Marta Lallana, mirada y memoria


Por Don Quiterio

   Marta Lallana se siente orgullosa de haber nacido en una tierra que ha dado cineastas tan importantes como Luis Buñuel o Carlos Saura. Este último ha sido siempre una inspiración para ella, y algunas de sus películas han influido…

….muchísimo en su forma de concebir el cine. Zaragozana de la cosecha de 1994, Lallana estudia Comunicación Audiovisual en la universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en la rama de realización de cine y televisión. Es finalista, en 2016, del concurso europeo Master of  Photography celebrado en Roma, en el que es reconocida por prestigiosos fotógrafos como Bruce Gilden o David Lachapelle.

  Compagina la producción, el guion y la codirección de su ópera prima, ‘Ojos Negros’ (2019), con el trabajo en la productora Nanouk Films, siendo coguionista, entre otras piezas, del cortometraje ‘Restos de cosas’ (Salvador Sunyer y Xavier Bobés, 2018). Con el largometraje ‘Muyeres’ y la serie documental ‘Terenci, la fabulación infinita’, unos trabajos bien hechos, con calidad, al detalle, cuidados, ambos realizados en 2023, demuestra lo que ya sospechábamos: la cineasta zaragozana tiene mirada. Y memoria.

   Lallana, esto es, cuida los códigos del cine. En ‘Ojos Negros’, largometraje ambientado en el Jiloca y en cierto modo autobiográfico, habla del choque emocional y existencial que se produce durante el paso de la infancia a la edad madura. Se trata, en realidad, del trabajo de fin de curso de cuatro jóvenes estudiantes: la propia Lallana, la cántabra Sandra García y los catalanes Iván Alarcón e Ivet Castelo, con quien firma finalmente la codirección del filme. Los otros se hacen cargo del guion. Estamos ante un dulce y sugerente relato sobre el desconcierto y las inquietudes de una niña de trece años (Julia Lallana, hermana menor de la realizadora) cuando, durante un verano en el pueblo de su abuelo, deja de ser una cría y se convierte en adolescente.

   El carácter distante de su tía y la enfermedad de su abuela (Inés Paricio, que debuta en el cine a sus noventa años, pero que ha llevado toda su vida amándolo a través de proyectar películas en el pueblo turolense de Ojos Negros) crean un clima asfixiante en la casa. De lo que se trata es de describir emociones intrínsecas a partir de la mirada de la niña, de lo que escucha cuando su tía y su madre discuten, o de lo que parece sentir en los encuentros con su amiga (Alba Alcaine), una chica extrovertida y espontánea. Y esa mirada, con la desorientación que a menudo transmite, crea una tensión especial en el espectador. Un muy atractivo filme que capta la esencia de lo que implica hacerse mayor a través de un hermoso y complejo tejido de relaciones entre mujeres.

   Es precisamente ‘Muyeres’ el título de su segundo largometraje, ya dirigido en solitario, un sentido y sufrido trabajo etnográfico. Es la historia de un hombre que lo abandona todo y se marcha a las montañas para preservar la cultura y la música de las ancianas lugareñas. Con una sensibilidad henchida de poesía, la directora zaragozana explora ese territorio atávico bañado por la luz de la luna y la lumbre e impregnado de romances y leyendas. Ahí está, sin ir más lejos, el relato de Carmina, una mujer que ha guardado en su memoria el cantar más antiguo constatado en España, el de la historia de Blancafor y Filomena, una adaptación medieval peninsular de un mito griego clásico.

   Con el compositor y productor Raül Refree como protagonista y autor de la banda sonora, realidad y ficción se entremezclan para hablar de la pérdida de la memoria y el registro de cantares tradicionales de los valles asturianos. La cámara de Lallana y la fiscalidad de Refree, responsable igualmente de la música de ‘Ojos Negros’, recorren la depresión musical en blanco y negro, dando cuenta de las arrugas, las frustraciones y la imposibilidad de réplica en el tiempo. Y se acercan a la senectud con cariño pero sin condescendencia, con crudeza pero lejos de lo vil.

