Mis exquisitos: Hong Sang-soo


Por D. Q.

   Un abrazo siempre es una muestra de amor, lo único que cuenta. Acaso el mejor cine es el que cuenta historias intimistas, de sentimientos contenidos, siempre abierto a interpretaciones y sin que falte, por supuesto, el tono enigmático o metafísico.

    Así es la delicada obra de Hong Sang-soo (Seúl, 1960), cineasta surcoreano que ejerce de realizador, productor, director de fotografía e, incluso, compositor. Se puede comparar con Éric Rohmer y con François Truffaut. También con Jim Jarmusch y con Woody Allen en esa su capacidad para diseccionar las esperanzas y angustias del ser humano.

   Su realista estética visual es propia, ante todo y esencialmente, de la llamada ‘nueva ola francesa’, a la manera de los logros de ‘Besos robados’ (1968) o ‘La rodilla de Clara’ (1970). Películas, al fin y al cabo, que hablan de libertad femenina a partir de los desencuentros que mantienen sus mujeres protagonistas con los personajes masculinos. Y en sus extensas escenas dialogadas imbrica la ligereza hedonista de Rohmer, esto es, con la gravedad existencial de Ingmar Bergman.

   En todos sus filmes el alcohol pone fondo o alimenta la conversación y puede cobrar un protagonismo determinante, en la medida que provoca la bipolaridad de los personajes. Sus películas parecen pequeñas, aunque no deberíamos confundir lo económico con lo simple. Hong Sang-soo hace que su cine pase por fácil, debido a que convierte la narrativa en un juego, pero de tanto practicar se ha convertido en un malabarista. No sabe contar historias de forma convencional, porque hace de la experimentación un auténtico disfrute. Se entretiene duplicando relatos, desdoblando personajes, haciendo variaciones sobre un mismo tema o situación de posibilidades infinitas que nunca se agotan.

   A fin de cuentas, el coreano se postula como un inagotable explorador de la representación fílmica del desasosiego sentimental, como demuestra en filmes como ‘El día que un cerdo cayó a un pozo’ (1996), ‘Ahora sí, antes no’ (2014), ‘Lo tuyo y tú’ (2015), ‘La cámara de Claire’ (2016), ‘El día después’ (2017) o ‘Delante de ti’ (2021). Su cine, sencillo y austero, se alimenta de la experiencia, de ahí que entre la galería de personajes que pueblan sus películas siempre encontramos a un cineasta, un pintor o un escritor que funciona como ‘alter ego’ del propio Hong Sang-soo, siempre solitario, charlatán y aficionado al soju, esa bebida alcohólica tradicional de Corea del sur.

   La anécdota más nimia y azarosa se convierte en el detonante de las sutiles y sorprendentes variaciones de la misma película que es la obra del realizador coreano, dedicada a explorar la naturaleza patética de las relaciones sentimentales a través de cuentos morales. Sang-soo se mueve en un espacio compacto en el tiempo y abstracto en la forma, dualidad que otorga a su cine extrañamiento y fascinación, misterio e incertidumbre, como oda a la precisión y brevedad. Y el conjunto de su filmografía presta más atención a la sucesión de diálogos y la creación de atmósferas que a desarrollos argumentales convencionales, y en el proceso reitera su habilidad a la hora de convertir detalles narrativos aparentemente nimios, en efecto, en momentos de intensidad dramática rotunda.

   Sus imágenes son importantes porque cuentan más que las palabras, pero las conversaciones también lo son porque dan mucho de forma muy condensada, crean ritmo o humor y pueden mostrar muchísimas cosas. Ahí están, para demostrarlo, títulos como ‘En la playa sola de noche’ (2016), el relato de una famosa actriz que huye de sus fantasmas tras mantener una aventura con un hombre casado; ‘Grass’ (2018), con esa mujer que se deleita escuchando los diálogos de los clientes de una coqueta cafetería; ‘El hotel a orillas del río’ (2019), bajo una estética pictórica centrada en bellas estampas invernales en blanco y negro del interior de Corea, o ‘La mujer que escapó’ (2020), la historia de una esposa desatendida que busca refugio afectivo con tres viejas amigas…

