Por Don Quiterio
Siempre será el cartero de ‘Crónicas de un pueblo’, como Sancho Gracia ha quedado como el bandolero Curro o Antonio Ferrandis siempre será el marinero Chanquete.
Hablo del recientemente fallecido Jesús Guzmán, madrileño condenado a la interpretación desde que nació, pues fue hijo, nieto y bisnieto de actores. Tenía nueve años cuando debutó, sobre las tablas, en la compañía teatral de sus padres. Y a lo largo de su dilatada carrera, en incontables comedias, cultivó su vis cómica, algo desperdiciada en aluvión de subproductos.
En el cine presentó credenciales junto a Tony Leblanc y Manolo Morán en la película ‘Manolo, guardia urbano’ (1956), dirigida por Rafael Salvia, uno de los realizadores más reaccionarios del cine español. Se trata de una comedia costumbrista, blanca y autocomplaciente, a imitación del humor italiano de los Steno, Monicelli o Comencini. A partir de aquí, el prolífico Guzmán participó en los títulos más populares (y rancios) del cine patrio como uno de esos secundarios sin nombre que pueblan el imaginario colectivo, uno de esos a los que todo el mundo reconoce cuando ve su cara. En todas esas películas regaló su don para la comedia, dotado para provocar la risa con tan solo una mueca, siempre con su boina y su bigote.
El propio Salvia, precisamente, es el coguionista de dos de los grandes éxitos comerciales en los que colaboró Jesús Guzmán, en 1962, como actor de reparto: ‘Atraco a las tres’ y ‘La gran familia’. La primera, dirigida por el zaragozano José María Forqué, es una divertida y atmosférica comedia con un conjunto de excelentes comediantes, todos en su salsa (Cassen, José Luis López Vázquez, Gracita Morales, Manuel Alexandre, Alfredo Landa, Agustín González), que refleja los tics, las neuras y las frustraciones de la España del momento, un buen homenaje paródico a las películas de atracos perfectos, según el modelo marcado por las italianas ‘Rufufú’ (Mario Monicelli, 1958) y ‘Rufufú da el golpe’ (Nanni Loy, 1959), películas realizadas, a su vez, al amparo de la francesa ‘Rififí’ (Jules Dassin, 1955).
Por su parte, ‘La gran familia’ es otra comedia costumbrista, honra y gloria de las familias numerosas en época franquista y opusdeística, a la par que pintura de una sociedad apañada y optimista. Dirigida con abundancia de almíbar por el zaragozano Fernando Palacios, se trata del particular ‘Qué bello es vivir’ español, centrado en un elogio a los valores familiares y a la solidaridad y paciencia entre abuelos, padres, hijos, hermanos y padrinos. “Subí Gran Vía arriba, torcí por Preciados, atravesé Sol, enfilé Postas y me planté en la plaza Mayor a ver si encontraba a Chencho en los belenes. No estaba”. Habrá que creer en Pepe Isbert. Y con él, maldita sea, todos un poco.
Un año antes, el propio cineasta zaragozano dirige a Guzmán en una de las películas más taquilleras de la época, ‘Tres de la Cruz Roja’, enredos y fútbol a través de tres amiguetes (Leblanc, López Vázquez y Gómez Bur) que acaban haciendo del servicio un sacerdocio. O casi. En su intrascendencia y gracia infinita está su mayor valor, al igual que por la aparición de dos actrices de idóneo apellido: Mara Cruz y Ethel Rojo. En 1967, otra vez con Salvia y el inefable productor Pedro Masó como guionistas, lo dirige Pedro Lazaga en ‘Sor Citroën’, la historia de una monja siempre deseosa de hacer el bien mientras, de fondo, suena la banda sonora del compositor turolense Antón García Abril.
El falangista José Luis Sáenz de Heredia, uno de los mayores impulsores del antaño “cine de estampita”, le ofrece dos pequeños papeles en ‘Historias de la televisión’ (1965), donde aparece el zaragozano Antonio Garisa, y ‘¡Se armó el belén!’ (1969), de nuevo con Salvia en el guion y otro de los éxitos chapados a la antigua del inefable Paco Martínez Soria, lo de siempre en el cazurro aragonés pero en peor: encima es un cura. Que dios nos coja confesados.
