de Orduña, Jerónimo Mihura, José Luis Sáenz de Heredia, Alejandro Ulloa, Fernando Alonso Casares, Julio Salvador, Enrique Gómez, Ramón Torrado, Carlos Serrano de Osma, Gonzalo Delgrás, Ignacio Ferré Iquino, Raúl Alfonso, Antonio del Amo, Pío Ballesteros, Luis Lucia, Rafael Gil, Antonio Román, Arturo Ruiz Castillo, José María Elorrieta, León Klimowsky, Rafael Romero Marchent, Pedro Lazaga, Pedro Luis Ramírez, José María Forn, José María Forqué, Jesús Franco, Ramón Fernández, Javier Aguirre, Carlos Saura, Mario Camus, Josefina Molina, Víctor Erice, Jaime de Armiñán, José Jara, Pedro Olea, Germán Lorente, Juan Estelrich, Alfonso Ungría, Jesús Yagüe, Pedro Masó, Gonzalo Suárez, José María Gutiérrez, Jacinto Molina, Ricardo Franco, Manuel Gutiérrez Aragón, José Sacristán, José Luis García Sánchez, Miguel Ángel Díez, Miguel Hermoso, Francesc Betriú, Antonio del Real, Fernando Trueba, Álvaro Sáenz de Heredia, Antonio Artero, José Luis Cuerda, José Luis Garci, Manuel Iborra, Imanol Uribe, Antonio Hernández, Patricia Ferreira, Gustavo Ron… Respiren, que todo termina siendo, afortunadamente, una sola gota de lluvia.

O sea, todo un recorrido por la historia del cine español después de la guerra civil. Fernán-Gómez, como ven, actúa en unas doscientas películas, dirige una treintena y escribe otras tantas. Hace falta una vida para acercarse a él. Pero algunas –pocas- de ellas valen una filmografía entera. Cuando acierta, en efecto, Fernán-Gómez se transforma en un cómico suicida y descifra la tragicomedia humana en lo cotidiano, cimentada sobre mezquindades, debilidades o soledades, en unas historias que se cruzan, entrelazan e incluso colisionan. En sus hitos cinematográficos –pocos, digo, pero decisivos-, los personajes están atrapados en el hastío de vivir, la abulia matrimonial, el pánico a la muerte, el vértigo de la soledad o en sus relaciones sentimentales. Y se ocupan, casi siempre desde la comedia, de la vida jalonada por pequeñas tragedias, surrealismos o miedos, siempre en el estilo costumbrista que le caracteriza.

El díptico formado por ‘La vida por delante’ (1958), acre pintura de una cierta realidad española trazada con ingenio, y, en menor medida, ‘La vida alrededor’ (1959) confirman esos aciertos. Con la primera comedia, con una suegra que hostiga sin piedad a nuestro protagonista, siempre en dificultades económicas, Fernán-Gómez ironiza sobre la inutilidad de las carreras, el problema de la vivienda o las recomendaciones, con una escena verdaderamente memorable, la descripción que hace un testigo tartamudo (impagable José Isbert) de un accidente de automóvil. El éxito alcanzado por la película anima a su autor a dirigir una continuación, la vida cotidiana de un pluriempleado y su esposa, abocados a realizar cualquier cosa para ir tirando malamente, pero ya sin la frescura, espontaneidad e ironía de su predecesora.

Tampoco termina de convencer, pese a su innegable interés, la tremendista ‘El mundo sigue’ (1963), con una espléndida fotografía en blanco y negro del zaragozano Emilio Foriscot, al faltar rigor en el análisis de los condicionamientos sociales de los personajes, en una relato demasiado folletinesco, demasiado sentimental y paternalista, según una novela de Juan Antonio de Zunzunegui. La sombra de Edgar Neville es tristemente alargada. Mucho más interés ofrece, sin embargo, ‘El extraño viaje’, realizada un año después, una farsa negra y despiadada con una soberbia interpretación de Jesús Franco y Rafaela Aparicio como reprimida pareja de hermanos ocultando un cadáver en una tinaja de vino, y que se inspira en un suceso real, un asesinato ocurrido en Mazarrón que jamás llega a aclararse. Una tragicomedia de especial acidez y sentido del detalle, aguda radiografía de la España rural de la década de 1960 y óptima plasmación de un tipo de humor específicamente español: el esperpento.

Con todo y con eso, Fernán-Gómez desarrolla una actividad intensa y fructuosa en todos los campos artísticos. En el teatro y el cine ha alternado o simultaneado las funciones de primer actor y director, y es notable su labor en teatros de cámara y en la radio. Autor de varias novelas y piezas teatrales, crea el premio ‘Café de Gijón’ para novela corta. Digamos que, en teatro, Fernán-Gómez fue la antítesis de un  Arturo Fernández y sus banales comedias de escaso fundamento, de mesa camilla, sofá y alcoba oculta, siempre rodeado, en escena, de mujeres espectaculares y sus menos, en la platea, espectaculares espectadoras. Justo el público que detestaba el hosco Fernán-Gómez y que, según propia confesión, acabó echándolo del teatro. Acaso por ello solía decir que el pecado español no es la envidia sino el desprecio…

Popular por sus creaciones humorísticas, de una comicidad muy española, cuya truculencia ha sido admirablemente servida por su voz profunda y la severa aspereza de su físico, ha dibujado también con precisión personajes de recio carácter dramático. La diversidad temática de sus películas, que oscilan entra una alegre burla y un tremendismo a ultranza, la variedad de su inspiración –desde Paso y Muñoz Seca hasta Mihura-, así como su carácter furiosamente autodidacta, han contribuido a limitar en cierto modo su estimación como cineasta, pese a seguir una dirección aislada y muy personal dentro del cine español, al que ha dado alguna obra verdaderamente estimable.

Fascinado por la arista ridícula de los hechos y las gentes, y capaz de hacer de la situación más trágica un gag cómico, Fernán-Gómez se ocupa de la fragilidad de las relaciones y de la evidencia de que ser feliz es un talento no siempre al alcance de todos, por lo que es imposible ser dichoso en el amor si no hay talento para la dicha. Esa máxima es la llave que abre una filmografía llena de personajes inmersos en una búsqueda sentimental, aunque muchos solo consiguen, ay, ser infelices sin remisión. O sea, el melodrama tamizado de comedia costumbrista. A fin de cuentas, son personajes tratados con piedad y el espectador ve cómo entran y salen de escena para contar el monólogo de su existencia como en una obra de teatro. Y ahí, a veces, se nota en demasía su pasión por el andamiaje teatral. Pero en esa maraña de escenas cotidianas cabe la cartografía de la condición humana, lo que hace a Fernán-Gómez un autor conmovedor y cáustico, jugando con una serie de enredos y malentendidos que hacen que sus criaturas terminen en medio de una intriga en la que nada parece lo que es y donde el humor, por momentos, es nada más que un velo.

“Lo más que he logrado como director”, dijo en una ocasión Fernán-Gómez, “es ser un ilustrador de textos literarios, pero no he llegado al nivel de creación que debe tener un director y en el que me gustaría estar. En realidad, me siento un poco frustrado”. Afortunadamente, hay otras gotas de lluvia que piensan de la misma forma.

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