   Es ‘Introducción’ (2021) uno de sus filmes más reveladores, la relación de un joven con su padre y madre separados y con la chica a la que ama. La película entrelaza tres momentos de un personaje en un argumento leve, de diminutos acontecimientos, dentro de un entorno de lo cotidiano. La literalidad del título de esta preciosa miniatura define con precisión su corpus narrativo. Nos encontramos, efectivamente, ante tres introducciones, tres planteamientos argumentales que aspiran a un desarrollo que no se produce. La cuestión es que estas ‘introducciones’ están vinculadas entre sí por dos personajes que se desplazan por cada una de ellas, y que el orden en que se presentan pone en duda la temporalidad de los hechos.

   Esa duda se abisma por las elipsis que las separan, por todo lo que se supone, y lo que no se dice, que luego vuelve a cuestionarse en un sueño que el director filma y monta como si no lo fuera. Lo más hermoso de ‘Introducción’ es que toda esta maquinaria narrativa está organizada para explicar tres abrazos, reales o ficticios, con los que concluyen cada uno de los episodios. Como película que narra algo resulta algo austera y difícil de encontrarle objetivo, meta, enganche, pero como pieza artesanal y magníficamente facturada proporciona una gran placer visual y ofrece, al mismo tiempo, un torrente de sugerencias pequeñas y escurridizas, acaso insignificantes, sobre la juventud y lo otro.

   Sin énfasis ni exhibiciones, el coreano viene a demostrar que el cine es el medio más eficaz para celebrar la belleza del mundo y la complejidad de la vida. Por eso hace películas que caben en el cuenco de una mano y que, a veces, rebosan de emociones en el corazón más grande. Son miniaturas de pocos personajes y gran madeja de hilos entre ellos, que abrazan y alcanzan, muchas veces, altura y profundidad desbordantes. Sus experimentos narrativos son tan estilizados que su sofisticación es prácticamente invisible. No importa que puedan ser explicados desde el estructuralismo o la semiótica, desde luego, porque van más allá del lenguaje académico: palabras como ‘deconstrucción’ o ‘metaficción’ acaban por escurrirse por las grietas del relato, que las absorbe como agujeros negros para devolverlas en forma de pura emoción.

   Habría que pensar en lo mucho que se parecen el cine de este director y el de David Lynch, obsesionados en preguntarse por la ambigüedad del estatuto de lo real desde estilos completamente opuestos. Pero, más que un director de cine, Sang-soo parece un pintor dispuesto a capturar en el lienzo lo que de manera espontánea aparezca delante. Su cine es como el aire de ‘Las meninas’. Así, va levantando tramas normalmente livianas y sencillas, pero, en realidad, cargadas de lirismo y capas de significado que nunca queda claro si son intencionadas. Así es su cine: sencillo, natural y de trazos limpios, pero capaz de albergar dimensiones oníricas inesperadas.

   Y si cada película del coreano es igual que la anterior, todas llevan, sin embargo, comas, puntos o puntos y coma sutiles que las diferencian. El encuentro inicial entre el director de cine protagonista de ‘En lo alto’ (2022), a quien acompaña su hija con una antigua amiga en plena calle y frente a un establecimiento, es muy parecido al de la escritora y la librera al principio de ‘La novelista y su película’, su filme precedente, también en blanco y negro. Dos filmes con los que Sang-soo vuelve a descolocar al espectador con elipsis desconcertantes que plantean giros contundentes. El protagonista de ‘En lo alto’, sin ir más lejos, pasa del éxito al fracaso en lo profesional y, en lo personal, de vegetariano convencido a carnívoro voraz.

   Sang-soo propone, de este modo, universos paralelos en una misma realidad, donde un solo plano, sin corte alguno, puede enlazar dos tiempos distintos del relato. Territorios familiares para el espectador, sí, porque esos encuentros se despliegan en una serie de escenas y situaciones muy características de su cine, siempre alrededor de una mesa bien surtida de alcohol, filmadas en planos fijos, dilatados y profusamente dialogados. Conversaciones banales que progresivamente van cargándose de trascendencia y fijando un tema.

   Háganme caso y abracen cualquier filme de este emocionante y sofisticado cineasta coreano. Porque un abrazo, ya saben, siempre es una muestra de amor. 

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