También participó en ‘La historia de Bienvenido’ (Augusto Fenollar, 1964), una de las peores películas de la pretérita “niña prodigio” Marisol; ‘Amor y medias’ (Antonio Ribas, 1969), mediocre comedia vagamente social pero con un Guzmán excelente en el papel de industrial catalán; ‘Las piernas de la serpiente’ (Juan Xiol, 1970), pobre humor ambientado en el mundo del ciclismo; ‘Bienvenido, míster Kriff’ (Tulio Demicheli, 1974), bodrio con Joe Rigoli haciendo el melón a costa de Cruyff; ‘Una prima en la bañera’ (Jaime Puig, 1976), sobre herencias y carencias, o ‘Cinematógrafo 1900: homenaje a Segundo de Chomón’ (Juan Gabriel Tharrats, 1979), un valioso documento histórico que recoge fragmentos de las primeras producciones cinematográficas del siglo veinte y en el que Guzmán ejecuta intervenciones cómicas junto a sesudos comentarios de expertos de la cosa.
También rodó, aunque eclipsado por Clint Eastwood y Lee Van Cleef, a las órdenes de Sergio Leone, y ahí quedará para el recuerdo su participación en ‘La muerte tenía un precio’ (1965) y ‘El bueno, el feo y el malo’ (1966), segunda y tercera entregas respectivas de la llamada “trilogía del dólar”, en la que el cineasta italiano amplifica al máximo las posibilidades del filme anterior, ‘Por un puñado de dólares’ (1964), para dar nuevos bríos al moribundo ‘spaghetti-western’. Leone tensa las cuerdas con sendos relatos barrocos y divertidos, casi operísticos, también toscos y efectistas, donde el límite entre el homenaje y la parodia ya no se distingue claramente. En cualquier caso, y sin olvidar las bandas sonoras del gran Ennio Morricone, todo reviste demasiado zoom y despliegue de miradas en primerísimo plano para narrar con claridad, más aún en unas historias del oeste sobre arbitrarios arquetipos algo canallas y traidores cuando de oro se trata.
Hizo Jesús Guzmán igualmente otros papelitos en espaguetis o paellas del salvaje oeste, como en ‘Sin aliento’ (Fernando Cerchio, 1969), sin ningún interés, o sobre todo a las órdenes de Rafael Romero Marchent, pionero de este género en España junto a su hermano Joaquín Luis, en títulos como ‘¿Quién grita venganza?’ (1968), con guion de Marco Leto y Vittorio Salerno, u ‘Ocaso de un pistolero’ (1965), con buenas ideas visuales y narrativas, aunque el libreto no ayuda, amén de una floja dirección de actores.
Pero su papel más popular, decía al principio, le llegó en la pequeña pantalla con ‘Crónicas de un pueblo’ (1971-74), en el papel del cartero Braulio, que le dio el salto a la fama. La idea de estas vivencias rurales partió de Luis Carrero Blanco, que comisionó la creación de esta serie en blanco y negro para divulgar las leyes franquistas, a través de la descripción costumbrista de la vida cotidiana de los habitantes de un ficticio pueblo leonés que vivía de forma ejemplar los fueros de la época, pero la cosa se le fue de las manos gracias al buen hacer de los directores (Antonio Mercero, Julio Coll, Miguel Picazo y Miguel Lluch) y al acertado reparto. Un trabajo que nació con intenciones propagandísticas, pero a los espectadores les enganchó el cercano neorrealismo con el que se retrataba a unos personajes que se parecían a ellos.
Se paseó igualmente por las series de televisión ‘La casa de los líos’, ‘Médico de familia’, ‘Hostal Royal Manzanares’, ‘¡Ala… Dina!’, ‘Manos a la obra’, ‘Aida’, ‘El comisario’… En cine aún participó en películas ya en pleno siglo veintiuno: ‘Ocho citas’, ‘El gran Vázquez’, ‘Los del túnel’… Y con el cineasta zaragozano Jesús Obón (‘Último parte de guerra’, ‘Canfranc 1943’, ‘Inspiración’) protagonizó, en 2008, el cortometraje ‘LZ127’.
La última aparición en pantalla de Jesús Guzmán sucede en 2020, en la película ‘Amalia en el otoño’, debut en la dirección de largometrajes de la zaragozana Anna Utretch y el binefarense Octavio Lasheras, después de sus cortos ‘¡Quiero actuar!’ (2016) y ‘Tercera edad’ (2019), en realidad el episodio piloto de una serie que no llegó a realizarse. Un final que no es óbice para aseverar que el cartero Braulio, ya para siempre, llamará dos veces.