   Refree, además, está estupendo en el papel de un músico investigador que viaja a la zona para registrar esos cantos antes de que se extingan. Y el paisaje, por supuesto, es un personaje más, conectadas esas mujeres con él de una manera casi espiritual. La película es una exploración poética del concepto de la extinción e incide en una manera de vivir que se va diluyendo, del fin de una generación de mujeres que tienen una relación especial con la naturaleza, con su comunidad, con la forma de entender el mundo. La memoria del paisaje.

   Con guion de Álvaro Augusto, ‘Terenci, la fabulación infinita’ es una serie documental que repasa la vida más íntima y personal del escritor y cinéfilo Terenci Moix (Barcelona, 1942-2003). Ocurrente y contradictorio, a menudo comparado con el icónico Truman Capote, este catalán polifacético estuvo muy presente en la televisión de los años ochenta y noventa, un artista que no solo piensa en su obra sino en su personaje, que quería obsesivamente estar bajo el foco. Su infancia, su juventud, sus relaciones amorosas, su decadencia y muerte son comentadas por parientes como su prima Vicky Moix, amigos como la fotógrafa Colita (su mejor amiga, impecable en cada intervención), la actriz Núria Espert, el poeta Luis Antonio de Villena, el escritor Vicente Molina Moix o el ‘showman’ Boris Izaguirre y sus exparejas Enric Majó y Pablo Parellada. Por ahí va saliendo todo: la del presentador deslenguado, la del hombre orgulloso, deprimido y hasta manipulador, la persona que se escondía detrás de la máscara, la del transgresor y siempre político, sobre todo para con su homosexualidad…

   La muerte de su hermano, cuando eran niños, marca para siempre la personalidad de Moix, que se refugia en cines de reestreno y en la penumbra de esas salas forja su mitomanía confesa. Y esas aventuras exóticas, del antiguo Egipto o de romanos (y marranas) le sirven para desarrollar una fantasía desbordada que traslada en sus viajes por todo el mundo y a escribir sobre los faraones, las pirámides o las grandes figuras de Hollywood. De hecho, como gran conocedor de las películas clásicas americanas, Terenci plasma toda su sabiduría sobre las grandes estrellas en su colección ‘Mis inmortales del cine’ y dedica cada volumen a una década del séptimo arte. El valor de las imágenes y la diversidad de testimonios explican la simpática megalomanía del protagonista. ¿Cómo puede ser que el autor de libros tan buenos como ‘La noche que murió Marilyn’ hiciera novelas tan malas como ‘No digas que fue un sueño’?

   El fin de un documental no es decir la verdad, a mi modo de ver, sino contar una historia. ‘Terenci, la fabulación infinita’ cuenta la historia de esta persona y su personaje y se desmarca de esos supuestos documentales que no son más que reportajes periodísticos alargados. Y en las imágenes se percibe lo sublime y lo vulgar, fantasías imposibles y realidades dolorosas. Este trabajo biográfico deja espacio a los grises que hacen el personaje humano totalmente creíble. Un individuo que huía del dolor y también lo causó, por eso se acercó al cine, al brillo de la pantalla, donde la vida no es dolorosa sino emocionante y donde suele haber un ‘happy end’. La vida real no funciona igual y a él le parecía insuficiente, quería hacerla más grande.

   Alguien que no sepa nada de Terenci Moix puede pensar que la serie subraya su mezquindad de niño mimado y manipulador. Nada de eso. Porque la voluntad de explicar las sombras nunca puede oscurecer la evidencia de las luces. Las trasciende, en todo caso. Un retrato en absoluto complaciente, único y en profundidad, nada obvio y lleno de perlas, para revelar sus aspectos más fascinantes y complejos. Su exhibicionismo, al fin y al cabo, cada vez menos divertido y más patético. Las luces y las sombras de una vida difícil y turbulenta, de un fumador compulsivo que fue enterrado con una cajetilla de Ducados.

   Unos trabajos, decía al principio, bien hechos, con calidad, al detalle, cuidados, honestos y sin dulces. Marta Lallana cuida el cine. Porque tiene mirada. Y memoria. Tan sentida como sufrida.

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